Francia revive el fantasma de su mayor tragedia terrorista un año después

ALEXANDRA FERNÁNDEZ PARÍS / CORRESPONSAL

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CHARLES PLATIAU | REUTERS

Hollande podría asistir esta noche al concierto de Sting que reinaugurará el Bataclan

12 nov 2016 . Actualizado a las 09:53 h.

Los franceses se han habituado a vivir con el terrorismo. Un año después de los atentados de París, la capital continúa con su ritmo frenético: las terrazas llenas, los Campos Elíseos abarrotados y las colas para subir a la Torre Eiffel, interminables. El cierre de estaciones de metro por el hallazgo de un «paquete sospechoso» no provoca más reacción que ceños fruncidos y suspiros de impaciencia. Los bares del distrito 10, el más castigado durante los atentados, reabren sus puertas.

Sin embargo, el fantasma de la noche del 13 de noviembre sigue sobrevolando la ciudad. Aquí y allá, grupos de militares armados pasean por las calles. A la entrada de los grandes almacenes, turistas en fila india abren sus mochilas y bolsos. Desde el 26 de noviembre, Francia está en estado de emergencia. El Ejecutivo lo ha prolongado hasta en cuatro ocasiones. La última y la más importante, una semana después de los atentados de Niza del 14 de julio: seis meses, hasta enero de 2017.

El alcance de los atentados, que dejaron 130 muertos, ha obligado a François Hollande a tomar otras medidas excepcionales. Entre ellas, el aumento de 843 millones de euros para el presupuesto del Ministerio de Interior en el 2017 y la adjudicación de la cartera de Justicia a Jean-Jacques Urvoas. El bretón es conocido por haber estado a cargo de cuestiones de seguridad dentro del Partido Socialista Francés y los medios galos no dudan en afirmar que el país tiene hoy dos ministros de Interior. 

La generación Bataclan

Pese a la aparente recuperación de París, los atentados del 13 de noviembre marcaron un antes y un después para toda una generación. El objetivo del Estado Islámico, un concierto de rock en un barrio de fiesta poblado por estudiantes y jóvenes profesionales, provocó un fenómeno de identificación con las víctimas por encima de los lazos geográficos, sociales o afectivos. De entre 16 y 35 años, venidos a la capital de pequeñas ciudades provinciales, con un Erasmus a sus espaldas y fascinados por las oportunidades que la ciudad ofrece. El «podría haber sido yo» ha causado un trauma entre los que los medios galos ya llaman «la generación Bataclan». «Al estar en el mismo rango de edad que las víctimas del 13 de noviembre y frecuentando los mismos lugares para salir, los atentados me han marcado enormemente», señala Juliette Allot, estudiante de derecho de 25 años. A diferencia del ataque a la redacción del periódico satírico Charlie Hebdo el 7 de noviembre de 2015, ahora esta generación se siente perseguida por el EI. La joie de vivre, la alegría de vivir con la que los franceses describen a la juventud, representa todo lo contrario al grupo terrorista.  

Concierto para reinaugurar

El Bataclan abrirá esta noche sus puertas, por primera vez tras la masacre. Será para un concierto de Sting. El excantante del grupo Police ha querido ser el portador del mensaje que la dirección del local quiere mandar: «Mostrar al mundo que el Bataclan avanza, que el Bataclan vive?». La seguridad ha sido reforzada ante la posibilidad de que François Hollande decida asistir junto con los supervivientes y familias de las víctimas, a pesar de que estos han solicitado que sea un acto sobrio y discreto. 

Un héroe luchando contra las sombras de la tragedia

PHILIPPE LOPEZ | AFP

La noche del 13 de noviembre del 2015, Jules se convirtió en la cara humana de las víctimas del Bataclan. Fue el primero en describir en televisión el infierno vivido en la sala de conciertos de la que escapó 15 minutos después de la irrupción de los tres terroristas. Pasado un año tras la masacre que dejó 89 muertos, Jules solicita el anonimato total ante el «volcán de seguidores» que le acosan desde su aparición en televisión. «De un día para otro, me encontré en la lista de correos de víctimas del 13 de noviembre», confiesa en Le Monde. La cuenta de Twitter del francés de 28 años subió hasta los 10.000 seguidores la noche de los ataques. «Fue el primero que habló de ello realmente. No hubo ningún montaje, daba la impresión que estaba contando lo que les pasó a sus amigos», recuerda Audrey, una joven de 18 años que ha convertido a Jules en su «Justin Bieber propio». Desde entonces se ha propuesto conocer todo sobre su ídolo, desde sus familiares hasta su novia, a la que de vez en cuando envía mensajes en las redes sociales. 

En su discurso, Jules mencionó, sin darse muchos aires, haber ayudado a una víctima. Para Mylène es un «gesto de héroe». «Fue lo que más me emocionó. Además de salvar el pellejo, tomó un enorme riesgo para salvar la vida de una joven que no conocía». La suiza de 32 años reconoce haberle enviado mensajes de ánimo públicos (y pasionales en privado) durante meses antes de que la bloqueara.

El de Jules no es un caso aislado. Personas que, como él, se convirtieron en sensaciones mediáticas tras los atentados, luchan hoy por escapar del estatus de «víctima del Bataclan». Los mensajes de apoyo, de buena fe aunque insistentes, les impiden superar un episodio de sus vidas ya de por sí difícil. Jérémy Maccaud, de 27 años, relató en varios platós las horas que pasó encerrado en una habitación del Bataclan durante la toma de rehenes. En un principio, los mensajes le tranquilizaron, al «ver que había una empatía colectiva sobre lo que sucedió». Sin embargo, pocos meses después recibió una declaración de amor, seguida de una proposición de encuentro en un hotel, enviada a la oficina en la que trabaja. Jérémy también recibe mensajes de Audrey: la adolescente no se pierde ni un solo programa sobre los atentados y le avisa en las redes sociales cada vez que se emiten.

La devoción que presentan mujeres como Audrey o Mylène van más allá de la compasión. Detrás de los mensajes de ánimo se oculta una intención de apropiarse de la tragedia. «El hecho de establecer contacto con una víctima ofrece la posibilidad de hablar de ello con mayor gravedad», explica Christian Delporte, historiador. «Convirtiéndonos en amigo de alguien que estuvo en el Bataclan nos volvemos nosotros mismos una víctima, participamos en el dolor», detalla el especialista. Un año después de la masacre, Jules es acosado «cotidianamente». En LinkedIn, la red social para profesionales, una mujer en la treintena le envía mensajes todos los días. Recientemente recibió en su lugar de trabajo una caja de bombones de parte de una joven obsesionada con él desde hace más de ocho meses. El continuo acoso ocupa hoy una parte de su vida más grande que la que dedica a curar la depresión que le fue diagnosticada tras los atentados.