Crisis de fe en la socialdemocracia

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Pascal Rossignol | REUTERS

Cuando Manuel Valls dice que «el socialismo está muerto» sin duda incurre en una exageración, porque en política no hay que dar nunca nada por muerto

10 may 2017 . Actualizado a las 07:39 h.

La crisis de los partidos socialistas es un hecho. A los reveses sufridos en España, Holanda, Francia es muy probable que se sume pronto Gran Bretaña. Cuando Manuel Valls dice que «el socialismo está muerto» sin duda incurre en una exageración, porque en política no hay que dar nunca nada por muerto, pero está claro que el problema va más allá de una simple crisis de resultados. De hecho, si tomamos como ejemplo Francia, veremos que la suma de los votos obtenidos en la primera vuelta por el candidato socialista, Benoît Hamon, y el de la izquierda populista Jean-Luc Mélenchon arroja un 26 %, lo que está dentro del rango de 17-29 en el que se ha venido moviendo el Partido Socialista Francés (PSF) en el último cuarto de siglo. Por tanto, y quitando la parte comparativamente pequeña que se escapó en la primera vuelta de las presidenciales hacia el centrismo que representa Macron, los votos siguen estando más o menos ahí, solo que se han dividido entre una variante moderada y otra más radical del PSF.

Pero no es en las cifras, sino en los nombres, donde se oculta el verdadero problema: tanto Mélenchon como Macron son antiguos líderes del PSF, como lo es todavía Manuel Valls. No es solo el electorado el que ha perdido fe en el proyecto de partido. También parecen haberla perdido los dirigentes. La cúpula socialista se encuentra entregada a una interminable representación de Hamlet: dudas y puñaladas, y nada parece funcionarles. El giro a la izquierda se ha ensayado sin éxito en Gran Bretaña, el giro al centro fue letal para los socialistas griegos. En Francia, donde Hamon intentó encontrar un punto medio entre ambas estrategias, el resultado ha sido una doble escisión por la derecha y la izquierda.

De esa crisis de fe y de coherencia, el propio Manuel Valls es un ejemplo extremo. Ya en el 2007 proponía retirar el término «socialista» del nombre del partido, lo que no le impidió sacrificarse otros diez años en él ocupando puestos de responsabilidad, entre ellos el de primer ministro hasta diciembre del año pasado. Todavía en enero se presentaba a las primarias para encabezar ese proyecto que considera muerto. Y cuando perdió, dio su apoyo público a Macron, a quien por cierto había hecho la vida imposible cuando lo tuvo en su Gobierno. Y es que Valls no será un ejemplo de lealtad, pero tiene autoridad para hablar de la crisis existencial de la socialdemocracia europea. No porque su diagnóstico sea certero, sino porque él la encarna a la perfección.