El legado siniestro del dictador cubano

Enrique Clemente Navarro
Enrique Clemente MADRID / LA VOZ

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Ernesto Mastrascusa | Efe

La represión contra cualquier forma de disidencia marcó la larga era de Fidel Castro

30 nov 2016 . Actualizado a las 07:50 h.

Es el lado siniestro del legado de Fidel Castro, que echa por tierra el mito de la revolución cubana. La represión, en algunos períodos especialmente feroz pero siempre presente hasta nuestros días, ha marcado los 58 años del régimen castrista. El propio Castro dejó claro muy pronto que no iba a tolerar la menor crítica. En 1961, en el discurso con el que cerró un encuentro con intelectuales, lanzó una clara advertencia: «Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada». Una máxima que completaba otra: «Frente a los derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos de ese pueblo no cuentan». Esas eran las bases para perseguir y eliminar cualquier disidencia. Castro utilizó la amenaza de la invasión estadounidense, que fue muy real en los primeros tiempos y luego pura ficción, para justificar la represión en todas sus formas: fusilamientos, largas condenas de cárcel, acoso, palizas, detenciones arbitrarias, muerte civil, actos públicos de repudio, exilio e incluso asesinatos extrajudiciales, según algunas organizaciones.

Las ejecuciones sumarias comenzaron desde la victoria de los barbudos el 1 de enero 1959. El Che Guevara ejercía de fiscal supremo en los juicios contra los «criminales de guerra» en La Cabaña. En 1959 fueron ejecutadas 997 personas. Pero la represión no solo alcanzó a los seguidores del dictador Batista, sino a los propios compañeros de armas de Castro, como fue el caso de Hubert Matos, que pasó 20 años en la cárcel. Ante las protestas internacionales, Castro respondió: «La justicia revolucionaria no se basa en preceptos legales, sino en la convicción moral». Después de la invasión de Bahía Cochinos, derrotada en 48 horas en abril de 1961, se intensificaron los fusilamientos. Entre 1961 y 1964, 1.914 personas fueron pasadas por las armas.

Contra los homosexuales

Según relata Allen Young en Los gays bajo la revolución cubana, en 1965 se constituyeron las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, que en realidad eran campos de concentración en los que se reeducaba a homosexuales, jóvenes que se salían de las normas, curas o vecinos de mala reputación. Los Comités de Defensa de la Revolución, que controlaban -y controlan- cada casa, delataban a quienes se «desviaban». Por allí pasaron, antes de que se cerraran en 1967, el futuro cardenal Jaime Ortega y el músico Pablo Milanés. Para Castro, la homosexualidad era una «desviación».

La represión continuó en los setenta y los ochenta, con menos ejecuciones. En 1989 Cuba vivió el que se ha llamado último proceso estalinista, que acabó con las condenas a muerte del general Arnaldo Ochoa, considerado un héroe de la revolución, y otros militares de alta graduación. En el 2003, 75 opositores fueron condenados en juicios sin garantías a penas de entre 6 y 28 años de cárcel. Al mismo tiempo, eran fusilados tres jóvenes que secuestraron una embarcación para huir a EE. UU. Intelectuales de izquierda como José Saramago, Günter Grass, Susan Sontag o Carlos Fuentes condenaron el carácter represivo del régimen.

Marifeli Pérez-Stable, profesora de la Universidad Internacional de Florida, cifra las ejecuciones políticas entre 7.000 y 10.000. Otros autores rebajan la cifra a 3.000. Los presos políticos que han pasado por las prisiones castristas son unos 50.000, según Pérez-Stable.

Tras la muerte de Castro, varias organizaciones han coincidido en destacar las violaciones de derechos humanos. Erika Guevara-Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional, denunció la «represión despiadada a la libertad de expresión», las detenciones y el hostigamiento de los críticos. Para Human Rights Watch, Castro instauró «un sistema represivo que castigó prácticamente todas las formas de disenso, un legado que perdura incluso después de su muerte». Ambas destacan los logros en educación y sanidad, que, según HRW, se vieron contrarrestados por largos períodos de dificultades económicas y políticas represivas.

