Y el «exiliado» venció al «preso» del procés

David Suárez Alonso
D. Suárez LA VOZ

ACTUALIDAD

ARIS OIKONOMOU | Afp

Los errores de ERC en campaña le pasan factura y permiten que Puigdemont se convierta en el líder del bloque independentista a pesar de su esperpéntica huida a Bélgica

21 dic 2017 . Actualizado a las 23:53 h.

El gran duelo de las elecciones catalanas no era entre bloques. La pelea real del 21D era un cara a cara, y estaba dentro de las filas independentistas. Carles versus Oriol, o lo que es lo mismo, el candidato exiliado contra el encarcelado por el procés. Puigdemont y Junqueras ya no se conformaban con que los números sumasen, porque tras el amago de DUI, el independentismo y el procés ya no eran la prioridad. Estaban tan confiados que, incluso antes de que los catalanes votasen, ya se estaban peleando por una presidencia (si el 155 lo permite), para la que tendrán que volver a hacerle guiños a la CUP. Finalmente, y al contrario de lo que pronosticaban las encuestas, unos 12.000 votos inclinaron la balanza hacia Puigdemont, que pese a vencer no podrá cogerse un avión de vuelta tan rápido como soñaba. Siendo Ciudadanos la lista más votada y con las diferencias evidentes y públicas del bloque independentista, el líder de Junts per Catalunya tendrá que negociar más de lo prevsito para contar con los apoyos necesarios en el Parlament.

Cuando arrancó la campaña, Junts per Catalunya ya presionaba por hacer presidente a Puigdemont aunque ERC fuese el partido más votado. Tenían asumido que los republicanos se llevarían la mejor parte de aquel improvisado pastel llamado Junts pel Sí. Pero no fue así. ¿Qué pasó para que ERC, a la que las encuestas daban como vencedora, se quedase finalmente en tercera posición? El politólogo Carlos Barrera ,en su análisis de final de campaña, ya destacaba que «el tirón popular y de imagen Puigdemont como icono del independentismo, por delante de una ERC demasiado confiada pero desorientada y sin líder visible». Y así es. Marta Rovira quedó tocada tras aquella acusación sin pruebas de que el Gobierno había amenazado con muertos en las calles y su duelo con Arrrimadas la dejó fuera de combate. El partido la dejó en un segundo plano, fuera de los medios nacionales y con presencia solo en los círculos más favorables. Ya no había «sucesora designada» y Tardá, Rufián, Romeva e incluso Forcadell empezaban a tener su hueco. Y se guardaban en la manga de Estremera el último cartucho.

El mártir llegó tarde

«Yo estoy aquí porque no me escondo nunca de lo que hago y porque soy consecuente con mis actos, decisiones, pensamientos y voluntad. Hemos demostrado que damos la cara». Con esta frase, Oriol Junqueras dejaba claro en la RAC1 que volvía a asumir el mando y hacía público que el enfrentamiento con Puigdemont era personal. Arrancaba la estrategia in extremis de Esquerra para reconducir la situación. Rovira no funcionaba, Forcadell seguía desaparecida aunque amenazase al Estado, Rufián gastaba su retórica con Pérez Reverte y ya nadie se acordaba de esos grandes lazos amarillos que ocupaban los asientos vacíos en todos sus actos. La única solución era relanzar la figura de Junqueras, que se aficionó a las cartas y los audios desde prisión. Su reacción llegó tarde porque Puigdemont, desde la comodidad de su retiro en Bruselas (según él, exilio), ya se había convertido en el icono del independentismo. 

El presidente no huyó, se exilió

Con la imagen por los suelos tras su esperpéntica marcha a Bruselas, pocos confiaban en que una campaña presidencialista como la de Junts per Catalunya funcionase. Para muchos de los convencidos del procés, Puigdemont había tomado la vía fácil, había vendido a sus compañeros de gobierno y se había acomodado en un hotel de Bruselas, un «exilio» que poco tenía que ver con las condiciones de Estremera. Desde allí pudo jugar un poco más a lo que le gusta, la épica. Se apoderó de la palabra «legítimo», obvió que había sido cesado tras la aplicación del artículo 155 y se imaginó sus propio regreso: bajando de un avión tras el 21D y llegando entre aplausos al Parlament para ser investido president. No se salía del guión, él seguía considerándose presidente de Cataluña y no estaba huyendo de la Justicia, estaba «exiliado». Ya lo dijo la entrenadora de sincronizada convertida en candidata Anna Tarrés: «Puigdemont es nuestro líder y maestro; iremos tras él». Y poco a poco, entre paseos y conexiones vía skype, se fue aprovechando de los errores de Esquerra y fue creciéndose. Como las cosas parecían irle bien, incluso se permitió contestar a los reproches de Junqueras:«Estamos aquí porque no nos escondemos, porque somos consecuentes». 

Ni la comprometida situación de su rebautizado y rebautizado partido, ni el 3 %, ni el caso Pujol impidieron que los herederos de la antigua Convergencia se colocasen por delante de Esquerra. Sin el escudo de Junts pel Sí tocaba dar la cara por primera vez ante el electorado catalán y la bufanda le ganó la batalla al lazo amarillo. Pero, como en realidad estas elecciones no iban de bloques, Puigdemont tendrá que afrontar sus propias derrotas: tras el 21D ya no es el líder independentista sin fisuras de puertas para fuera y ahora la líder de la oposición es la candidata más votada.