La negativa de Trump a condenar la marcha supremacista dispara las críticas

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JOSHUA ROBERTS | REUTERS

Republicanos y demócratas atacan la falta de reacción del Gobierno en Virginia

14 ago 2017 . Actualizado a las 17:12 h.

Los asesores de Donald Trump en la Casa Blanca trabajaron este domingo a destajo para intentar apagar cuanto antes el incendio causado por la tibieza del presidente con los convocantes de la marcha supremacista de Virginia, que saldó con la muerte de tres personas, decenas de detenidos, centenares de heridos y una pésima imagen de Estados Unidos en todo el mundo por el florecimiento de banderas nazis en sus calles.

Después de doce horas de críticas de republicanos, como Marco Rubio, demócratas, que salieron en tromba contra el magnate, y organizaciones como el Congreso Mundial Judío cargaran contra Trump por no condenar el «terrorismo supremacista» registrado en las calles de Charlottesville (Virginia), la Casa Blanca emitió un comunicado este domingo a mediodía en el que matizaba las palabras del presidente, que se había referido a las peleas y al brutal atropello como «atroz muestra de fanatismo» y hablaba de «indignante despliegue de odio por todas las partes», sin mencionar de forma expresa a los convocantes.

«El presidente dijo enérgicamente en su declaración de este domingo que condena todas las formas de violencia, intolerancia y odio», dijo un portavoz de la Casa Blanca, quien ha puntualizado que Trump incluía en ella, «por supuesto, a los supremacistas blancos, al KKK, a los neonazis y a todos los grupos extremistas».

De esa forma, aunque por medio de un comunicado y no como el día anterior, a través de sus redes sociales, Donald Trump se sumaba al coro de críticas que encabezaban su propia hija, Ivanka, su asesor de Seguridad Nacional, Harry McMaster, y la práctica totalidad de los principales políticos estadounidenses. El expresidente Barack Obama escribió en sus redes sociales que ««nadie nace odiando a otra persona debido al color de su piel, su historial o su religión» y agregó, completando la cita del desaparecido líder sudafricano Nelson Mandela: «La gente debe aprender a odiar y si puede aprender a odiar, se le puede enseñar a amar».

Investigación del FBI

Al margen de la batalla política, el FBI ha abierto una investigación para descubrir posibles cómplices del autor del atropello que acabó con la vida de una mujer. El joven detenido por arrollar a los integrantes de una marcha antifascista resultó ser James Alex Fields, que había participado horas antes en una protesta en la que portaba un escudo con la enseña de la organización supremacista y neonazi Vanguard America. Fields, natural de Maumee (Ohio), apareció en una fotografía llevando un escudo negro con dos hachas blancas entrecruzadas, un símbolo habitual entre los movimientos supremacistas.

Fields está bajo custodia en la prisión de Charlottesville por cargos de asesinato en segundo grado, atropello y evasión y tres cargos de agresión con malicia. Comparecerá este lunes ante el juez.

La organización Vanguard America, que ha negado que Fields fuera uno de sus afiliados, es descrito por la Liga Antidifamación de Estados Unidos como «un grupo supremacista blanco que se opone al multiculturalismo y cree que América es una nación exclusivamente blanca».

La «alt-right», en la columna vertebral de la Casa Blanca

La manifestación de Charlottesville que acabó en tragedia tenía como principal motivo protestar contra la intención del gobierno local de retirar una estatua en memoria de Robert Lee, el general que encabezó el ejército sudista en la guerra civil norteamericana. Varias localidades estadounidenses han empezado a retirar estatuas y calles a los representantes del bando confederado, que perdió la guerra, en una suerte de ley de la memoria histórica aplicada de forma desigual. La polémica llega hasta tal punto que incluso ha fraguado un movimiento social que intenta frenar el estreno de una serie, Confederate, que estrenará uno de los canales de televisión más potente de EE.UU. por considerar que se exaltan los valores de los sudistas, que defendían, entre otras cuestiones el mantenimiento de la esclavitud.

Pero todos esos movimientos han exacerbado aún más a la otrora oculta ultraderecha estadounidense. Los alt-right -alternative right, derecha alternativa-, como ellos mismos se definen, viven días de gloria tras la victoria electoral de Donald Trump. Uno de sus más significados representantes, David Bannon, ideólogo del movimiento a través de las páginas de su periódico digital Breitbart, se ha convertido en la sombra del magnate. Ocupa el puesto de jefe de estrategia de la Casa Blanca y fue el ideólogo de campaña del republicano con mensajes que escandalizaron a buena parte de la sociedad americana: el muro contra la inmigración ilegal desde México, el fin de la cobertura médica universal, el bombardeo masivo a cualquiera que pueda considerarse enemigo, la misoginia...

El Ku Klux Klan pidió abiertamente el voto para Trump y su máximo líder, David Duke, organizó una fiesta en Washington durante la toma de posesión que ya se vio salpicada por la polémica estética nazi de algunas de sus actuaciones.

Pero esa base ultraderechista es la misma que permite a Trump mirar con desprecio a sus rivales y, a pesar de las críticas y tropiezos, mantener una fidelidad de voto del 82 % del electorado.

El conflicto con Corea del Norte destapa la crisis del Departamento de Estado

El conflicto con Corea del Norte es actualmente el mayor reto en política exterior para el Gobierno de Donald Trump. En momentos como este es indispensable el Departamento de Estado, pero la institución que dirige Rex Tillerson se encuentra sumida en su propia crisis.

En el pasado ya afloraron en varias ocasiones las diferencias de opinión entre Trump y Tillerson y la impredecibilidad del presidente puso en apuros a su secretario de Estado. Uno de los últimos ejemplos fue la amenaza de Trump de que respondería con «fuego y furia» a las provocaciones militares de Piongyang.

Las declaraciones del mandatario sorprendieron incluso a Tillerson, que tuvo que aplacar los ánimos y asegurar a los estadounidenses que podían dormir tranquilos.

El Departamento de Estado se encuentra en una situación desoladora. Hay puestos importantes vacantes en el Departamento y en representaciones en el extranjero y algunos funcionarios experimentados dimitieron o se dieron por vencidos al no tenerse en cuenta su opinión ni su trabajo. Sus llamadas o informes no obtuvieron respuesta desde las más altas esferas. Según la Foreign Policy Association (Asociación de Política Exterior), en la actualidad hay unos 50 países y organizaciones internacionales sin embajador estadounidense. Entre ellos está Corea del Sur. Además, faltan directores de departamento en sectores tan importantes como el control de armamento, la no proliferación de armas de destrucción masiva o en el Pacífico y el sudeste asiático.

Culpables

Pero, ¿de quién es la culpa? Trump ha señalado reiteradamente hacia el Congreso, especialmente hacia los demócratas, a quienes acusa de haber intentado acorralarle y de retrasar la confirmación de embajadores. Pero también están vacantes muchos puestos para los que no es necesaria la aprobación del Congreso. El propio Tillerson se ha quejado de que la Casa Blanca rechazó a varios candidatos propuestos por él. Los trabajadores del departamento dicen que «el presidente y su Gobierno menosprecian su trabajo, lo socavan o que ni siquiera se toman la molestia de entenderlo y que está en riesgo el legado de décadas de diplomacia estadounidense». Tillerson se vio incluso obligado recientemente a desmentir que estuviese pensando en dimitir.