Los héroes de Harvey

Juan Fueyo
Juan Fueyo REDACCIÓN

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ADREES LATIF

El neurólogo y escritor asturiano Juan Fueyo, autor de «Exilios y Odiseas», narra en primera persona su experiencia en Houston tras la llegada del huracán

01 sep 2017 . Actualizado a las 08:14 h.

El ojo iracundo de Harvey se fijó en Texas. Los aviones cazadores de tormentas confirmaron progresiva intensificación hasta su final transformación en un monstruo de grado 4 (en una escala en la que el peor, el más fuerte, sería 5) con vientos de hasta 250 Km por hora, y los satélites acertaron a predecir que tocaría tierra en el sur de Texas.

Antes de que varias zonas se declarasen de evacuación forzosa, muchos comenzaron a abandonar la ciudad dirigiéndose hacia el interior, sabedores que los huracanes pierden fuerza al entrar en tierra firme. Nosotros, como la mayoría de los ciudadanos de Houston decidimos quedarnos en casa. Antes de la llegada de la lluvia a Houston, los ciudadanos, alertados por los medios de comunicación y las autoridades, reaccionaron vaciando supermercados y gasolineras.

No era la primera vez que estábamos a la espera de lo que pudiese caernos del cielo. En los veintitrés años que llevamos aquí, mi familia y yo hemos sufrido varios huracanes y tormentas tropicales. En 1999, también a finales de Agosto, Bret llegó como un huracán de categoría 3 (vientos de 180 a 200 km por hora, aproximadamente), pero Houston no sufrió daños considerables. Y en junio del 2001, meses después del nacimiento de mi hija, una depresión tropical que debía pasar sin pena ni gloria se estancó en Houston después de haber repostado en el mar del Golfo y produjo una inundación histórica alcanzando en determinadas áreas alturas de 99 cm. Esta tormenta causó veintitrés muertes, y el Centro Médico, una de las mayores empresas de Houston junto a la NASA y las refinerías de petróleo, sufrió pérdidas superiores a los dos mil millones de dólares.

En la mañana del pasado viernes, 25 de agosto, ya se habían agotado las existencias de agua y de la mayoría de los alimentos que se pueden conservar sin usar electricidad. El aspecto de los grandes-superficies con las estanterías vacías produce una sensación de catástrofe inminente; caminar por sus pasillos vacíos da escalofríos. Las gasolineras avisan que no les queda gasolina y tapan las mangueras con plásticos para que los clientes no aparquen. Aún y así la gente se baja del coche y comprueba que no hay combustible y se vuelven frustrados a los coches con sus recipientes rojo chillón, donde pensaban acarrear litros extra de gasolina. Siendo los tejanos aficionados a las armas --mi vecino tiene un colt 45, un rifle y varias otras pistolas-- podría pensarse en la posibilidad de una situación potencialmente violenta a lo Mad Max, la distopia futurística donde la sociedad se colapsa fruto de la escasez de recursos incluyendo los combustibles. Sin embargo, lo contrario es verdad. Durante las tormentas los vecinos se comunican y se ofrecen ayuda mutua. El vecindario responde al desastre con un espíritu de hermandad.  

En agosto del 2005, el quinto huracán que se había formado ese año en el océano Atlántico entró en Luisiana con una fuerza devastadora. Se llamaba Katrina y causó un desastre que, como el terremoto que destruirá San Francisco, había sido profetizado y anunciado en numerosas ocasiones. Las roturas de varios diques tuvieron un efecto multiplicador y la cuna del Jazz vivió uno de los momentos más amargos de su historia. Katrina influenció a Houston de una manera indirecta cuando más de cien mil ciudadanos fueron trasladados de Luisana a un antiguo estadio de deportes en el centro de la ciudad. Doce años después, la ciudad de Nueva Orleans aún no se ha recuperado completamente de la tragedia.

En preparación para días de encierro en casa, salimos a comprar pilas. En el pasado las pilas para linternas y otros electrodomésticos eran muy buscadas y siguen siéndolo, por eso los supermercados y otros comercios han conseguido mantener una oferta de ellas casi inagotable. Sin embargo, la tecnología ha creado otras necesidades y no hemos podido encontrar en ningún establecimiento baterías externas para los teléfonos móviles y las tabletas. Se habían agotado hacia dos días y no pensaban que volvieran a tener disponibles en varios días, quizá un par de semanas. Para entonces los efectos del huracán, aunque fueran severos se habrían acabado. Nosotros tenemos tres baterías externas y confiábamos que, como habíamos hecho en otras ocasiones, podríamos recargarlas usando la batería del coche. Afortunadamente, no fue necesario: al no llegar los fuertes vientos en nuestra zona no hubo cortes sostenidos de electricidad.  

