Carta abierta a Cristiano y Lionel

Manuel Blanco EL CONTRAPUNTO

OPINIÓN

08 dic 2016 . Actualizado a las 09:39 h.

Corrían los primeros noventa. Era aquella España en la que languidecía el felipismo, con el país sumido en una recesión económica galopante, tasas de paro insoportables y un sistema financiero en bancarrota. En aquellos días, mi madre, mis dos hermanos pequeños y el que suscribe éramos repartidores. Ocho manos para un único puesto miserablemente pagado. Infraempleo lo llaman ahora. Todos vivíamos de aquellas 90.000 cucas con las que había que pagar el coche de reparto, la gasolina, las 30.000 pesetas de autónomos, el IAE de cada trimestre... Y comer, vestir, la luz, el agua, los libros... Mi madre tiene un doctorado cum laude en economía doméstica.

Después de varios meses en el alambre, pasó lo que tenía que pasar. Dejamos de pagar autónomos. Era comer o cumplir con el Estado. Y elegimos lo primero, llámennos caprichosos. En un suspiro, nuestra casa apareció inundada de requerimientos de la Seguridad Social; y lograron doblegarnos. Nos arriesgábamos a perder lo poco que teníamos. Recuerdo como si fuese hoy la letanía que me soltó un altivo funcionario el día que acudí desde Vilagarcía a la Tesorería de la Seguridad Social en A Estrada para firmar el plan de pagos con el que saldaríamos nuestra deuda: «Con esto se financia el bien común». Me lo espetó sin pudor alguno, como si delante tuviese a un oligarca ruso y no a un rapaz de 18 años con la cabeza hecha un lío.

Aquellas palabras me acompañan desde entonces. Tanto para satisfacer mis obligaciones tributarias, como para poner el foco en quienes piensan que Hacienda no son ellos, que el fisco solo es una estación en la que paramos los tontos. Esta semana me he acordado de Messi y CR7, y de todos esos futbolistas con tendencia al escapismo tributario convertidos en absurdos iconos. Seguramente la metáfora definitiva de esta era.

Aristóteles, Montesquieu, Mozart, Zweig... Ellos fueron referentes de su tiempo. La sociedad idolatra hoy a los peloteros. Y por extensión a sus asesores. Esos mismos que mientras venden a los cuatro vientos a sus representados como espejos inmaculados de la virtud, negocian por la puerta de atrás un contrato obscenamente salpicado de ceros en las Islas Vírgenes. Cuartos para el nuevo Ferrari de su delantero, o una choza en la Toscana para el buen central. Esos que siempre se apuntan a las campañas contra el racismo, el maltrato animal o la desaparición del mono aullador del Amazonas... ¿Para cuándo una contra la evasión fiscal? A ver cuántos dan el paso...

No tengo claro que valga la pena pedir justicia, equidad, acaso un castigo. Todo aquello que la sociedad invocaría al unísono si el evasor fuese un político en lugar de un futbolista. Al fin y al cabo, esta es la España actual, ese país donde la sangre hierve con la defensa del escudo y sus gladiadores, raramente con la justicia y la razón...