La UE apremia al Reino Unido a que corrija su posición sobre el «brexit»

Cristina Porteiro
cristina porteiro BRUSELAS / CORRESPONSAL

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LEONHARD FOEGER | Reuters

Theresa May pide a los Veintisiete que no le impongan condiciones «inaceptables»

20 sep 2018 . Actualizado a las 07:05 h.

Quedan solo seis meses. La última y decisiva etapa del brexit ha comenzado y lo hace con los nervios a flor de piel. Reino Unido ya tiene un pie fuera de la Unión Europea, aunque su gobierno se aferra con fuerza al Viejo Continente para no caer por el precipicio que asoma. Tras 28 meses de triquiñuelas, provocaciones y duras negociaciones entre Londres y Bruselas, los británicos y el resto de europeos siguen sin saber cómo serán sus vidas después del 29 de marzo del 2019. Ni tan siquiera hay un acuerdo de divorcio. ¿Por qué tantos retrasos? «No hay ningún motivo lógico más que el desconcierto interno (del gobierno de Theresa May)», aseguran altas fuentes diplomáticas.

La guerra civil dentro de los torys le ha complicado las cosas a May, quien ayer acudió a la cumbre europea de Salzburgo con un mensaje claro: Hasta el plan de Chequers puedo llegar. «Para que el proceso sea exitoso, la UE tendrá que modificar su postura, igual que lo ha hecho el Reino Unido», insistió antes de suplicar a sus socios que no pidan condiciones «inaceptables», como incorporar al acuerdo de separación una cláusula por la que, a falta de otra solución viable, Irlanda del Norte debería seguir bajo el paraguas normativo de la UE para evitar una frontera dura en la isla.

La UE es consciente de lo mucho que está en juego. Si no se cierra este episodio en la cumbre convocada de forma extraordinaria para mediados de noviembre, habrá que prepararse para lo peor: un brexit caótico. «Sobre la mesa ya no hay retraso alguno. O hay o no hay acuerdo», así de fácil, explican fuentes del Consejo.

A pesar de los intentos de May por persuadir a los Veintisiete, la UE insiste en que los británicos deben repensar el plan: «En asuntos como la cuestión irlandesa o el marco de cooperación económica, necesitan volver a trabajar sobre sus propuestas y seguir negociando», aseguró el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, a su llegada a Salzburgo. El polaco siempre ha sido partidario de tratar con más mano izquierda a los británicos y eso le condujo a ciertas tensiones con el negociador europeo, Michel Barnier, quien ahora trata de mostrarse más flexible. El francés está dispuesto a rebajar la ambición en torno a la cuestión fronteriza, pero ha advertido a May de que no aceptará agujeros aduaneros para acceder al mercado interior de la UE, vetado para los que no son socios. «Si queremos un acuerdo, las dos partes se tienen que comprometer. Esperamos del Reino Unido más pasos», trató de mediar el canciller austríaco, Sebastian Kurz.

La pregunta que se hacen todos es, ¿llegarán a tiempo de firmar un divorcio amistoso? Tusk cree que hay tiempo. Quedan abiertos «muchos escenarios posibles», pero lo cierto es que Bruselas y las capitales europeas se preparan para lo peor. «El brexit tendrá unas implicaciones directas bestiales en el tejido económico. Si en noviembre no llegamos a un acuerdo, se entrará en una espiral, no de catástrofe, pero sí de enorme incertidumbre», aseguran fuentes próximas a la negociación.

«Espero que la salida tenga lugar en un buen clima, con gran respeto hacia el otro», expresó la canciller Angela Merkel. Lo que se da por descontado es que no habrá una segunda oportunidad. Reino Unido votó sí al divorcio con la UE y no habrá nueva consulta. «Pido a los laboristas que descarten un segundo referendo y dejen de frustrar el proceso del brexit», deslizó May.

España se resiste a la guardia de fronteras de Juncker

Gestión migratoria «solidaria» y soluciones «europeas». Es lo que demandó ayer el presidente español, Pedro Sánchez, a sus socios de la UE. Su voz apenas tuvo eco entre otras delegaciones donde los exabruptos, las provocaciones y la «retórica agresiva», como la bautizó el presidente del Consejo, Donald Tusk, siguen siendo moneda de cambio. Ni Italia ni los países de Visegrado (República Checa, Eslovaquia, Polonia y Hungría) están interesados.

