Dilma y Nicolás, las dos caras de la democracias populistas americanas

Julio Á. Fariñas A CORUÑA

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Carlos Garcia Rawlins | Reuters

Dilma Rousseff, la primera mujer que llegó a la presidencia del país más grande del subcontinente americano, que acaba de ser destituida de su cargo por el parlamento de su país y ya se encuentra instalada en su apartamento privado de Tristeza, un barrio de Porto Alegre. Su buen amigo ?al menos en apariencia- Nicolás Maduro, se resiste a someterse a las previsiones de la constitución venezolana para liberar al país de gobernantes incompetentes, como él.

11 sep 2016 . Actualizado a las 08:31 h.

Dilma y Nicolás son los paradigmas de la cara y la cruz de las democracias de corte populista que prendieron en distintos países de América Latina inspiradas, en buena medida, por el régimen imperante en Cuba desde la llegada de los Castro al poder, pero que han evolucionado de forma desigual.

Dilma ha acatado el veredicto del juicio político que le abrió el parlamento el pasado mes de mayo, en el contexto de un tsunami anticorrupción que atraviesa el país y que tiene su epicentro en la petrolera estatal Petrobras. En consecuencia, ha recogido sus pertenencias personales en el Palacio de la Alborada, que hasta el pasado martes fue su residencia oficial y ya se encuentra instalada en su residencia privada del barrio Tristeza de Porto Alegre dnde viven su única hija, Paula, y sus dos nietos. Maduro se resiste a abandonar el palacio presidencial de Miraflores y a trasladarse a la casa que dice haberse autoadjudicado de la Misión Vivienda, a pesar de que el 80 % de los venezolanos no lo tragan.

Desde su Tristeza la ex guerrillera Dilma seguirá dando la batalla jurídico-política contra lo que ella considera que fue un «golpe parlamentario» impulsado por su ex-vicepresidente y actual presidente Michel Temer e incluso puede llegar a recuperar la presidencia porque fue destituida pero no inhabilitada.

 

 

El cuerpo del delito

Los cargos que le costaron el puesto fueron algo no infrecuente en los sistemas democráticos, pero que las leyes del país carioca califican de «crímenes de responsabilidad». Su delito fue haber maquillado el déficit los presupuestos del Estado para mantener determinados programas sociales que le asegurasen la reelección en el año 2010. algo que en el argot político brasileño llaman «pedaladas fiscales».

Curiosamente no se han formulado hasta la fecha cargos contra ella por el descomunal escándalo de los sobornos en la petrolera estatal Petrobras que afecta al grueso de la clase política del país y que en su mayoría arrancan de la etapa en la que ella tenía el mando sobre la empresa.

Tampoco se la imputa haber recibido dinero para su campaña desviado de la petrolera y de grandes obras públicas, algo que sí admitieron ex ejecutivos de una constructora ante los fiscales.

El proceso no incluye la denuncia de Deicidio do Amaral, el principal senador del oficialismo, que la acusó de haber intentado liberar a empresarios involucrados en el caso Petrobras nombrando a un alto magistrado.

Tampoco la ha acusado nadie, al menos hasta la fecha, de enriquecimiento personal. Todo ello en un país en el que, según Transparencia Brasil, más de la mitad de los congresistas y senadores están siendo objeto de investigaciones penales por delitos que van desde el soborno y el homicidio a la exclavitud.

 El Lula venezolano

Mientras tanto, su vecino del norte, Nicolás Maduro, en quien algunos ingenuos llegaron a ver en algún momento al Lula venezolano, por su remoto pasado sindicalista, representa la democracia la cara más negra del populismo en la región. Nueve meses después de haber sufrido una estrepitosa derrota en las elecciones legislativas, acredita una ignorancia supina de principios tan básicos de la democracia,  como la separación de poderes. Todavía no ha digerido el resultado de las mismas, y para neutralizarlas construyó un poder judicial a su medida. No solo no acata los acuerdos de la mayoría parlamentaria sino que amenaza con inhabilitar a los representantes de la oposición y tiene asfixiada económicamente a la Asamblea Nacional.

Tiene a los venezolanos pasando hambre y privaciones de todo tipo, mientas sigue gasto cientos de millones de dólares a la compra de armas. Confunde las caceroladas con las que es recibido en sus visitas a antiguos feudos chavistas con aplausos y cuando se entera, manda que los detengan. Utilizó la cumbre de países no alineados celebrada estos días en la isla Margarita para insultar de forma grosera a la oposición y ordenó que no se le vendan pasajes aéreos para viajar fuera del país a sus parlamentarios.

Es tal su apego al cargo que se resiste a poner fecha a un referendo revocatorio que sabe que va perder por goleada y pone el gobierno y la depauperada economía venezolana en manos de unos militares que en muchos casos no pueden salir del país porque en el exterior pesan graves cargos contra ellos, contra algunos en concreto por narcotráfico.

Fin de ciclo

Distintos analistas de la realidad latinoamericana coinciden en que la caída de Dilma es un paso más en el fin ciclo de la hegemonía de la izquierda -seudo izquierda en la mayoría de los casos- que empezó con la derrota del kirchnerismo en Argentina y siguió con el triunfo de la oposición en las legislativas venezolanas de diciembre, la derrota de Evo Morales en el referendo que convocó para poder concurrir a un cuarto mandato y la desmovilización de la guerrilla marxista de las FARC en Colombia.

Todo esto, según declaró Cassio Luiselli, ex alto diplomático mexicano, al periodista Jon Lee Anderson, «es el final del proyecto cubano en el hemisferio». Al hilo de esto el prestigioso reportero del New Yorker en un reciente análisis sobre el proceso de Dilma citaba también a Ignacio Ramonet, el biógrafo oficial de Fidel y Chávez, quien en una conferencia pronunciada en NuevaYork admitió que «tal vez el ciclo histórico de la revolución está llegando a su fin y lo importante ahora es el buen gobierno». Si sigue por esta derroteros es poco probable que Maduro le encargue su biografía.