Madres y padres musulmanes admiten su temor a no enterarse de que están captando a sus hijos

Una mujer se asoma por la ventana de la planta baja de un edificio de escasa altura levantado en la colina, a escasos metros del monasterio de Ripoll. Tiene el rostro desencajado y, haciendo un esfuerzo para hablar, se disculpa desde detrás de la reja porque no tiene fuerzas para decir nada: «No puedo hablar, no sabemos dónde está. No lo sabemos», repite, mientras sostiene el estómago con la mano izquierda. La mujer hace referencia a su sobrino Younes Abouyaaqoub. Gaanimi, la madre del que supuestamente es el conductor de la furgoneta que el jueves acabó con la vida de 13 personas en las Ramblas, buscó refugio en casa de su cuñada, donde también la acompañan otras mujeres de la familia, hasta que ya no pudo más. «Está en el hospital. No podía aguantar todo esto», dice desde la ventana su cuñada.

Todo el mundo en Ripoll, un municipio de la montaña gerundense de 10.583 habitantes (la población musulmana ronda el 6 %), conoce a Gaanimi. No es difícil porque es un pueblo pequeño. El sábado por la tarde estuvo con las madres de otros de los supuestos miembros de la célula creada, como se sospecha, por el imán Abdedlbaki Es Satty. Ahí pidió a su hijo que volviera, dijo que prefería verlo en la cárcel antes que muerto, como a su otro vástago, Houssaine. Hay muchas otras mujeres de origen marroquí con hijos adolescentes que al escuchar lo que ha pasado piensan en ella. Quizá porque la conocen. «Vivíamos bien, no había problemas. No los había, hasta el jueves», comenta una mujer con chilaba negra que camina por el barrio en el que vive la señora Gaanimi. Tiene hijos, como ella. Quizá por eso siente más miedo. «Mucho miedo a que otros caigan en la red», apunta.

«¿Cómo no vamos a tenerlo? Claro que estamos asustados», comenta otra mujer que se para a hablar con ella. Ese temor es todavía mayor porque, por lo que cuentan, la radicalización de un hijo parece un proceso que les mina la mente de forma pausada. No hace ruido o, al menos, pasa desapercibido. Porque, por lo que cuentan algunos de los familiares y personas cercanas a los terroristas, nadie detectó cambios de conducta que permitieran vaticinar lo que estaban tramando.

Control paterno

«Es normal que no supieran nada porque no están con ellos, no los tienen tan controlados como puedo tener a un hijo de esa misma edad», comenta una vecina del pueblo. «Los padres están fuera muchas veces. Van a Francia o a Marruecos. Las madres son las que han de criar a sus hijos, pero ellas trabajan todo el día. Luego, con 17 años, los chicos van a Barcelona o a Vic... No saben lo que hacen, pero para que una chica musulmana pueda hacer eso mismo aquí tienen que alinearse los astros. No pueden saber qué hacen sus hijos, claro», manifiesta esta misma vecina.

El mismo temor que manifiestan esas mujeres musulmanas con hijos nacidos en España, que hablan árabe, castellano y catalán, lo dejan entrever algunos padres o abuelos de esos chicos. Aunque les cuesta más reconocerlo, lo tienen.

Mohammedi Chabar lleva más de treinta años en Ripoll, va a rezar a la mezquita Annour, donde ejerció el imán. Dice que no tiene miedo por sus hijos porque «son ya grandes. El más joven tiene más de 30 años». Pero otra cosa son sus nietos. Corren el peligro de no haber pasado aún la adolescencia y volverse vulnerables.

Otro padre que acude también a la mezquita asegura, por su parte, no temer nada. «No tengo miedo porque soy yo el que le enseña la verdad del Islam a mi hijo. El Islam condena cualquier acción que implique violencia o matar», apunta. Para muchos ese es el gran problema, la base de todo; que no haya profesores en las escuelas. Porque aquí en Ripoll el que enseñaba el Corán y su doctrina era el imán. Pensaban que no pasaba nada», afirma.

«Algunos turistas se han ido con la reserva pagada»

PAU BARRENA | AFP

«Dicen que los turistas han vuelto a ir a las Ramblas [empiezan a hacerlo, pero no con el volumen esperable en un mes de agosto], pero aquí nos va a costar. No es lo mismo porque allí sufrieron un atentado, pero los que lo perpetraron eran de aquí. ¿Quién que venga a la montaña va a elegir Ripoll habiendo otros pueblos cerca?», comenta la responsable de unos apartamentos turísticos del pueblo.

Porque el impacto económico de los atentados del jueves por la tarde y el viernes de madrugada en Barcelona y en Cambrils comienza a notarse en este pequeño pueblo del Pirineo.

«Teníamos un apartamento alquilado hasta el día 31. Pues los que estaban tenían la reserva pagada y todo, pero no han querido quedarse», añade esa empresaria. Ella no es la única que ha recibido llamadas de anulación de la reserva, al menos para este fin de semana de agosto. Los hosteleros lo lamentan, aunque no tanto como lo que han hecho unos chavales a los que llaman «el Younes» o «el Moussa».

Esperan que las consecuencias no duren mucho tiempo. Ellos mismos responden a sus preguntas. ¿Quién va a venir con los controles que hay para entrar al pueblo o con la policía haciendo registros?, comentan en un bar. En las casas el comentario que se oye es otro: «¿Cómo esos chavales han acabado haciendo esto?».

De momento, el pueblo se ha llenado de periodistas que colonizan las terrazas del casco histórico a la hora de comer. A mediodía, con el calor que hace, son también prácticamente los únicos que se dejan ver por la calle. Pronto, cuando pase todo, marcharán. Ripoll tratará entonces de recuperar la calma.