Mercados con poca oferta, la alta calidad de las variedades asturianas o la obtención de ingresos a corto plazo son algunas claves de este plan agroecológico «a la carta»
Redactora
La huerta asturiana tiene variedades regionales de una calidad «notablemente» superior a las nacionales estándar, por ejemplo, de guisantes, tomates o pimientos. Y lo mismo ocurre con la avellana o la castaña, con variedades locales muy apreciadas por su alta calidad. El interés de la manzana de mesa, por ejemplo, radica en que el mercado es «prácticamente inédito» y con muy poca oferta pese a sus posibilidades en Asturias.
Además, existen nuevas variedades de manzana de mesa de alta calidad que, aunque no son autóctonas, son muy resistentes a las enfermedades más importantes que afectan al manzano en Asturias. Y, en todo caso, el Servicio Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario de Asturias (Serida) ha desarrollado variedades muy adecuadas para mesa o para uso mixto. Estas son algunas de las diversas posibilidades «interesantes» que se incluyen en la propuesta de un plan agroecológico elaborado por cinco técnicos del Serida para Moal, la aldea de Cangas del Narcea en la que ha echado a andar una cooperativa vecinal para tratar de crear oportunidades laborales en el pueblo cultivando las tierras que hoy están sin uso.
Este plan de producción agroecológico contiene, como el caso de la manzana de mesa, planteamientos interesantes que se pueden extrapolar a cualquier otro territorio rural en el que una comunidad aspire a vivir de lo que «sale de la tierra» con viabilidad económica y ecológica. Para ello, en Moal se ha partido de una premisa inicial: una aldea no va a generar su propia economía a no ser que recupere la gestión de su entorno y, el más inmediato, es el que siempre se había dedicado a plantaciones de huerta y frutales.
En Moal, serían 60 hectáreas que se sitúan en la zona más próxima a las casas, en la vega y en las partes más bajas de la ladera. «Ese espacio tradicionalmente tenía la vocación de esa producción de huertas muy variadas, en torno a la casa y de pequeño tamaño, con algunos frutales e incluso plantas aromáticas y medicinales, que constituían la botica de la comunidad local y la base de los condimentos que usaban en la cocina», explicó el ingeniero técnico agrícola del Serida Guillermo García, en la presentación del plan en la jornada Moal, una economía agroecológica para la aldea del siglo XXI.
A corto o a medio plazo
La zona de las vegas tradicionalmente se dedicaba a producciones más extensas y, cuando el terreno empezaba a empinarse, se alternaba centeno con panizo. La propuesta actual plantea un catálogo de posibles cultivos y aprovechamientos, teniendo presente que el sistema de producción es agroecológico. Es decir, «debe atender y procurar la biodiversidad, que es la piedra angular de este sistema de producción, empezando por la propia diversidad de cultivos y variedades». De mano, en las huertas y en los frutales, que se vuelven a ubicar en torno a las casas, entre ellas y en otras zonas de la vega algo más alejadas. «Esta producción a corto o a medio plazo tendría que tener un peso importante en el sistema agroecolólogico local de Moal, en virtud de los beneficios económicos que puede proporcionar», consideró García.
«Ese sistema agroecológico empezaría despacio y tendría que ir creciendo y consolidándose, para lo que va a a necesitar recursos económicos y la producción hortícola puede ayudar mucho porque es la que genera más altos ingresos -que no es lo mismo que rentabilidad- por unidad de superficie», dijo el técnico del Serida, que mencionó también que, dentro de las actividades agrícolas, también es la que menos inversión inicial requiere cuando se hace al aire libre o la que permite recuperar más rápido esa inversión inicial.
«Una plantación de frutales puede tardar varios años en estar a pleno rendimiento y generar rentabilidad, pero una producción hortícola en unos meses está generando ingresos», precisó García, que no obstante consideró que debería disponerse de una superficie cubierta bajo invernadero porque «los rendimientos económicos son muy superiores» y porque «permite hacer una planificación y poder trabajar cuando las condiciones meteorológicas son adversas».
