El secesionismo pierde fuelle ciudadano, pero recurre al sabotaje para maquillar su fracaso

Sara Carreira Piñeiro
SARA CARREIRA LA VOZ EN BARCELONA

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La huelga general apenas tuvo seguimiento y solo la acción de grupos radicales, que lograron bloquear carreteras y trenes, consiguió que se alterara la normalidad

09 nov 2017 . Actualizado a las 08:31 h.

Un «paro de tráfico». Así de gráfica se mostraba ayer Montse Ros, portavoz de Comisiones Obreras Cataluña, tras la huelga convocada por la Intersindical-CSC. Las perspectivas de la entidad de volver a paralizar Cataluña -como sí ocurrió el 3 de octubre- se quedaron en nada, y de hecho entre el pequeño grupo que a primera hora pudo cortar las salidas de los autobuses de la estación del Norte había cierta resignación al comprobar que eso de que «las calles siempre serán nuestras» estaba lejos de ser cierto: mientras los mossos iban sacando uno a uno a los concentrados en la rampa de salida de los autocares, los paseantes miraban unos segundos y seguían yendo a tiendas y oficinas como si nada.

Y es que esta huelga estuvo convocada por un grupo más que minoritario en las empresas de la comunidad: solo tiene 253 de los 21.000 delegados sindicales, menos del 1 %. La definición rápida que hizo Ros se acercaba bastante a la realidad: ante el escaso seguimiento de la huelga, pequeños y compactos grupos de manifestantes se movilizaron para multiplicar su impacto impidiendo el tránsito de personas y mercancías, sobre todo hacia Barcelona (en el momento álgido, con 70 cortes simultáneos en distintas carreteras) y molestar lo máximo posible en las conexiones terrestres con Europa (por La Junquera pasan cada día 20.000 camiones) y ferroviarias con Madrid. Unos 150.000 pasajeros se vieron afectados por los problemas en la circulación de los AVE, cortada durante doce horas por la acción de los manifestantes en Gerona, y los trenes de cercanías. A media tarde, medio millar de jóvenes invadieron las vías en la estación barcelonesa de Sants, que tuvo que suspender los trenes y cerrar.

Más consumo eléctrico

Al margen de estos actos violentos, la jornada transcurrió con normalidad. En las calles se notaba algo menos de viandantes y más niños de lo acostumbrado. Porque la huelga solo tuvo un apoyo sindical importante, el de Ustec, el mayoritario en la enseñanza pública no universitaria, y la participación de agrupaciones de estudiantes. Los organizadores cifraron en el 80 % el seguimiento de la huelga en la enseñanza, aunque la delegación del Gobierno habla de un 30 %.

Pero en ningún caso la movilización llegó al corazón económico, ya que, según datos recabados por Efe, el consumo de energía eléctrica aumentó un 5 % en Cataluña en relación con la mañana anterior. «Nosotros -explicaba ayer Ros en referencia a los sindicatos grandes, como UGT, Comisiones o CSIF- somos representativos por algo. No somos cuatro amigos, sino que movilizamos a miles de personas [CC. OO. tiene 21.000 delegados en Cataluña]». Y añadió que no han caído en la trampa secesionista: «A nadie le interesa que se señale en las empresas quién es independentista y quién no; los trabajadores no vamos a facilitar esa fractura».

La lectura es similar en la patronal. Fomento del Trabajo aseguraba ayer que la huelga tuvo un seguimiento «imperceptible», mientras que Pimec (que agrupa a las pequeñas y medianas empresas) lo situó en poco más del 4,3 %.

«Son cuatro niñatos que cortan una carretera y te llaman fascista si trabajas»

«No pongas mi nombre, pero yo estoy harto de todos estos. Son cuatro niñatos que cortan una carretera y te llaman fascista si quieres trabajar. ¿Eso es la libertad? ¿Qué libertad me dejan a mí?». Así de enfadado se mostraba ayer el responsable de una tienda de discos en la zona de la calle Dels Tallers, en pleno centro de Barcelona. Su queja no fue aislada, ya que a primera hora de la mañana hubo algunos enfrentamientos entre conductores retenidos en los atascos y jóvenes que mantenían las barricadas.

En otros casos, los trabajadores que atendían al público en Barcelona no se quejaban por la convocatoria de paro, aunque al final decidiesen no secundarla: «Nosotras podemos estar solidarizadas con las cosas que pasan -decía una empleada de la carnicería Emi, en la calle de Calabria, cerca de la Gran Vía-, pero somos trabajadoras y necesitamos el empleo y el sueldo. Solidaridad sí, pero primero es la familia».

Hace poco más de un mes, el 3 de octubre, se organizó un «paro de país» para protestar por las cargas policiales del 1 de octubre, y en aquella ocasión el respaldo sí fue masivo: «Yo no puedo faltar al trabajo -apuntaba la carnicera al respecto- un día cada mes».

Algo parecido piensa Rita, dependienta de la zapatería Scala Dei, en la calle de Santa Ana. Ella reconoce que hacer huelga es un derecho necesario, pero que tiene consecuencias para los trabajadores que se acogen a él. Con respecto a la movilización de ayer, dijo no haber tenido ningún problema para abrir la tienda, a pesar de estar en el centro turístico de la capital, aunque sí detectó que era una jornada «más tranquila» que otras.