Los secretos al fin confesados de Fernando Alonso

Juan M. Arribas

DEPORTES

La serie «Fernando» muestra la cara B del piloto. Un autorretrato íntimo que describe en imágenes un año que pasará a la historia del deporte

28 sep 2020 . Actualizado a las 13:13 h.

Aviso para navegantes. La serie Fernando no es un repaso a la carrera de Alonso por la Fórmula 1 ni un reportaje sobre cómo el Gran Circo potencia egos o anula personalidades en un submundo de oropel, champán y caviar del bueno. No pretende ser el extraordinario Last Dance de Michael Jordan ni un memorándum de hazañas, rivalidades, codazos y envidias. La serie no es eso. Es mucho más humilde y a la vez más trascendente que una simple pole. Se trata de un retrato del último año de Alonso con un volante entre manos: el Mundial de Resistencia, Le Mans, las 500 Millas de Indianápolis y el París-Dakar, volcado en el último y quinto capítulo (sin duda el mejor). Nada más y nada menos. Es decir, el autorretrato de un año único en la historia del mundo del motor en el que un apasionado y vehemente  Alonso se convirtió, a lo Da Vinci, en un deportista heterodoxo y poliédrico, no sé muy bien si llevado por su voluntad o por las circunstancias, porque el destino no está escrito. Pero esa etapa deportiva de Alonso, ese año único, es el que, en el largo recorrido, aportará posiblemente la distinción final a su carrera.

Fernando es un autorretrato en forma de cinco capítulos expandidos por todo el mundo a través de la todopoderosa Amazon Prime Video. Es un autorretrato: no esperen críticas y menos autocríticas. No esperen un análisis objetivo de su carrera pasada o de su futuro. Es un largo reportaje poblado de imágenes impactantes, pero también es una estampa de las bambalinas de un deportista de élite, una celebridad mundial. Alonso intenta explicar ese año prodigioso ayudado por sus amigos y por su entorno más cercano, arropado por su grupo. La cámara invade su intimidad y en ese envite, Alonso sale francamente airoso. ¿Hay más miel que hiel? Por supuesto. Hay azúcar y alguna dosis de drama (Indianápolis, la noche mágica de Le Mans, el polvo del desierto). Vayamos por partes.

Secretos de familia

La serie arranca con la intimidad y con las raíces. En Asturias, entre su pandilla de amigos, a lomos de una bici o de un costillar en un restaurante, en la cancha de pádel  o en Lugano (Suiza), su residencia habitual, con su pareja Linda Morselli. Volvemos atrás, al padre inventor que fabricaba karts de la nada, al niño prodigio que con tres años ya manejaba volantes como si fuese un mecano. Lorena Alonso, su hermana y el único miembro de la familia que interviene en la docuserie,  cuenta cómo su padre le regaló un kart y viendo su desidia, pasó a manos del hermano pequeño, un guaje. Hay testimonio gráfico, entre circuitos urbanos de medio pelo, de locos del volante. Pero llama la atención que no haya recuerdo, que no quede rastro en su cabeza: «Yo no me acuerdo de ninguna de esas carreras hasta que tuve ocho años», dice Alonso. En breves minutos se relata el ascenso meteórico del deportista, del anonimato a la cúspide. Una familia humilde ovetense cría a un fenómeno. Y Luis García Abad, su mánager desde hace 16 años, recuerda el salto. «Un cambio a peor». Alonso entra en un mundo «hostil» y comprende que tiene que rodearse de un puñado de personas de su confianza. «Perdió su vida», añade.  En nuestra infancia está siempre todo. En la de Alonso, está también el embrión de su carácter. Su hermana recuerda la capacidad de concentración máxima de Fernando, capaz de levantarse a las cuatro de la mañana para estudiar, concentrarse durante 20 minutos, descansar otros tantos, y volver en un segundo tramo a estudiar otra media hora. Todo un antecedente de lo que vendría después.

No estoy seguro de que hagamos lo suficiente

Fernando quiere ser un retrato psicológico de Alonso. Piloto y hombre. Les resumo: un tipo matemático (le gustaba la asignatura: de nuevo la infancia), metódico, ordenado, disciplinado, muuuy competitivo, calculador, dotado de una concentración máxima. Linda Morselli da fe de su competitividad, que la lleva día a día a su vida, dice. Y de su exigencia, que se verá en siguientes capítulos. «No estoy seguro de que hagamos lo suficiente», le espeta a un ingeniero. Todo un leit motiv. En el perfil no podemos olvidar el romanticismo. Es un apasionado del motor, capaz de correr en Daytona, en Le Mans, en Indianápolis, en las dunas de Arabia. ¿Quíén más lo ha hecho antes? A eso se llama valentía y amor al oficio. Es cierto que a algunos tipos como Hamilton les hace gracia verlo por esas carreteras, chupando polvo y baches y sin un traje de Versace a mano. Pero, ¿a quién le importa la opinión de Hamilton?