En septiembre del 2005, el huracán Rita, de categoría 3 (con vientos de hasta 200 Km por hora), aterrizó entre Texas y Luisiana. Las predicciones de desastre por las autoridades originaron la mayor evacuación de la historia de los Estados Unidos. Esta operación automovilística fue muy mal organizada. Nosotros decidimos no movernos de casa y aceptar el riesgo de sufrir la embestida directa del huracán. Resultó ser la decisión adecuada. Rita provocó la muerte de cincuenta y nueve personas, pero la mayoría fallecieron durante la evacuación. Un millón de domicilios se quedaron sin energía eléctrica. En casa estuvimos sin electricidad durante dos semanas. Una de las mayores necesidades fue encontrar cada día suficiente hielo para mantener la leche, la carne y otros alimentos frescos. La ciudad se paralizó. Sin gasolineras abiertas nadie osaba alejarse de las casas. Teníamos la sensación de vivir en una ciudad presidio.

Incluso antes de la llegada del agua torrencial, recibimos la noticia que las escuelas cerrarían varios días. Estas medidas se hacen para favorecer las evacuaciones y evitar los accidentes de tráfico, que aumentan durante las tormentas. El hospital pronto cerró sus puertas a los pacientes porque ni ellos ni los médicos podían desplazarse hacia allí. Durante un huracán previo, la inundación destruyó los edificios donde se guardaban los animales de laboratorio causando la eliminación de muchos animales de experimentación incluyendo costosos modelos transgénicos que habían sido producidos durante años de trabajo. Este accidente sería poco probable ahora que los animales no están en el sótano y el hospital cuenta con compuertas corredizas de acero que sellan las puertas del edificio de laboratorio impidiendo la entrada de agua incluso durante una inundación.

Un día trece del verano de 2008 aterrizó en Texas el huracán Ike. A pesar de ser de categoría 2 (vientos de 150 a 180 Km por hora, aproximadamente) no suficiente, por ejemplo, para levantar los tejados de las casas o derribar las encinas que pueblan Houston, su ingente tamaño, que sobrepasaba con creces la extensión de Texas, produjo severas inundaciones y causó ochenta y cuatro víctimas mortales.

Los efectos trágicos de la llegada de Harvey a Houston superaron todas las expectativas, incluyendo las más pesimistas. La ciudad entera se convirtió en una ría con diversos niveles de profundidad. La abundancia de agua --en los pasados cuatro días ha llovido más que lo que suele hacerlo en todo un año-- y el hecho de que la tormenta se estancara sobre nosotros han contribuido a formar la tormenta perfecta. Los aeropuertos de Houston, entre los más activos de los Estados Unidos, comenzaron cancelando cien vuelos para la noche del viernes, el día antes de la llegada de la lluvia y han acabado cancelando todos los vuelos durante cuatro días más. Estas noticias fomentan una sensación colectiva de claustrofobia no para el individuo, pero para la ciudad. Vivimos en estado de sitio con el enemigo en las calles e invadiendo nuestras casas.

Pero la llegada del agua fue temible. Miles de litros de agua cayeron sin parar durante día y noche. Los barrios fueron cayendo uno tras otro. El agua subió rápidamente de centímetros a metros, hasta cubrir la luz verde de los semáforos y convertir las autopistas en ríos navegables. Los vecinos salían en canoas, barcos, flotadores o cualquier otro vehículo flotante. El ruido de los helicópteros sustituyó el de los coches. Pronto la ciudad se vio sumergida bajo un diluvio. Y la lluvia no parecía que fuera a detenerse nunca.

Preparamos sacos de arena para bloquear las puertas y sellamos las contrapuestas diseñadas para detener las tormentas. La lluvia era más intensa durante las noches y nos quedábamos despiertos hasta las dos o las tres de la mañana y nos levantábamos a comprobar el nivel del agua en la parte delantera y trasera de la casa cada tres horas. Pronto viviríamos como náufragos: nuestra casa estaba seca, pero fuera el agua impedía que hiciésemos cualquier tipo de movimiento.

