Un cóctel de viento, rayos y fuego deja 62 muertos en el peor incendio de Portugal

Juan Capeáns / Carlos Ponce / Marcos Míguez LA VOZ EN PEDRÓGÃO GRANDE

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Vecinos de Pedrógão Grande perecieron al intentar huir de sus casas en sus coches

19 jun 2017 . Actualizado a las 08:17 h.

La naturaleza es así. En cuestión de horas es capaz de convertir un bello y verde paraje rural en un infierno en llamas, para después dejar un rastro de cenizas y desolación insoportable. Es lo que ha ocurrido en Pedrógão Grande, un municipio a unos 200 kilómetros al noreste de Lisboa y a 60 kilómetros al sur de Coímbra, que es el epicentro del que ya se considera uno de los peores incendios de la historia de Portugal.

Nada, no hubo absolutamente nada que aliviase los efectos destructivos de un incendio que, según las primeras investigaciones, se inició en un árbol que recibió el rayo de una tormenta seca. De esos caen miles a lo largo del año, pero la sequía de los últimos meses, la ola de calor y un viento enfurecido que se levantó sobre las ocho de la tarde del sábado convirtieron la zona, con una orografía ondulada pero suave y repleta de pinos y eucaliptos, en una olla a presión sin escapatoria.

El miedo generó dos reacciones en los habitantes de las pequeñas aldeas de Pedrógão. Los hay que salieron corriendo hacia sus coches para huir del infierno y otros se quedaron en sus casas atenazados y tratando de evitar lo inevitable. Los primeros murieron en el intento. El resto agradecerán de por vida el haberse refugiado en sus viviendas esperando una ayuda que no llegó hasta horas más tarde y que tampoco fue efectiva, porque los equipos de tierra poco podían hacer para contener una situación compleja, porque se expandió por cuatro focos.

El último balance oficial de víctimas, provisional, habla de 62 personas muertas y otras tantas heridas. A la mitad las encontraron o dentro de sus vehículos o en las inmediaciones de estos, donde cayeron posiblemente intoxicados por el intenso humo que cubrió la zona. En algunos casos, según relataron familiares de las víctimas, era imposible distinguir los cuerpos de los ocupantes de los vehículos y los amasijos en que se convirtieron.

Decenas de coches, camiones y furgonetas quedaron destrozados, salpicados por las diferentes pistas que unen también los municipios de Figueiró dos Vinhos y Castanheira de Pera, en el distrito de Leiria. Las casas en cambio, con muchos daños, resistieron mejor las llamas y las altas temperaturas.

«Se quedaron atrapados en una ratonera de humo», declaró el presidente de la Liga de los Bomberos de Portugal, Jaime Marta Soares, quien explicó que «cuando las personas tomaron esas carreteras, el incendio podría estar a kilómetros de distancia», según recogió Efe.

Ese fue el mayor problema. La oscuridad -los que optaron por salir de sus casas lo hicieron después de la medianoche- y el humo impedían intuir el rapidísimo avance de las llamas avivadas por lo que algunos testigos compararon con un tornado. Se propagaron de forma «que no tiene explicación», llegó a decir João Gomes, el secretario de Estado de Administración Interna, encargado de informar de la evolución del suceso que ha conmocionado a Portugal, donde se han declarado tres días de luto.

Sorprende la contundencia oficial para señalar la tormenta como la causante de los fuegos en un país que, al igual que Galicia, también suma miles de incendios cada año de los que solo un 10 % se atribuyen a causas naturales. La Policía Judicial así lo señaló: «Con un alto grado de certeza, la causa fue un rayo que alcanzó un árbol», sostuvo su director nacional adjunto, Pedro do Carmo. A pesar de que todas las condiciones naturales estaban a favor de la tragedia, habrá una investigación profunda porque todavía con cadáveres sin levantar ya había supervivientes preguntándose cómo es posible que 16 horas más tarde de que se iniciara el siniestro «ni una sola persona» con rango oficial se dirigiese a las familias.