El gobierno de Giuseppe Conte insiste en detener a los inmigrantes fuera de las fronteras europeas y los líderes centroeuropeos ni quieren reforzar las puertas de entrada con guardia fronteriza europea ni quieren colaborar en el reparto de refugiados. Siguen hablando de «invasión», aunque las cifras indican que las llegadas se han reducido a niveles previos a la crisis.

Tanto es así que la bautizada como «crisis» migratoria ha mutado. «Hablamos de crisis política», matizó ayer Tusk. El polaco acusó a los amotinados de explotar este fenómeno para sacar músculo ante sus electores: «En lugar de aprovecharse políticamente de la situación, deberíamos concentrarnos en lo que funciona. No podemos seguir divididos entre quienes quieren resolver el problema de los flujos ilegales de inmigrantes y quienes quieren utilizarlo para conseguir rédito político», sostuvo.

Ceuta y Melilla

El paquete migratorio de la Comisión Europea desfallece sin que ninguna cancillería se muestre dispuesta a revivirlo en estos ocho meses escasos que quedan de legislatura. Ni la reforma del asilo, ni las plataformas de desembarco de inmigrantes ni el refuerzo de Frontex consiguen prosperar. «Alemania y Países Bajos tienen dudas», sostienen fuentes diplomáticas. Sobre todo por el coste presupuestario. Países como España tienen reservas de otro tipo.

¿Policía europea en Ceuta y Melilla? No, gracias. El Gobierno se resiste. ¿Con qué excusa? La primera es que España no la necesita porque «no tiene problemas de gestión» (aunque en lo que va de año llegaron a la UE por el Mediterráneo Occidental hasta 29.600 personas). La segunda razón es de tipo presupuestaria y la tercera «tiene que ver con competencias que tocan a la política interior y la soberanía», aseguran fuentes diplomáticas.

Bruselas dejó claro que la policía estaría bajo mando del país miembro. Despejadas las dudas sobre la soberanía, solo cabe pensar que Madrid no quiere que Bruselas compruebe lo que está pasando en las vallas de las dos ciudades autónomas.

La Unión Africana arremete contra Salvini y le exige que se retracte tras comparar a los inmigrantes con esclavos

«No necesitamos tener nuevos esclavos para sustituir a los hijos que no tenemos», exclamó en tono provocador hace cinco días en Viena el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini. La frase desató una tormenta de inmediato en la sala donde se citaban los Veintiocho. Solo el luxemburgués, Jean Asselborn, reaccionó. No daba crédito a lo que los intérpretes le estaban contando. Tras recordar al ultraderechista el pasado emigrante de los italianos le espetó un «¡A la mierda!».

No es la primera vez que el político xenófobo de la Liga se dirige en términos despectivos e hirientes a los inmigrantes. Se refirió a ellos como «carne humana» en pleno conflicto por el desembarco del Lifeline. Pero no fue hasta el pasado martes cuando la Unión Africana, en nombre de los 55 países a los que representa, dijo basta. «Por el interés de los dos continentes en torno a un compromiso constructivo sobre inmigración, la Unión Africana demanda al viceministro italiano que se retracte», exigió a través de un comunicado en el que insta al Ejecutivo italiano a emular a países como España, «el cual extiende apoyo y protección a los inmigrantes en necesidad».

La organización manifestó su enfado por los insultos lanzados antes de recordar a Salvini que «Italia se ha beneficiado enormemente de su gran diáspora». La emigración italiana en los dos últimos siglos ha sido «el caso más importante de migración masiva en la historia moderna europea», añaden. Y es que entre el año 1861 y el 1976, hasta 26 millones de italianos abandonaron su país por crisis políticas y económicas.

Con la habitual arrogancia que tanto le caracteriza, Salvini se negó a retractarse de sus palabras. «No hay nada de lo que excusarse. Niego cualquier equiparación entre inmigrantes y esclavos», reiteró el viceministro, quien acusó a intérpretes y gente interesada de malinterpretar sus palabras: «De hecho, mis declaraciones fueron en defensa de los inmigrantes, a quienes algunos quieren utilizar como esclavos», abundó.

Sus explicaciones no convencen a nadie dado su extenso historial de ataques verbales racistas. Lejos de marcar distancias con los elementos más radicales de su formación, Salvini ha decidido sumarse a la línea más dura. Un nuevo paso en esta dirección es la denuncia por «difamación» contra la ex ministra del Interior, Cécile Kyenge, quien acusó a su partido de ser «racista» después de que le arrojaran plátanos en una de sus intervenciones y le insultasen desde las bancadas de la Liga por ser negra. «No puedo pensar en otra cosa que en los rasgos de un orangután», afirmó el senador Roberto Calderoli.