Así se prepara Xi para resistir a EE.UU.

maría puerto PEKÍN / E. LA VOZ

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POOL | Reuters

Pekín ve en la guerra comercial desatada por Washington una simple excusa para frenar su ascenso político global

02 oct 2018 . Actualizado a las 07:45 h.

El gigante asiático saca pecho ante las presiones de EE.UU., que la semana pasada superaron el ámbito de la guerra comercial al acusar Donald Trump a Pekín de querer influir en las legislativas de noviembre. Xi Jinping ha desempolvado una vieja receta maoísta: ser autosuficiente. En un escenario bien elegido como mensaje, una de las fábricas estatales de maquinaria más grandes de China, situada en la provincia de Heilongjiang, el presidente chino aseguró que era hora de que el país redujera su dependencia de las tecnologías extranjeras. «Unilateralismo y proteccionismo están obligando a China a confiar más en sí misma para su desarrollo y eso no es malo», afirmó, unas declaraciones con las que parece dejar claro que China se prepara para una larga guerra comercial.

Las acusaciones de interferencias en las elecciones norteamericanas fueron rechazadas tanto por el ministro de Exteriores, Wang Yi, en la ONU, como por el portavoz de su ministerio en Pekín, recordando que China se rige por el principio de no injerencia en los asuntos internos de ningún país. China incluso se ha permitido destacar que el aficionado a intervenir en otros países es EE.UU., en clara referencia a las amenazas de Trump a Venezuela.

El Gobierno chino está convencido de que Washington utiliza la excusa de la guerra comercial para, en realidad, frenar su ascenso no solo económico, sino también como referente político en la escena internacional. Y los últimos pasos de la administración Trump lo arman de razones. Washington impuso sanciones al China por la compra de armamento a Rusia, anunció una nueva venta de armas a Taiwán e incluso envió a sus bombarderos B-52 a pasearse por el Mar de China meridional, una zona cuya soberanía reclama Pekín.  

Caladero de votos

Es cierto que la subida de aranceles con la que China ha contraatacado a EE.UU. ha sido elegida para castigar al habitual caladero de votos de Trump, por ejemplo, a los productores de soja. Pero China no puede seguir a EE.UU. en su escalada de aranceles, ya que sus importaciones son menores. El año pasado sus compras de productos estadounidenses ascendieron a 130.000 millones de dólares frente a los 506.000 millones en ventas. Pese a ello, asegura que puede atacar con otras medidas, sin especificar, que seguramente se traducirán en más dificultades a las empresas norteamericanas para operar en el mercado chino. Lo que sí niega Pekín es que vaya a jugar con la devaluación del yuan para sostener sus exportaciones.

Para rebajar el impacto en la economía china, Pekín ya ha aprobado un recorte de los costes de aduanas valorado en 8.700 millones de dólares e incentivará la financiación de las pymes exportadoras. También ha publicado un libro blanco para contrarrestar las acusaciones norteamericanas, en el que reivindica que la inversión y el comercio con China se traduce en millones de empleos en EE.UU. y genera enormes beneficios a sus empresas. De todas formas, Pekín parece haber asumido que no se podrán reconducir las relaciones mientras no pasen las elecciones norteamericanas y Trump quiera ganar votos mostrando mano dura contra China.

La crisis puede resquebrajar la buena sintonía que tanto Trump como Xi escenificaron en sus encuentros. Trump dijo admirar a Xi Jinping, o quizás admiraba el poder de un hombre fuerte que no tiene que rendir cuentas en forma de elecciones, tal como él hacía en sus negocios. Xi siempre se mostró mucho menos efusivo, pero indudablemente le gusta tratar con un presidente que no tenía interés en poner sobre la mesa la violación de los derechos humanos.