Triunfo histórico de Trump, que gobernará en Estados Unidos con más poder que Obama

César Rodríguez Pérez
César Rodríguez LA VOZ / REDACCIÓN

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Tras una larga noche de escrutinio, el magnate recuperó la Casa Blanca para un partido republicano que nunca vio con buenos ojos su candidatura. Y que en los próximos cuatro años también controlará las dos cámaras que sirven de contrapeso al presidente

09 nov 2016 . Actualizado a las 20:29 h.

Saltó la sorpresa en Estados Unidos. Tras una larga noche de escrutinio, que por momentos se hizo casi eterno, Donald Trump emergió, contra pronóstico, como presidente electo y sucesor de Barack Obama

El magnate de 70 años que, revestido de candidato antisistema, competía bajo el estandarte del partido republicano, consiguió superar con holgura el umbral de los 270 delegados necesarios para mudarse al menos cuatro años a la Casa Blanca tras imponerse en varios estados clave, como Florida, y arrebatar al partido demócrata bastiones que habían votado por Obama y los demócratas en anteriores comicios, como Pensilvania o Wisconsin, un estado que no ganaban desde 1984.

Su rival por el partido demócrata, la experimentada Hillary Clinton, muy identificada con la política tradicional, era la gran favorita, pero se dio el trompazo. Fue por detrás del republicano durante todo el recuento. Y auguró su propia derrota cuando a las tres de la madrugada, hora española, publicó un tuit en el que daba las gracias a su equipo, pasara lo que pasara. Y después pasó lo que pasó. Cada noticia que llegaba sobre un estado decisivo o, por ejemplo, sobre ese Betanzos estadounidense llamado Ohio (sus electores siempre optan por el ganador) iba estrechando un poco más sus aspiraciones presidenciales. Y ensanchando las de Trump.

Tras una campaña a cara de perro, llena de descalificaciones, amenazas y ataques, en la que las televisiones fueron decisivas, a ambos aspirantes los separaron en muchos estados solo un puñado de votos. Eso prolongó la agonía de la candidatura de la ex primera dama y actual secretaria de Estado, que decidió imitar a Richard Nixon (cuando perdió con Kennedy) y no dar la cara en público tras confirmarse una derrota que, dada su edad, debería suponer el principio del fin de su carrera política.

Los demócratas tendrán que buscar otro candidato para competir dentro de cuatro años con Trump (suspiran por Michelle Obama). Y tendrán que prepararse para una larga travesía del desierto: los republicanos ostentarán la presidencia y el control de las dos cámaras. Gozarán de un gran poder si se avienen a llegar a acuerdos con un magnate al que no querían como cabeza de cartel, pero que les ha dado una presidencia inesperada.

Hillary dio la espantada, pero llamó a Trump para reconocer su derrota y felicitarlo. Y el presidente electo, que en los ardores de la campaña amenazó con meterla en la cárcel, fue generoso y también la felicitó públicamente. Lo reveló en su discurso de la victoria. Allí, ante las cámaras, se mostró como el gran animal televisivo que es y transmitió al sobresaltado mundo, el mismo al que había asustado en campaña con sus promesas mágicas y radicales, que piensa cumplir, un mensaje conciliador.

Trump, que tomará posesión el 20 de enero, prometió ser «presidente para todos los estadounidenses». También llamó a «todos los republicanos, demócratas e independientes» a reconciliarse «como un pueblo unido». El mensaje no era fortuito. La carrera hacia las urnas que ha llevado a este hombre sin experiencia política a asumir el cargo con más poder del planeta ha estado trufada de excesos de todo tipo. Y seguramente pasarán factura a una sociedad estadounidense que padece fuertes tensiones, aunque la economía se haya recuperado durante los mandatos de Obama.

Tres espejos pueden dar la medida de lo que supone el veredicto de las urnas. Uno, la reacción de los mercados mundiales, que temblaron de manera desaforada a medida que se consolidaba la victoria republicana (Hillary era la favorita del establishment). Dos, las búsquedas en Internet, siempre un gran termómetro de los movimientos de la opinión pública, que reflejaron un aumento notable de las consultas sobre las posibilidades de emigrar desde Estados Unidos a Canadá. Y tres, la reacción de varios líderes ultras europeos, que saludaron la victoria de Trump como si fuese un epílogo del Brexit y un prólogo de lo que puede ocurrir en el 2017 en las elecciones francesas.