Eduardo Zaplana, un político siempre en el filo de la navaja y obsesionado con hacerse millonario

G. B. MADRID / LA VOZ

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BENITO ORDÓÑEZ

La carrera política del exministro está repleta de episodios oscuros

23 may 2018 . Actualizado a las 10:46 h.

La carrera política de Eduardo Zaplana está repleta de episodios oscuros. Tantos, que lo sorprendente es que hasta ayer no haya tenido que responder nunca ante la Justicia. A su primer cargo público, el de alcalde de Benidorm, llegó en 1991 gracias al polémico voto de un tránsfuga socialista al que luego contrató. Dos años antes, en una grabación del caso Naseiro que posteriormente fue anulada, había dejado esta declaración de intenciones: «Tengo que ganar mucho dinero, me hace falta mucho dinero para vivir». Lo cierto es que, pese a la leyenda, nunca dijo eso de que había entrado en política «para forrarse».

Simpático, de buen trato, populista y siempre preocupado por su imagen, en 1995 era ya presidente de la Generalitat Valenciana tras pactar con Unión Valenciana. Y en 1999 ganaba ya por mayoría absoluta. Semejante éxito, y a pesar de que la mayoría de sus faraónicos proyectos, como la adaptación de la Ciudad de las Artes y las Ciencias o la construcción del parque temático Terra Mítica, estuvieron siempre salpicados por la sombra de la corrupción, hizo que Aznar lo llamara en el 2002 para entrar en su Gobierno como ministro de Trabajo y Asuntos Sociales. Pese a las reservas de muchos en el PP, se ganó la confianza del presidente, que lo nombró portavoz del Gobierno. Y cuando en el 2004 los populares pasaron a la oposición, Rajoy lo convirtió en el portavoz del PP en el Congreso.

Tras la nueva derrota popular en el 2008 renunció a su escaño. Logró quedar al margen del gran estallido de corrupción del PP valenciano, que afectó de lleno a Francisco Camps y a Rita Barberá, y se dedicó plenamente a su reconocida aspiración: ganar mucho dinero. Fichó primero como delegado para Europa y luego como asesor del Grupo Telefónica, que ayer le retiró un sueldo que, con la asistencia a los consejos, llegó a alcanzar el millón de euros. Pero su buena estrella había empezado a apagarse hace tiempo. El propio Camps lo había señalado como el hombre que introdujo a Álvaro Pérez, el Bigotes, en el PP valenciano. Fue implicado también el caso Taula. Y las escuchas del caso Lezo permitieron comprobar que, además de hacer negocios turbios con un Ignacio González ya en el disparadero de la corrupción, seguía enredando en el PP y manteniendo el contacto con su mentor, José María Aznar.