Antonio Muñoz Molina: «No podemos caer ni en la negrura fatalista ni en el orgullo narcisista»

CULTURA

El escritor Antonio Muñoz Molina
El escritor Antonio Muñoz Molina

Su libro «Volver a dónde» es un diario de la pandemia y un retrato de su familia

07 nov 2021 . Actualizado a las 10:09 h.

A sus 65 años, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén) es un escritor consagrado, multipremiado con, entre otros galardones, el Príncipe Asturias de las Letras, y miembro de la Real Academia Española. Publica ahora Volver a dónde (Seix Barral), un libro que da testimonio, en forma de diario, de cómo vivió la pandemia, lo que se entrelaza con los recuerdos de su infancia y adolescencia en el mundo rural.

—¿Por qué decidió contar la pandemia en forma de diario?

—Para dar cuenta de lo que estaba viviendo en el momento en el que lo estaba viviendo. La literatura se hace retrospectivamente, mediante la ficción o con el relato inmediato de lo que está sucediendo. A mí esta última variante siempre me ha seducido mucho porque soy muy lector de escritores de lo inmediato.

—Cuenta lo inmediato, la pandemia, y se remonta al pasado, a sus orígenes familiares. ¿Cómo se enlazan presenten y pasado?

—El presente y el pasado están muy mezclados. El pasado no es un continente aparte, está dentro del presente, y yo intento reflejarlo así. Hace unos días mi tío me llamó al enterarse de que había salido el libro y empezó a contarme cosas de cuando él era niño, porque al hablar conmigo se le desatan los recuerdos. Yo iba por la calle hablando por el móvil, en ese presente, y al mismo tiempo estaba en el mundo que mi tío me contaba. Pasado y presente son como capas distintas de una misma realidad.

—¿Cree que, dentro de diez, veinte o treinta años su libro será una referencia, un testimonio fidedigno, de lo que sucedió?

—Creo que sí. La literatura es un oficio que está marcado siempre por la incertidumbre. No sabes si lo que has hecho tiene verdadero valor, si te has equivocado. Pero el consuelo que tengo es que a veces he hecho cosas que sirven como un testimonio de lo que he visto. Para mí es muy importante. Puede servir también como retrato de familia, de una época.

—En el libro cuenta que está leyendo una biografía de Hitler en que se detalla que padecía halitosis o llevaba cacahuetes en el bolsillo para alimentar a las ardillas. ¿Los detalles son claves, a veces, para entender la realidad, incluso más que libros sesudos?

—Claro, porque la historia, que es una fuente de conocimientos extraordinaria y necesaria, ve las cosas retrospectivamente, y muchas veces la escriben personas que no lo han vivido. Eso ya está muy filtrado. El testimonio inmediato es cómo encontrar pepitas de oro. A Hitler ya lo conocemos a través de libros y documentales, lo que no sabíamos es que llevaba un puñado de cacahuetes en el bolsillo de su guerrera. Quizá estaba planeando la destrucción de Polonia, al mismo tiempo que daba cariñosamente cacahuetes a las ardillas. Son como fogonazos que te enseñan la verdadera textura del tiempo. Es algo que me fascina sin límites.

—Se dijo durante lo peor de la pandemia que saldríamos mejores, lo que ahora es más que dudoso. ¿Cómo nos ha cambiado?

—Decir si vamos a salir mejores o peores es demasiado abstracto, prefiero concentrarme en hechos concretos. Cosas que han cambiado para bien son, por ejemplo, el formidable esfuerzo científico para tener una vacuna, una maravilla que nadie imaginaba que se pudiera hacer tan rápido y saliera tan bien. En esto sí vamos a salir mejores. Vamos a salir con la conciencia del valor inmenso de la inversión en sanidad pública y de la atención primaria; o de saber que los trabajadores fundamentales para mantener un país en marcha en situación de crisis son los peor pagados y menos considerados. Hay lecciones que se pueden aprender o no, pero que son fundamentales.

—A Bismarck se le atribuye esta frase: «España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido». ¿Los españoles somos demasiado autocríticos hasta el punto de no valorar nuestros logros?

—Hay una especie de noventayochismo casposo. Hay cosas en las que los españoles nos distinguimos para mal, sobre todo en la bronca de la vida política: la atmósfera destructiva durante la pandemia no la había en otros sitios. Al tiempo se estaban haciendo cosas muy importantes, como los ERTE o los acuerdos entre empresarios y trabajadores. España destacó en la vacunación y también por el nivel ínfimo del negacionismo de las vacunas, eso implica una sociedad mucho más racional que, por ejemplo, la norteamericana. Se trata de evaluar racionalmente y con eficacia aquello que se hace bien y también saber lo que se hace mal, y eso es muy importante a la hora de buscar remedios. Los noventayochismos o los esencialismos, que sostienen por ejemplo que estamos condenados a la intolerancia, son mentira. Tenemos leyes, como la del matrimonio homosexual, en que nuestro país ha sido pionero... y en muchas cosas también lo somos. En otras, como la corrupción, tenemos mucha, aunque no tanta como otros países. No podemos caer ni en la negrura fatalista ni tampoco en un orgullo que se vuelve narcisista y hasta arrogante.

