Dictadores y villanos: un mal endémico que asfixia África

Laura García del Valle
Laura G. del Valle REDACCIÓN / LA VOZ

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Las democracias son residuales y abundan los dirigentes que llevan más de 30 años al frente de sus países

17 nov 2017 . Actualizado a las 07:24 h.

«Hasta que Dios me diga ¡ven! Porque mientras yo siga con vida voy a dirigir mi país». Estas palabras, pronunciadas el pasado año por el todavía presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, representan a los muchos regímenes personalistas que gobiernan en África y lastran las aspiraciones democráticas que, en términos objetivos, tras el punto de inflexión que supuso la victoria de Nelson Mandela en Sudáfrica, si se mira del Sáhara hacia el sur, solo han conseguido Burkina Faso, Ghana y Senegal. En un continente minado por las acentuadas desigualdades sociales, la inactividad de la comunidad internacional y la corrupción, se ha dado carta blanca a villanos y sanguinarios para perpetuarse en el poder sine die.

Son ocho los dirigentes que, en este continente que llevan gobernando más de treinta años en sus respectivos países. Algunos de los cuales, eso sí, celebran religiosamente comicios, pucherazo mediante, que les sirven de aval de cara a una ciudadanía que tiene bastante restringida la libertad de expresión. El último caso, sin ir más lejos, tenía lugar esta misma semana en Guinea Ecuatorial, donde eso del «gobierno del cambio» ni se contempla. Teodoro Obiang seguirá siendo el presidente más longevo de África con un 99,2 % de los votos. Pero otros muchos van a la zaga de este multimillonario que, mientras la población que lidera vive en una situación de pobreza extrema, ha amasado una fortuna superior a los 600 millones de dólares.

Papel residual

En Chad, como en Guinea Ecuatorial, existen varios partidos políticos en activo cuyo papel es prácticamente residual. El jefe de Estado chadiano, Idriss Déby, que encabezó la rebelión contra el antiguo dictador, Hissène Habré, no ha conseguido quitarse la losa de mandatario opresor y sanguinario que acarreó su predecesor durante doce años: ha exprimido las arcas del Estado para equipar al Ejército mientras su pueblo muere de hambre, y la explotación de pozos petrolíferos solo ha servido para necrosar aún más el nivel de vida del grueso de la población, mientras los allegados a Déby se llenan los bolsillos.

La mala praxis de los gobernantes en África es casi la tónica habitual desde hace decenios. Pero pocos han llegado a extremos como el de Idi Amin Dada, el expresidente de Uganda que practicaba el canibalismo. «Me gusta la carne humana porque es más blanda y salada y el Corán por religión. En un banquete es lo que más extraño si estoy fuera de mi país», solía decir el mandatario. Cuando parecía que, tras los crímenes cometidos por Dada Uganda respiraría aire fresco tras la rebelión de 1986, el actual presidente de la república declaró: «Ningún jefe de Estado africano debería permanecer más de diez años en el cargo». Sin embargo, 24 años después,Yoweri Museveni sigue como líder ganando elecciones amañadas.

Los ruandeses también ven mermados sus derechos por los dónde dije digo, digo Diego de su gobernante, Paul Kagame. Si bien es conocido por ponerle fin al genocidio de Ruanda, en 1994, ahora ejerce el mismo apartheid con el que quiso acabar. Domina absolutamente todas las instancias del poder: desde las universidades, hasta los bancos, pasando por los órganos judiciales, y si alguien se opone al régimen, cómo no, mano dura.

Mugabe renuncia a dimitir pese a la presión

Robert Mugabe sigue siendo el presidente legítimo del Zimbabue. El líder del Ejecutivo dejaba claro ayer que no tiene ninguna intención de renunciar a un cargo en el que se mantiene desde hace 37 años, pese a que la realidad dicta que su futuro pende de un hilo. Desde el miércoles, Mugabe se encuentra bajo arresto domiciliario y sometido no solo a la presión de los líderes militares, que se han hecho con el control a raíz de un golpe de Estado, sino a las exigencias de la oposición para que abandone el cargo por «el interés del pueblo».

La difícil situación de Zimbabue, reventaba esta semana después de que Mugabe, de 93 años, destituyera a su «sucesor natural», el vicepresidente del país, en pro de su mujer, Grace Mugabe, que desde el martes se encuentra junto a su marido en la «Casa Azul», que el matrimonio posee en Harare.

El partido está fuertemente dividido entre los que apoyan a la primera dama, conocidos como Generación 40 y los que acusan a Mugabe de «traidor». La ocasión perfecta para que el líder opositor, Morgan Tsvangirai, pueda alcanzar una «transición tranquila, que implique a todos los grupos políticos».

Mientras Tsvangirai imploraba al cambio desde Sudáfrica, el mandatario se reunía con altos mandos militares en la sede de la Presidencia, dos días después del levantamiento. A la cita acudió el jefe de las Fuerzas Armadas, Constantine Chiwenga, impulsor de la rebelión. Como mediador se encontraba el sacerdote Fidelis Mukonori, y un enviado del Gobierno de Sudáfrica. Aunque el objetivo de la reunión era negociar la salida de Mugabe del poder, según recoge AFP, fuentes militares aseguran que el mandatario solo quiere «ganar tiempo».