En cuanto a las variedades locales que aportan valor añadido a una producción ecológica, en el caso de Moal, puso como ejemplo el fabón que lleva el nombre del pueblo y que es una judía parecida a los judiones de El Barco de Ávila, que gozan de un gran prestigio. .
«El fabón de Moal es además una faba identitaria de la gastronomía local y, como otras variedades regionales de algunos cultivos, tiene una calidad notablemente superior». En el caso de los frutales, la propuesta para Moal plantea la posibilidad de llevar a cabo alguna plantación regular de algún frutal de especies tradicionales como el manzano, sin perder de vista el interés de las variedades con destino a fruta de mesa, o que ofrezcan un «producto diferenciado de muy alta calidad» como el caso del avellano o del castaño. E incluso plantaciones de especies como los frutos rojos que, en el caso de esta aldea, se adaptan perfectamente.
Para las zonas en pendiente, se propone cultivar cereales como antes pero no solo los tradicionales sino otros nuevos como el trigo o la escanda, «que no es propia de la zona pero que puede tener mucho interés si se hiciese una transformación del cereal para ofrecer productos elaborados como pan o casadielles». También, al estar Moal en la denominación de origen Vino de Cangas, se plantea la posibilidad de estudiar si se pueden cultivar viñedos en las laderas más orientadas al sur.
Setos vivos con aprovechamiento
Tras estos cultivos principales, el plan agroecológico plantea también hacer uso de asociaciones de cultivos para que se beneficien mutuamente, como en el caso de las fabes, el maíz y las lechugas o cebollas y perales, o de setos vivos que se podrían mejorar o crear con especies que puedan aportar algún tipo de aprovechamiento inmediato. Enebros, tilos, laureles, lavanda, moreras u otros arbustos de frutos rojos para hacer mermeladas, infusiones o cosmética son algunas de las posibilidades que en ese sentido mencionó García, sin pasar por alto el posible aprovechamiento de algunas especies para los arreglos florales y la floristería. En el entorno de las casas, la propuesta del Serida también ve oportunidades en producciones de tipo avícola, de apicultura o de lombricultura.
El castaño, que en Moal ocupa unas 28 hectáreas en la zona de solana próxima a las casas, es una unidad funcional en el plan agroecológico de la aldea por su gran extensión y por el valor de la castaña como fruta, con dos planteamientos: rehabilitar los sotos de castaños tradicionales, «muchos de ellos prácticamente improductivos y en estado de abandono» y, en caso de plantearse nuevas plantaciones, tener presente que Asturias tiene variedades de castaña «altísima calidad y prestigio» como la de Parede -que además es originaria de la zona y está muy presente en Cangas del Narcea-, Chamberga o Valduna.
«El castaño es un árbol multifuncional que además permite la posibilidad de una actividad mixta silvopastoral aprovechando la raza del gochu asturcelta», consideró también García, que además mencionó otros aprovechamientos del bosque como el cultivo de shiitake. Posibilidades, todas ellas, en las que hay que tener en cuenta el peso creciente de los alimentos saludables y del comercio proximidad en la bolsa de la compra y el arraigo que existe en Asturias hacia los productos de la tierra en un sentido también geográfico.
La experiencia cooperativista de Moal, en donde primero se tendría que llegar a un acuerdo de concertación parcelaria con los propietarios de las fincas, también tiene como objetivo ordenar el paisaje del entorno de la aldea a través de esa gestión organizada y colectiva de sus tierras como se hacía antaño. De hecho, para elaborar esta propuesta agroecológica, se emplearon sistemas de información geográfica para definir las zonas idóneas para cada cultivo, además de comprobar mediante ortofotos de 1970 y 2017 la transformación que provoca que las tierras de una aldea dejen de trabajarse, por ejemplo con la desaparición de cortafuegos naturales o con el cierre del paisaje en determinadas áreas, que serían más vulnerables a incendios y proliferación de plagas.