Nicolás Maduro, el capitán de un barco a la deriva

Julio Á. Fariñas REDACCIÓN / LA VOZ

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Ed Carosía

Venezuela lleva casi tres décadas viviendo en un mar de turbulencias, paradójicamente provocadas por su principal fuente de riqueza: el petróleo

17 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Venezuela lleva casi tres décadas viviendo en un mar de turbulencias, paradójicamente provocadas por su principal fuente de riqueza: el petróleo. A finales de los 90 se hizo con el control del barco un osado comandante que cogió el viento a favor de la permanente subida de precios y, a toda máquina, puso rumbo hacia lo que él mismo bautizó como el socialismo del siglo XXI.

Pero los vientos cambiaron y la travesía se complicó. El comandante-capitán enfermó y no se le ocurrió mejor idea que dejar al frente del barco al grumete que más pleitesía le rindió a lo largo de la travesía.

Así fue como llegó a la presidencia de Venezuela Nicolás Maduro Moros, un conductor de metrobús de ascendencia colombiana que hoy está al frente de un barco a la deriva a punto de estrellarse.

Cuando el viento de los precios del petróleo empezó a soplar en contra, el barco, lastrado por graves fallos de diseño, no dejó de dar bandazos. La ineptitud o la impericia, o ambas, de un piloto cada vez más nervioso y con menos respaldo de la tripulación le impidió recuperar el rumbo.

Si bien es cierto que la sucesión en la presidencia fue refrendada en las urnas, no lo es menos que hace poco más de seis meses esas mismas urnas, en las elecciones a la Asamblea Nacional, le dieron un respaldo masivo a una oposición que desde entonces se plantea su relevo como primer paso para reconducir la gravísima crisis que atraviesa el país. Algo que quieren hacer por la vía institucional: el referendo revocatorio.

La reacción del grumete fue la previsible: ignorar y sabotear con todos los artificios a su alcance las decisiones de la mayoría parlamentaria. Lo último, decretar el estado de excepción en todo el país.

¿Cómo acabará esta accidentada travesía? Para algunos observadores de la realidad venezolana las medidas incluidas en ese decreto y en la prórroga de la emergencia económica ya son de por sí un golpe de estado encubierto. Con las nulas perspectivas de mejora de una economía que acumula una inflación del 180 % en lo que va de año y un desabastecimiento de productos básicos que va a más -ya ni los chinos le fían-, o los suyos o los militares lo fuerzan a que se vaya o estalla otro Caracazo y la calle lo echa. Por lo que nadie apuesta es por un Maduro en el palacio de Miraflores a finales de año.