Todos contra todos en la Casa Blanca

Francisco Espiñeira Fandiño
FRANCISCO ESPIÑEIRA REDACCIÓN / LA VOZ

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El despido de Priebus ahonda la división entre Trump, su familia y sus incondicionales y el Partido Republicano

30 jul 2017 . Actualizado a las 12:03 h.

«El presidente tiene derecho a pulsar el botón de reinicio cuando quiere». Con esa lacónica expresión resumió Reince Priebus la decisión de Donald Trump de relevarle de su cargo de jefe de gabinete de la Casa Blanca, un puesto clave en el organigrama estadounidense, del que depende el personal y el funcionamiento diario del equipo presidencial.

Priebus ejerció de leal soldado del Partido Republicano, a pesar de haber sido vapuleado verbalmente por un advenedizo, Anthony Scaramucci, nombrado responsable de comunicación la pasada semana. En una desafortunada declaración, Mooch, como es conocido el agresivo ejecutivo procedente de Wall Street, tildó a Priebus de «esquizofrénico paranoico» y advirtió que su cese era cuestión de días.

Scaramucci se equivocó. Ante el incendio general en las filas republicanas, Trump decidió ejecutar un cambio que ya tenía previsto desde mediados de mayo y le entregó a su nuevo asesor estrella la cabeza de uno de sus escasos eslabones con un Partido Republicano que sigue teniendo dudas sobre si el magnate es en verdad uno de los suyos o no.

EL CAÍDO

El primero en subirse al carro. La relación de Donald Trump con Priebus viene de lejos. En el 2012, cuando el magnate amagó con presentarse a la carrera electoral por primera vez, el entonces presidente del Comité Nacional Republicano -un cargo muy influyente en la vida interna del partido- fue de los pocos que no lo tomó por un loco y apostó por sus posibilidades de convertirse en candidato. Aunque esa primera intentona no prosperó, ambos mantuvieron el contacto hasta que en el 2015 el neoyorquino decidió dar el paso adelante para competir con Hillary Clinton. Muchos le señalan como el ideólogo del discurso antiinmigración. Pero su relación empezó a quebrarse cuando salieron a la luz unas grabaciones de Trump en las que hacía gala de su misoginia. Priebus fue una de las pocas voces que puso encima de la mesa el riesgo de esas palabras y le sugirió -sin éxito- la posibilidad de dimitir.

Superada la tormenta y tras la victoria electoral, Donald Trump echó mano de Priebus y lo convirtió en uno de sus primeros nombramientos. Además de su relación personal, era un gesto hacia el partido, con el que había roto numerosos puentes durante la campaña, cuando llegó a declarar que muchos republicanos preferirían que perdiera.

El trabajo discreto de Priebus nunca acabó de satisfacer al explosivo presidente. Tampoco sus choques con Steve Bannon y el afán por proteger a Sean Spicer. La dimisión de este tras el nombramiento de Scaramucci fue la excusa de Trump para fulminar a su jefe de gabinete.

El relevo

«No quiero tontos ni idiotas». John Kelly es un general de cuatro estrellas retirado que hizo carrera en los distintos conflictos de América Latina. Era hasta ayer secretario de Seguridad Nacional y desde el lunes será el nuevo jefe de gabinete de la Casa Blanca. Será el primer general en el cargo desde Alexander Haig, con Richard Nixon, una etapa en la que los críticos de Donald Trump encuentran numerosas coincidencias con el caos actual que se vive en la avenida de Pensilvania.

Kelly ha sido elegido para reinstaurar la disciplina en las filas presidenciales. Su primer mensaje parece sacado de una película: «No quiero ni a tontos ni a idiotas en la Casa Blanca». La medida de su poder la dará la capacidad que tenga de controlar a Trump. Kelly no le conocía de nada hasta que fue nombrado para su Gobierno. Se posicionó en contra de la construcción del muro con México, calificó a Rusia de enemigo y descartó la tortura a terroristas, pero se ha ganado la confianza del magnate con su cerrada defensa de Jared Kushner en el Rusiagate y con la eficacia de sus medidas contra la inmigración ilegal, así como con su lealtad en la pelea por el decreto para prohibir la entrada en Estados Unidos a viajeros procedentes de siete países islámicos.

El partido

División absoluta. Kelly tendrá que ser además el nexo entre la Casa Blanca y un Partido Republicano que sigue lejos de aprovechar la cómoda mayoría que tiene en las dos cámaras para legislar. El último ejemplo fue la venganza de John McCain -íntimo de Priebus- el jueves para impedir derogar el Obamacare. Pero McCain es un veterano que no está solo. Al menos dos corrientes organizadas y contrapuestas intentan sacar ventaja de sus votos para defender sus postulados. La más conocida es el Freedom Caucus, un grupo ultraconservador y libertario que tiene tres docenas de miembros entre el Congreso y el Senado y que reclama la rebaja de impuestos y el adelgazamiento de la estructura del Estado.

Enfrente se sitúa el Tuesday Group, a imagen y semejanza del Wednesday Group de los 60, y supuestamente más centrista. Su estrategia consiste exactamente en lo mismo que la del Freedom Caucus: hacer valer sus votos para conseguir dinero para sus líneas de trabajo estratégicas. Su número real es una incógnita -ellos dicen ser medio centenar- y sus planteamientos, un misterio más allá de una política fiscal ultraconservadora.

El resto del gabinete

Ministros en la cuerda floja. La caída de Priebus no será la última de un Trump que se ha mostrado de gatillo fácil. Sus iras se centran ahora en Jeff Sessions, su ministro de Justicia, al que ataca casi a diario por inhibirse en el Rusiagate y no destituir a Robert Mueller, el independiente que investiga la relación del presidente y su familia con Putin antes y después de las elecciones. «Los ataques rozan el mobbing», aseguran los expertos estadounidenses sobre los mensajes de Trump criticando a Sessions, otro histórico del Partido Republicano y muy afín a Reince Priebus.

Tillerson apela a un cambio de actitud de Rusia para evitar más sanciones

El secretario de Estado, Rex Tillerson, expresó su deseo de que el nuevo texto legislativo sobre sanciones a Rusia acabe impulsando al Kremlin a mejorar las relaciones con Estados Unidos. «El voto casi unánime (98 a favor y dos en contra) representa la fuerte voluntad del pueblo estadounidense de que Rusia tome medidas para mejorar las relaciones con EE.UU.», dijo Tillerson antes de apelar al trabajo conjunto en los temas estratégicos para ambos países con vistas a evitar nuevas sanciones. Algunos sectores republicanos temen que Donald Trump aproveche los poderes presidenciales para vetar o dulcificar los castigos derivados de la injerencia rusa en las elecciones, teóricamente en su beneficio, algo que desataría un nuevo conflicto entre la Casa Blanca y el Congreso y el Senado.