La huida a Estados Unidos de decenas de miles de balseros pone en evidencia las carencias del régimen

Miles de cubanos se lanzan cada año al mar para tratar de alcanzar las costas de Estados Unidos, cruzando en precarias embarcaciones el estrecho de la Florida, en busca sobre todo de mejores condiciones de vida, pero también de libertad. La cifra de balseros que se juegan sus vidas en una peligrosa travesía ha aumentado un 65 % en el último año fiscal, debido al temor de que Washington ponga fin a sus beneficios migratorios. Desde el 1 de octubre del 2015 hasta septiembre de este año, 7.358 cubanos emigraron ilegalmente por mar hacia Estados Unidos. Los inmigrantes temen que tras la reanudación de relaciones diplomáticas entre ambos países se derogue la Ley de Ajuste Cubano de 1966, que permite a los cubanos permanecer en Estados Unidos con numerosos beneficios. Washington aplica desde la década de 1990 la política de «pies secos-pies mojados», que permite quedarse a los cubanos que tocan tierra firme, pero repatría a los que son capturados en el mar.

La cifra del último año fiscal está muy lejos de la llamada crisis de los balseros de 1994, cuando, poco después de la caída de la Unión Soviética, se calcula que salieron de la isla en botes o balsas caseras unos 37.000 cubanos.

Desde el triunfo de la revolución, más de dos millones de cubanos se han ido de la isla, una cifra muy elevada para un país de poco más de once millones de habitantes. El éxodo cubano comprende cuatro grandes oleadas migratorias, cada una caracterizada por una composición social diferente. En la primera ola (1959-1962), los que se fueron constituían la élite de Cuba. La segunda fue el resultado de la negociación entre Washington y La Habana de la salida de los cubanos a través de un puente aéreo. Los denominados vuelos de la libertad estuvieron transportando cubanos diariamente hasta 1974. La tercera ola fue la de los llamados marielitos: más de 125.000 cubanos salieron de la isla en apenas siete meses -entre abril y octubre de 1980- con destino a Estados Unidos. Castro aprovechó la crisis para vaciar las cárceles de presos comunes y enviarlos al país vecino. Al término de los años ochenta comenzó un nuevo éxodo cubano que no ha terminado aún, el de los balseros.

Los obispos católicos de la isla piden «que nada enturbie la convivencia»

La Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC) lamentó ayer el fallecimiento del expresidente Fidel Castro y pidió que «nada enturbie la convivencia entre nosotros los cubanos».

En un mensaje divulgado en su página web, los obispos católicos también expresaron sus condolencias a la familia del líder de la revolución y a las autoridades del país.

«Desde nuestra fe encomendamos a Fidel Castro a Jesucristo, rostro misericordioso de Dios padre, el señor de la vida y de la historia y, a la vez, pedimos al señor Jesús que nada enturbie la convivencia entre nosotros los cubanos», manifestaron los prelados.

Desde hace algunos años han aumentado los contactos entre la Iglesia y el Gobierno y varios templos han sido devueltos después de que fueran expropiados en los primeros años de la revolución, una etapa de tensiones que ya se han ido superando.

A las condolencias de los obispos católicos se sumaron las enviadas por el Consejo de Iglesias de Cuba, que reúne a más de la mitad de las iglesias evangélicas de la isla, en un comunicado que expresó su sentimiento de «tristeza profunda, mitigada solamente por la convicción de que seguirá viviendo en el alma de la nación cubana». «Solamente podremos honrar su legado desde el compromiso patriótico con su pensamiento y obra, en la convicción de que, como a él, Dios nos confortará y nos guiará por sendas de justicia», indica el texto.

De La Habana a Santiago

Los cubanos pudieron ver ayer por primera vez, a través de la televisión, las cenizas del expresidente Fidel Castro, depositadas en una urna de madera en la sala Granma de la sede del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en la retransmisión del acto de homenaje que le rindió la cúpula del Estado, con su hermano Raúl Castro al frente.

Los restos mortales saldrán hoy de La Habana con destino a Santiago de Cuba, en un recorrido de más de mil kilómetros que durará cuatro días y que rememora, a la inversa, el realizado por Fidel Castro en 1959 tras la victoria de las fuerzas revolucionarias frente a las de la dictadura de Fulgencio Batista.

El domingo, las cenizas de Castro serán inhumadas en el cementerio de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba, la ciudad considerada cuna de la revolución y donde reposan los restos del héroe nacional José Martí.