A los primeros ecos de indignación respondió ya el presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, desde el lugar de la tragedia, donde aseguró que «no hay ni falta de competencia, ni de capacidad, ni de respuesta» ante desafíos de estas características. Con las horas, ya de día, las carreteras del área de Pedrógão Grande se fueron convirtiendo en una serpiente de luces de emergencia.

A mediodía del domingo, unos 700 bomberos trabajaban desde tierra -apoyados por medios aéreos, algunos llegados de España y Francia-, ya que el fuego continuó con varios frentes activos, algunos reavivados a última hora de la tarde. «Las previsiones meteorológicas son idénticas a cuando se declaró el fuego», dijo el primer ministro luso, António Costa, quien admitió que «muy probablemente» el balance de víctimas aumente.

El alcalde de Pedrógão Grande, Valdemar Alves, alertó con tiempo de la situación, y en la misma noche en la que comenzó el infierno declaró a medios portugueses que había «un número insuficiente» de efectivos antiincendios. Hay pueblos «totalmente rodeados por el fuego».

El drama se propagó a la misma velocidad de las llamas y las prioridades cambiaban por momentos, para desesperación de los vecinos que veían pasar las unidades sin que parasen ni un momento. Cuando no había unidades de los municipios limítrofes atendiendo otros focos que amenazaban con descontrolarse y empeorar un paraje que tardará en recuperarse. Pedrógão Grande volverá a ser verde en cinco, diez o veinte años, pero las cenizas quedarán para siempre en los corazones de sus vecinos.

MIGUEL A. LOPES | EFE

Las pistas al borde del monte que unen las aldeas fueron una ratonera

La sequía y la vegetación desbordante convirtieron toda la zona en un cóctel fatal

Cuando el coche circula por las pistas de Pedrógão Grande solo se escucha el crujir de las ramas carbonizadas. La ortofoto del GPS permite imaginar un entorno verde, muy apreciado por los portugueses por su naturaleza y su tranquilidad, pero que desde la madrugada del domingo es un paisaje lunar terrible y sobrecogedor. Los coches van apareciéndose a la vuelta de cualquier curva, y solo es posible saber si dentro quedan cadáveres porque, en ese caso, la guardia republicana los custodia.

Un grupo de forenses se reparten bocadillos y agua a la salida de Nodeirinho. Llevan levantados cincuenta cadáveres y saben que les esperan al menos once más. La siguiente parada es dura, ya se lo advierten los vecinos. «Hay una niña de 3 años». La caravana de vehículos se pone en marcha y toma la pista. La policía pide «un poco de espacio» para trabajar porque el coche en el que van a operar con sus monos blancos parece que se salió de la carretera. La judicial regresa con el certero informe visual: «Efectivamente, encontramos un cuerpo pequeño y otro más voluminoso». No hay tiempo para demasiados análisis de la zona. Otro saco al furgón, y a seguir buscando, porque tienen miedo de que haya sorpresas a falta de una prospección más profunda de la zona de Castanheira.

Es un trabajo complejo, porque a primera vista los coches están en el chasis y aparentemente no hay restos humanos, pero los hay. «Tuvo que ser como una incineradora», relata Vitor Neves, que tuvo las agallas de cruzar con su Land Rover el kilómetro de distancia que separa su casa del lugar donde murió su mujer. Lo sabe porque ella no volvió a casa, pero allí no vio nada. Solo humo y hierros.

Las pistas del municipio son buenas. Anchas y con buen firme, su mayor problema es que están invadidas hasta el límite por la maleza, y ahora por los restos de ceniza, los eucaliptos y los pinos chamuscados que se cruzan. Todos los fallecidos buscaban alcanzar la IC-8, una carretera espléndida que lleva hasta Pedrógão y que hubiera sido su salvación, porque está construida sobre viaductos y la vegetación está a una buena distancia. Pero se quedaron atrapados a menos de un kilómetro de esta vía, que se convirtió en el eje de servicio esencial para las emergencias y para los técnicos de reposición de servicios.

