Rebeca Pereira: «Entre mis niños y los de acogida he llegado a tener 6 en casa»

Alejandra Ceballos López / S.F

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Esta madre sabe que incluso sus hijos biológicos «pertenecen a la vida». Con esta filosofía, abre las puertas de su hogar para brindar oportunidades a los que las necesiten.

09 sep 2022 . Actualizado a las 13:26 h.

En la casa de Rebeca Pereira reina la armonía, que no el silencio, también la calma y el sentido común. Ella tiene 3 hijos biológicos y 3 de acogida. «En total en casa tengo a seis, dos hermanos en acogida permanente, los míos y una bebé que llegó hace poco», explica. Desde que son tantos, las dinámicas han cambiado, pero siempre para bien.

En el 2017, cuando su hija menor estaba recién nacida y, en palabras de Rebeca, ella tenía las hormonas a flor de piel, leyó una noticia de un bebé que habían dejado abandonado en la basura en Ourense. Rebeca supo que tenía que hacer algo.

Se inscribió en un congreso de familias de acogida en Madrid, y desde ese día, el amor no para de multiplicarse en su hogar. «La gente me decía: ‘Tú estás loca', y yo respondía que por eso me iba a formar. Empecé a buscar en dónde podía aprender más sobre este tema. Mi marido también preguntaba que si estaba loca, y yo le contaba que no iba a traer un niño a casa, simplemente quería saber qué eran las familias de acogida y si podía hacer algo. Pero una cosa llevó a la otra», recuerda con gracia.

Después de los cursos, y de mucho ahondar, Rebeca decidió que lo mejor que podía hacer por estos niños era convertirse en una madre de acogida, y ahora su marido también está feliz.

Los dos tuvieron una reunión con sus hijos biológicos, y decidieron entre todos que esto era lo que querían. Se pusieron manos a la obra, hicieron los cursos de la Cruz Roja y enseguida se graduaron como padres. «Ahí nos dieron el carné, como dice mi marido», cuenta ella.

Luego empezaron los acogimientos, niños recién nacidos, otros más grandes, estancias de siete meses, o permanentes, como se denomina a los niños que llevan más de dos años con una familia.

A pesar de la cantidad de hijos, esta mujer parece más relajada de lo que podría pensarse. «Es que la gente cree que cinco hijos es cinco veces uno, pero un niño solo siempre necesita más atención que cinco. Cuando tienes tantos hijos, cambian las prioridades, ya no le pones cánones a la existencia, ni te preocupas de que ellos estén como un pincel. La vida en sí misma es hermosa, tú solo la dejas ser», explica con una sonrisa mientras cuenta que en su casa todo funciona porque cada uno tiene sus funciones.

Desde los 3 años todos los niños se visten solos, y los mayores ayudan a cuidar a los más pequeños, «pero no es porque yo se lo pida —explica— es porque ellos se ofrecen a ayudar. Mi hija mayor, por ejemplo, cuando llega de estudiar lo primero que hace es coger a la más pequeña y la lleva a su cuarto a mimarla, o a darle el biberón. Es que es sentido común».

«El otro día vino una amiga a comer a casa y le dije que nos viéramos en el supermercado. Y ya te imaginas, yo iba con dos carros enormes. Para agilizar, unos niños descargan el carro, otros ayudan a meter las cosas en la bolsa. Mi amiga me decía: ‘Esto es para sacar en un vídeo y mostrárselo a la gente'. Son los niños los que van pasando por los pasillos y me van diciendo qué hace falta y lo van cogiendo. Solo hay que dejarles ser», relata.

 Miedo al adiós

Además del número de hijos, el otro miedo de quienes ven con escepticismo el estilo de vida de Rebeca es el tener que despedirse de los niños de acogida, que no pasaría si fueran adoptados.

«Hay aproximadamente 300 familias de acogida, pero más de 1.700 niños en centros de menores. Para adoptar, en cambio, hay listas de espera», argumenta diciendo que prefiere este camino. Además, refuta con sabiduría: «Los niños son míos y son de la vida. Y me dolerá cuando se vaya mi hija [biológica] a estudiar a la universidad, pero cuando estos niños se vayan con su mamá o su papá porque ya están mejor, diré: ‘¡Olé!'. Ellos adoran a su mamá y a su papá y a mí me van a tener siempre. Toda la educación que les doy es como un pequeño hilo transparente que se estira hasta el infinito. Estos niños necesitan que les conecten con gente de amor, que sientan que pueden tirar de este hilo, que va a sonar una campanita y aquí estaré yo para ayudarlos, aunque no estén a mi lado físicamente».

Por lo demás, no se preocupa. Cuando no está en casa, o bien sus hijas mayores o bien su marido se encargan de las cenas, y los pequeños ayudan con lo que pueden. Cuando está en casa, igual. Cada uno cumple con sus funciones. Rebeca tiene habitaciones llenas de literas para hacerle un hueco a quien quiera venir, porque también son bien recibidos los amigos de sus hijos. «En mi casa los niños lo pasan bien porque están libres, no me estreso con tonterías», dice.

Sin embargo, reconoce que a nivel institucional falta mucho trabajo por hacer, como dar visibilidad a las familias de acogida, o un enfoque que priorice el bienestar de los niños y prevenga las situaciones de vulnerabilidad. «Se trata de dar oportunidades. Ya bastante tienen estos jóvenes en centros de menores como para hacérselo más difícil. En lugar de apagar fuegos, hay que meter ese dinero en prevención», dice.

Rebeca descubrió en la acogida la posibilidad de resolver las necesidades de los niños, y este modelo es el que más sentido tiene para ella, porque permite desinstitucionalizarlos y llevarlos a una familia. «Entendemos que en los centros hay muchos y muy buenos profesionales, pero al final, no deja de ser un centro. No se cumple el derecho del niño a crecer en una familia», dice.

Así, en el 2019 decidió pasar a la acción y actualmente es la presidenta de Acougo, Asociación Galega de Familias de Acollida, que, además de prestar apoyo a las familias, busca crear programas para todas las posibles necesidades que puedan tener los niños y las madres o padres que no tienen una red de apoyo.

Ella tiene claro que de este modelo se benefician todos. Claro que Rebeca asegura que ella y su familia son los más beneficiados. Sus hijos, porque tienen un laboratorio de emociones en casa que les dará muchas herramientas útiles para la vida. En cuanto a sí misma, no duda: «El acogimiento es una medida preciosa, pero no es completamente altruista. Yo me desvivo por los niños, pero es mucho más lo que me dan ellos a mí».