Otra vez, la mayoría de las víctimas --por ahora más de veinte, pero el número se espera que sea mucho mayor-- fallecieron dentro de su coche. No es infrecuente que esto ocurra con conductores que viajan de noche y al salir de una autopista entran con velocidad en una zona inundada. Miles de vehículos son inundados y sus sistemas eléctricos y mecánicos son destruidos cuando el agua entra en zonas claves del motor.

El urbanismo y la geografía de Houston favorecen el desastre. Houston es una ciudad plana, que no ofrece colinas donde resguardarse de la subida de las aguas. Los barrios están formados por casitas, con muy pocos edificios altos --los que hay son, en su mayoría, de oficinas--, construidas a ras de la calle. El agua, que ha caído en unas cantidades inconmensurables, no ha encontrado barreras ni obstáculos. Que Houston sea la cuarta ciudad más grande los Estados Unidos, con más de seis millones de habitantes no ha ayudado tampoco. Que el lugar de emplazamiento sea un pantano, tampoco

Las lluvias, para más inri, han llenado las presas que contiene los ríos que corren en las cercanías de Houston. El nivel en eso diques ha subido de modo peligroso, amenazando romper el muro y precipitarse hacia la ciudad. Los ingenieros, para evitarlo, han decidido abrir las compuertas y soltar el agua de modo más controlado. Aún y así, la abertura del agua de las presas ha inundado barrios que habían sido respetados por la inundación.

Después de los días de lluvia ha llegado por fin el sol. Y ahora las alimañas han salido de sus escondrijos y han comenzado los robos en las casas y en los comercios. Texas tiene un sistema penal que ayuda a incrementar los castigos a criminales durante momentos de desastres naturales. La policía ha reforzado la vigilancia y finalmente el alcalde ha declarado el toque de queda para las horas de la noche.

Un grupo de víctimas que refleja quizá mejor que ningún otro el dolor de esta ciudad hundida son los niños. Un bebé fue hallado sobre el cuerpo de su madre muerta. Ese niño que lo perdió todo quizá debe la vida al último esfuerzo de su mamá que supo mantenerle a salvo hasta el último respiro. Ha habido embarazadas que han dado a luz en refugios improvisados, sin atención médica, después de haber sido rescatadas por helicóptero del tejado de sus casas. Y otras que han soportado caminar con el agua al cuello con embarazos cumplidos. «Tengo dos niños conmigo y el agua se nos lleva», fue un mensaje de Twitter. Esta mujer tuvo suerte y sus niños y ella fueron rescatados pocas horas después por los servicios de urgencia.

En una familia, cuya casa estaba siendo inundada, la madre convenció a su marido para que evacuase a la familia. El marido pidió prestado un monovolumen y salió del barrio con seis pasajeros más. Cuando el coche atravesaba un puente, entró en las aguas profundas de una canal que se había desbordado. El morro del vehículo se hundió inmediatamente y el automóvil comenzó a hundirse a gran velocidad. El conductor pudo abrir la ventana y salir. No ocurrió lo mismo con los otros pasajeros: dos ancianos con Alzheimer y cuatro niños; los seis fallecieron ahogados. Podemos imaginar que el conductor ha entrado en ese estado de shock donde ni se está vivo ni muerto.

Estudios hechos durante el periodo escolar que siguió al huracán Katrina en Nueva Orleans demuestran que los niños y adolescentes pueden sufrir retrasos escolares y tendencia a la agudización de trastornos psicológicos cuando son expuestos a tragedias similares a la de Houston. Sin embargo, para la mayoría de los estudiantes esta fase no suele durar ni ser grave: los niños son fuertes y entienden, digieren y con el paso del tiempo superan, estos traumas.

Es más trágico, al menos desde el punto de vista de la urgencia del daño, que el cierre de las escuelas tenga una repercusión más allá de lo académico: muchos niños de ese nivel económico de miseria total, donde malviven sumergidos los olvidados de la sociedad más rica del mundo, no tendrán acceso a comida porque los alimentos diarios se los proporcionan las escuelas. Para ellos, no poder atender a la escuela supondrá literalmente pasar hambre.

Los refugios, abiertos en cada barrio, piden donaciones y algunos proveen una lista de los utensilios más necesarios. Mi mujer mira lo que requiere el que tenemos más cerca. A la cabeza de la lista se encuentran los pañales.

Houston es hoy una ciudad de héroes. Sabemos que no es verdad que lo que no te mata te hace fuerte, que las tragedias te sensibilizan y debilitan, pero ver el civismo y la generosidad con la que los ciudadanos se están comportando indican que aún en las peores circunstancias hay esperanza, que no estamos solos, que juntos saldremos adelante.