«La aproximación de la derecha a la extrema derecha es muy alarmante»

En su libro critica Muñoz Molina duramente la gestión de la pandemia, denuncia la «descoordinación» y la «incompetencia», habla de «gangrena política» y de «chusma de políticos venenosos».

—¿Se pudo hacer mejor?

—Todo se pudo hacer mejor, por ejemplo que hubiera habido una verdadera y franca colaboración entre Gobierno y oposición, igual que hubo entre sindicatos y empresarios. El bloqueo permanente, la angustia cada vez que había que renovar el estado de alarma fue un espectáculo lamentable. Que en el Parlamento se estuviera hablando de Venezuela y del comunismo cuando había una pandemia terrible, la descoordinación que había, son cosas muy graves. Afortunadamente en comunidades que no son Madrid el nivel de confrontación fue menor.

—¿Se podía imaginar algo tan horrible como que se dejara morir a ancianos en las residencias sin atenderlos en un hospital?

—Es terrible, inimaginable. Y lo que me temo es que los responsables de esa monstruosidad no lo paguen por el bloqueo de las comisiones de investigación y las prisas de mucha gente por pasar página y dejar atrás ese recuerdo.

—Lanza duras críticas a la derecha «corrupta y desleal», que equipara con el independentismo.

—El boicot de la derecha a algo que todos sabíamos que era imprescindible, el mantenimiento del estado de alarma, fue disparatado. Hay algo específico de España, el modo en el que la derecha democrática, lo que se podía llamar antes el centro-derecha, está aproximándose a la extrema derecha, es muy alarmante.

—Usted firmó un manifiesto llamando a votar a la izquierda en las elecciones de Madrid, y recibió graves amenazas por ello.

—Cartas amenazantes y artículos agresivos. Lo firmé por una convicción, que es que en la Comunidad de Madrid la derecha lleva gobernando muchos años y es particularmente ultra en sus políticas de privatización de la educación, abandono de la atención primaria y esquilmación de la sanidad pública. Esas fueron mis razones para pedir el voto a la izquierda. No soy radical, soy socialdemócrata. Mi impresión es que, desde Aznar y Aguirre, el modelo de la derecha española dejó de ser el de los conservadores europeos y pasó a ser un Partido Republicano estadounidense, cada vez más extremista.

—Ha salido en apoyo de Sergio Ramírez, perseguido por el régimen de Daniel Ortega.

—Respondo a la pregunta con una frase: si sacrificas la libertad en nombre de la igualdad te quedas sin la una y sin la otra.

«No tengo ningún deseo de volver a nada de un tiempo anterior»

Últimamente se ha puesto de moda una literatura que reivindica la nostalgia por el pasado. Muñoz Molina no la comparte, habla de sus orígenes pero sin ocultar la parte oculta de ese pasado.

—Un eje fundamental de mi trabajo ha sido la conexión entre el presente y el pasado, y el modo en el que el pasado se olvida, se esconde o se quiere borrar, el ejercicio de la memoria que no se deja engañar por la nostalgia. Tengo la experiencia de un mundo que ha desaparecido, en el que nací, pero vivo en otro. Quien ha vivido la infancia que yo viví, en la España de la dictadura, difícilmente va a tener nostalgia de nada. Tienes nostalgia de haber sido niño, de las personas que querías y han muerto o son muy mayores y han perdido la memoria. Eso es lícito. Ahora bien, si eres una persona racional, tienes que hacer un esfuerzo para no permitir que la nostalgia te tergiverse o te mienta sobre ese pasado. Lo que ocurrió en España de manera muy acelerada ha sido el cambio radical de un mundo a otro. Un mundo que yo, como mucha gente, vimos con nuestros propios ojos, cerrado, autoritario, patriarcal, intolerante, lleno de pobreza e injusticia, hacia otro mejor. Cómo vamos a tener nostalgia de un tiempo en que las mujeres no tenían derechos, en el que los padres tenían una autoridad tiránica sobre los hijos, los maestros sobre los alumnos y en el que mucha gente no tenía agua corriente. Y donde había una crueldad que se daba por supuesta, ese modo en el que se trataba a los que eran marginales, a los que tenían alguna deficiencia. Eso ha cambiado mucho para bien y tenemos que celebrarlo. No tengo ningún deseo de volver a nada de ningún tiempo anterior. Ninguno.