El juicio a Lula por corrupción complica sus aspiraciones de suceder a Rousseff

La Voz REDACCIÓN / LA VOZ

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Sebastiao Moreira | EFE

Según la acusación, el expresidente brasileño se benefició de obras por casi un millón de dólares en un apartamento en las afueras de Sao Paulo, además de otras prebendas

22 sep 2016 . Actualizado a las 07:27 h.

«Me denuncian por miedo». Así de rotundo se manifestaba el expresidente brasileño Lula da Silva tras conocer la decisión del Ministerio Público del país sudamericano de abrirle juicio -será el segundo- por su implicación en un caso de corrupción, en este caso el Lava-Jato. Según la acusación, Lula se benefició de obras por casi un millón de dólares en un apartamento en las afueras de Sao Paulo, además de otras prebendas.

El magistrado Sergio Moro, a cargo de los juicios por la trama corrupta en torno a la petrolera estatal Petrobras, consideró como suficientes los indicios para abrir un proceso contra Lula, así como contra su esposa, Marisa Leticia Rocco, y otras seis personas. «Es el comandante máximo de la corrupción en el país», llegó a declarar el responsable de la instrucción del sumario durante la presentación de sus conclusiones finales.

El exmandatario rechazó los cargos. «Estoy triste de que el juez Moro aceptase la demanda contra mí, pese a que es una farsa, una gran mentira», dijo Lula en una teleconferencia desde Nueva York.

Como muchos otros líderes salpicados por casos de corrupción, Lula ha optado por la vía del ataque para defenderse de las sospechas que se ciernen sobre su etapa como presidente, aprovechando el excesivo afán de protagonismo del fiscal y la endeblez de alguna de las acusaciones planteadas contra él.

Un 360 % más de patrimonio

A Lula, además del relato del fiscal, también le han perjudicado las investigaciones paralelas de algunos medios de su país. Uno de ellos, recogía el pasado fin de semana una detallada relación de bienes que cifraba el aumento del patrimonio de histórico sindicalista en más de un 360 % desde el día en el que dejó la presidencia del gigante sudamericano.

Pero el hombre que dejó el cargo de máximo mandatario de Brasil en el 2010 por imperativo legal -la Constitución recoge la limitación de mandatos-, lejos de arredrarse, insiste en la teoría de la conspiración de carácter político. En medio del proceso de destitución de Dilma Rousseff, su protegida y sucesora en la presidencia del país y víctima de un «impeachment» apoyado por la mayoría del Senado debido a irregularidades en la gestión de las cuentas públicas, se presentó como la alternativa del Partido dos Trabalhadores, su formación, al cargo de primera autoridad del país en caso de prosperar la caída de su sucesora.

Ese horizonte de retorno a la primera línea política parece más lejos que nunca. Las encuestas revelan un enorme deterioro de su imagen popular, con los niveles de apoyo por los suelos. Y a esa pérdida de simpatía entre los ciudadanos de a pie hay que sumar la dura batalla judicial que se le avecina. «La «persecución judicial que sufro es obra de una élite económica y política que no perdona que un obrero haya llegado al poder» en Brasil, un país del cual afirma que «desde el descubrimiento había estado gobernado por la aristocracia».