El juez atribuye a Charlín una «reiterada y constante» actividad en el narcotráfico

S. González / J. Romero VILAGARCÍA / LA VOZ

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La investigación subraya que mantiene su actitud pese a haber sido apartado del alijo

14 ago 2018 . Actualizado a las 12:03 h.

Una cosa es que Manuel Charlín Gama y su hijo Melchor hayan quedado en situación de libertad provisional, tras ser detenidos en el transcurso de la operación Barranca Bermeja, y otra muy distinta que el titular del Juzgado de Instrucción número 4 de Vigo considere que el clan arousano nada tuvo que ver con los entresijos del alijo de 2,7 toneladas de cocaína interceptado la semana pasada frente a las islas Azores. Todo lo contrario. En sus conclusiones el magistrado sostiene que, a la vista de la investigación desarrollada por el Grupo de Respuesta Especial contra el Crimen Organizado (Greco) de la Policía Nacional, el veterano capo arousano hace gala de una constante y reiterada actividad delictiva en el ámbito de las organizaciones dedicadas al narcotráfico. Como quiera que uno de sus colaboradores, Víctor Manuel Pérez Santos, se la jugó y consiguió apartar al patriarca de este negocio en concreto, tanto él como su vástago ven pasar los días hoy en el chalé que comparten en Vilanova y no contando telarañas en una celda. Pero su situación de investigados por pertenencia a una organización criminal se mantiene.

Es más, el juez aprecia que la tenaz búsqueda de Charlín de una operación de narcotráfico que le reporte un buen beneficio económico es constante. Y que se mantiene en la actualidad, por mucho que la jugada de Pérez Santos le haya supuesto al clan un frenazo temporal en su contumaz persecución de un golpe que le devuelva sus alas perdidas.

La investigación concluye que, en sus movimientos, la familia Charlín se apoya, sobre todo, en los contactos que conserva en Portugal. Fueron precisamente estas conexiones las que el clan activó mientras se mantuvo en la partida del alijo incautado en alta mar. Las conversaciones interceptadas por la policía dejan bastante claro este punto. Las referencias al «Viejo», término que los narcos emplean para aludir al patriarca, son constantes. En algunas de ellas toma parte el propio Melchor, cuyos viajes al otro lado de la raia son continuos. De alguna forma, los diálogos intervenidos sugieren una ansiedad creciente en el comportamiento del hijo del capo, a medida que Víctor Pérez se va ganando a la trama lusa y viaja en persona a Sudamérica, cerrando el círculo y rompiendo la última amarra que ataba a los Charlines a una operación que hubiese resultado enormemente lucrativa. Colocados en Galicia, los 2.700 kilogramos de cocaína aprehendidos les hubiesen reportado a los organizadores del alijo unos 67,5 millones de euros. Para colmo de infortunios, la Policía Judiciaria lusa le pisa los talones al grupo portugués. Ellos no lo saben, pero la fuerzas de seguridad controlan ya cada uno de sus pasos. 

Dos alijos simultáneos

A partir de marzo, el Viejo y Choujón, mote que el resto de los miembros de la trama emplean para hablar de Melchor, se esfuman del expediente. Hasta entonces, la idea que se desprende de las investigaciones es la contratación en Portugal de un pesquero con el que cruzar el Atlántico para el transporte de la cocaína. En su defecto, una embarcación con base en Muxía con la que trabajar desde Cabo Verde. En todo caso, hay dos alijos en marcha. Este, de corte clásico, y otro, camuflado en un contenedor de mercancía legal. Paralelamente, Víctor Pérez estaría gestionando un envío de maletas cargadas de sustancias psicotrópicas a través de algún aeropuerto portugués. Bien para buscarse la vida por su cuenta, bien para financiar la operación principal. La irrupción en el tablero de Pedro Rodríguez, armador del remolcador Titán III, descarta las opciones anteriores e intensifica el aislamiento de los Charlines.

Un apunte. Si el magistrado no obliga al capo a comparecer periódicamente en el juzgado es solo en atención a su edad. Charlín cumplirá 86 años en noviembre.

El remolcador, que arribó a Canarias, solo se utilizaba para el transporte masivo de cocaína

Una semana después de ser abordado, el Titán III arribó ayer al puerto de Las Palmas de Gran Canaria, escoltado por el Fullmar, el buque de operaciones especiales del Servicio de Vigilancia Aduanera que permitió a los GEO ejecutar la interceptación. A bordo viajaban los cuatro tripulantes que trataban de aproximar el alijo a 80 millas de la ría de Arousa: además del armador, Pedro Rodríguez, Antonio Rull y dos ciudadanos senegaleses. La droga se distribuía en fardos de treinta kilogramos cada uno.

El remolcador tiene su historia. La investigación, también. Aunque su última fase fue materializada por los grupos Greco y Udyco del Cuerpo Nacional de Policía, en ella intervinieron también la Guardia Civil, Vigilancia Aduanera e incluso la Ertzaintza. Fue, de hecho, la policía vasca la que, bajo la dirección de un juzgado de San Sebastián y la colaboración de la Guardia Civil, inició las pesquisas en torno a la embarcación. Aquello sucedía a finales del 2016. El barco se llamaba entonces Zumaia II y operaba desde Bilbao. En realidad fue construido en un astillero de Gijón en 1972 y su primer nombre era Sertosa Catorce. Las primeras indagaciones revelaron que el Titán no tenía otro cometido que el transporte de droga y que tanto su armador, Pedro Rodríguez, como la estructura que le daba apoyo se asentaban en el sur de España para ofertar desde allí sus servicios al mejor postor.

Entre A Coruña, Vigo y África

El Titán cambió de nombre y de pabellón, ahora panameño, para trasladarse al puerto de A Coruña, primero, y al de Vigo, a continuación. Se movía constantemente entre Galicia, Andalucía, Libia, Marruecos y Senegal, desde donde zarpó en su último viaje, que hizo levantar la ceja a los agentes encargados de su seguimiento. No muchos patrones se proponen cruzar el Atlántico con un remolcador, como trató de hacerlo Pedro Rodríguez, contratado desde mayo por la trama galaico-portuguesa para hacer el trabajo y orillar a los Charlines.

A la vista de las diligencias, ese último servicio fue un verdadero desastre. El Titán III sufrió dos averías y se quedó sin combustible en Senegal, antes de soltar amarras en busca de un alijo que recibió cerca del Caribe. No solo cargó más material del previsto, obligando a la red a cambiar sus planes, sino que, para colmo de males, se quedó sin máquina en las Azores, días antes de hacer la entrega. Un final de esperpento.