Una imagen blanqueada «antihaters»

¿Quiere Alonso blanquear con la docuserie su relación con los aficionados? Sí. Se deja ver en los comentarios y en las imágenes. Alonso reconoce que en ocasiones, en ciertos eventos (publicitarios, añado)  se siente «como si estuviera en un zoo». «Puedo gustar más o menos pero prefiero no tener máscaras». ¿Un tipo antipático? La serie muestra su sentido del humor, una cualidad muy asturiana. En cualquier caso, Alonso se equivoca: el deportista es la modernización del héroe  homérico y los héroes no son queridos, son admirados. ¿Es posible gustar a todo el mundo? La serie deja ver que es un tema que al piloto ovetense le preocupa, como si quisiera ser un Joaquín chistoso. Es decir, el dilema moderno sobre la imagen que uno proyecta hacia afuera. Fernando pretende tenerlo todo. Es también un buen escaparate para Kimoa, la marca de ropa deportiva que creó hace unos años y que promociona sin pudor.

El equipo, siempre el equipo

En este año prodigioso, Alonso descubre el placer de competir en equipo. Con Buemi y Nakajima hace piña, también con Marc Coma. Capítulo  aparte es la complicidad con Carlos Sainz, premio Princesa de los Deportes. Las imágenes no mienten, tampoco la empatía. Como dice Marc Gené, «yo nunca tuve amigos en mi etapa en la Fórmula 1». Alonso descubre con ellos el éxito en Le Mans, el fracaso en Indianápolis. ¿Es posible que en esos altos niveles de competición un ingeniero confunda un milímetro con una pulgada y las mediciones hundan a su equipo? Es posible. El drama de la derrota está bien narrado en el capítulo dedicado a las 500 millas de Indianápolis.  También su transformación con Coma en un mecánico de urgencia en el Dakar en un quinto capítulo magnífico, lleno de drama y tensión, la máxima expresión del romanticismo llevado al mundo del motor. Despojado del lujo y obligado al aprendizaje, con la presión añadida de ser un bicampeón mundial, la humildad de Alonso y a la vez su ambición sorprende todavía. Solo aspira a terminar, no a ganar.

El misterio en una mochila

Alonso nos descubre su mochila y su interior: un pecé, la licencia de conducción, dos pasaportes (uno para los visados; ya tiene 21 pasaportes caducados) y los pases para las factorías de sus equipos, Toyota, McLaren. No necesita mucho más. Y sus contradicciones. ¿Cómo un tío al que le da miedo las montañas rusas y los parques de atracciones se atreve a enrolarse en un París-Dakar? O tomar las primeras curvas de Indianápolis a 360 kilómetros por hora.

El entorno herméticamente cerrado

En esta cara B queda claro su entorno más fiel. Un núcleo cerrado ante el mundo hostil que relata Luis García Abad. El mánager de Alonso cuenta cómo dejó su empresa para trabajar a las órdenes del piloto: pidió una excedencia de un año y ahí sigue. Alberto Fernández, «el Galle», un gallego que competía con Alonso en sus años infantiles, forma parte del círculo más íntimo. «En el móvil tengo apuntado Fernando Hermano», dice el Galle, que recuerda cómo Alonso, en aquellos años mozos, incluso le echó una mano como mecánico. «El Galle» es su sombra en todos los viajes: el padre de Alonso, que en su día hizo ese papel, ya ha pasado a un segundo plano. Sus opiniones se echan de menos, por cierto. También está Edoardo Bendinelli, su fisioterapeuta: «Fernando tiene el cuello y la espalda de un boxeador», describe gráficamente. París-Dakar es un baño de humildad: aquí no hay yates, sino autocaravanas, pan de sándwich y jamón york. Y omnipresente, de fondo, Asturias: tatuada en un brazo, en su Museo circuito de Llanera, en su acento, en su sentido del humor, en el casco, en un paisaje revisitado en bicicleta.  

Una metáfora final

Hay una escena que quizá define la serie. En ella, Alonso se hace la cama en la autocaravana junto a «el Galle». La elección de esas imágenes, anecdóticas, marca el espíritu final. El retrato de un tipo que durante un año se ha dado un baño de humildad pero que a la vez ha hecho lo imposible para pasar a ser una leyenda del deporte. Casi nada.