Los camiones de bomberos no tuvieron problemas para superar los troncos de eucalipto que cortaron las pistas, pero los forestales tuvieron que aplicarse a fondo hasta bien avanzada la tarde del domingo para despejarlas y permitir el acceso de ambulancias y grúas para proceder a la tétrica procesión de vehículos calcinados.

La banda sonora de la zona cero en la tarde de ayer era el viento, que volvió a soplar con fuerza, y las motosierras. En la radio portuguesa buscan las condolencias mundiales y los motivos. Un técnico en medio ambiente apunta una gran verdad. El incendio de Pedrógão comenzó hace muchos meses, en este invierno seco, cuando se dejó pasar la oportunidad de limpiar los arcenes de los viales, que se convirtieron en una gasolinera mortal.

El Gobierno luso niega responsabilidades en la gestión de la tragedia de Pedrógrão

La ministra de Administración Interna, Constança Urbano de Sousa, ha sido el miembro del Ejecutivo más criticado, por delegar toda la responsabilidad en su mano derecha, Jorge Gomes

Begoña Íñiguez

Ningún miembro del Gobierno portugués, comenzando por el primer ministro, el socialista António Costa, asume su parte de responsabilidad en la tragedia del incendio forestal de Pedrógão, el más grave de la historia del país, en el que han fallecido 62 personas y otras tantas han resultado heridas, seis de ellas de gravedad.

Costa fue tajante ayer, tras decretar tres días de luto oficial, durante su visita al lugar de la catástrofe: «Las causas del incendio han sido exclusivamente naturales, y extremas». Para el primer ministro luso «el calor excesivo, 45 grados el sábado por la tarde, el fuerte viento y las tormentas secas con rayos fueron el caldo de cultivo de un incendio extraordinario». Sobre si se podía haber hecho más dijo: «Se ha hecho, y se sigue haciendo todo lo posible, tenemos todos los medios técnicos a nuestro alcance, inclusive los cedidos por Francia y los dos aviones anfibios enviados por España», indicó antes de concluir: «No es el momento de apurar responsabilidades y sí de apagar el fuego, encontrar e identificar a las víctimas, consolar a sus familiares y a los que han perdido sus casas».

El jefe del Estado portugués, el conservador Rebelo de Sousa, el primero en llegar a Pedrógão Grande, pidió ayer por la noche a sus compatriotas «unión ante la tragedia». La ministra de Administración Interna, Constança Urbano de Sousa, ha sido el miembro del Ejecutivo portugués más criticado, por delegar toda la responsabilidad en su mano derecha, el secretario de Estado de su departamento, Jorge Gomes, quien estuvo durante 30 horas ininterrumpidas atendiendo a los medios de comunicación y difundiendo los partes oficiales de víctimas cada hora. Numerosas voces pidieron su dimisión en las redes sociales por no dar la cara en un momento tan dramático para el país.

Por su parte, el Colegio Oficial de Ingenieros Forestales de Portugal alertaba ayer sobre «la necesidad de limpiar los montes, preparándolos para evitar incendios descomunales, y contar con el apoyo técnico de ingenieros y técnicos forestales en las tareas de planificación de la extinción de incendios». Desde hace décadas, en Portugal los encargados de apagar los incendios son los bomberos.

Todos la formaciones políticas lusas han cancelado sus agendas durante esta semana en señal de luto.

Felipe VI, Rajoy y Feijoo muestran su solidaridad y apoyo al país vecino

Los reyes aseguran estar «sobrecogidos» por el incendio de Pedrógão Grande y han expresado su «afecto y solidaridad» al pueblo portugués. Felipe VI y Letizia han enviado un telegrama al presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, para manifestar su pésame. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, también ha transmitido en un telegrama de condolencias al primer ministro de la República Portuguesa, António Costa, «la honda tristeza y el dolor» del Ejecutivo y del pueblo español. Otro de los mandatarios que también han transmitido sus condolencias a las víctimas ha sido el presidente gallego, Alberto Núñez Feijoo. La Xunta ha ofrecido colaboración en materia sanitaria y de emergencias para ayudar en la extinción del fuego.

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