Optimismo, pesimismo y salud

José Antonio Flórez Lozano TRIBUNA

OPINIÓN

29 ago 2017 . Actualizado a las 08:11 h.

Probablemente, el optimismo y una actitud positiva ante la vida tienen mucho que ver con las endorfinas, unos opiáceos endógenos capaces de producir una sensación de bienestar y de placer. Una persona que aprendió a ser optimista me comentaba que la tendencia a reaccionar de forma positiva había aumentado su amabilidad, bienestar, satisfacción interna y sentido de la vida. Hemos dicho «aprender» y conviene subrayarlo, porque el optimismo se puede ir aprendiendo día a día, rodeándonos especialmente de personas optimistas. Personas que han superado muchos obstáculos y contrariedades. Por eso, Booker T. Washington, pionero de la integración racial en EE. UU., decía: «El éxito no se mide tanto por la posición que uno ha alcanzado en la vida, sino por los obstáculos que uno ha vencido mientras ha intentado alcanzarlo». 

Así, lo fundamental en ese aprendizaje continuo del optimismo es saber cómo vamos a reaccionar con las adversidades de la vida Y solo hay dos opciones: inmovilizarnos, deprimirnos y enfermar o bien impulsar acciones psicológicas (conductuales o cognitivas) capaces de superar el problema, de sentirnos satisfechos y orgullosos de haber alcanzado un éxito, por pequeño que este sea.

No obstante, hay que aclarar, inmediatamente, que el desarrollo de una vida optimista nada tiene que ver con la vida placentera que se consigue con cualquier hecho material. Por el contrario el desafío de un pensamiento optimista no es fácil; ha de sobreponerse día a día, ha de tener un buen control emocional y aprender continuamente de sus errores, tratando de mejorar su percepción personal y de contribuir también al mejor estado emocional de sus seres más queridos. La persona optimista tiene un afrontamiento de la realidad más adaptativo. El pesimista, por el contrario, se refugia en el fracaso, en la impotencia, en la indefensión y en la depresión. El pesimismo despierta esa zona de desesperanza que yace en toda existencia, como diría el gran Ernesto Sábato en su obra El túnel. El pesimismo sería, en última instancia, la antesala de los trastornos neuróticos (fobias, neurosis obsesiva, fobia social), depresivos y otras enfermedades psicosomáticas (resfriado común, trastornos del sueño, problemas gastrointestinales, hipocondría, astenia, cefaleas, dolores musculares erráticos, disfunciones sexuales, etcétera). Por eso es lógico que utilicen más frecuentemente los servicios médicos, consuman muchos más medicamentos y se conviertan en visitantes asiduos de los centros de salud.

El pesimismo también nos sumerge en emociones negativas y nocivas para la salud: rabia, odio, enojo, desprecio, incomodidad, ingratitud, intolerancia, antipatía, resentimiento y numerosos traumas emocionales hacen su aparición, poniendo en peligro nuestro equilibrio mental y físico. Una serie de enfermedades, se relacionan con este tipo de emociones: asma, artritis, cefaleas, úlceras pépticas, enfermedades infecciosas, hipertensión arterial, problemas cardíacos, enfermedad coronaria, etcétera. Oscar Wilde dijo a este propósito: «Desde el punto de vista intelectual, el odio es la eterna negación y, desde el punto de vista emocional, una atrofia que elimina todos los restantes sentimientos». El pesimismo nos puede llevar paulatinamente hacia una auténtica despersonalización. En esos soliloquios profundos de pesimismo, el sujeto se convierte en una abstracción irreconocible, levantando más y más muros de incomprensión y soledad. De ahí la importancia terapéutica de rebatir los pensamientos pesimistas que nos anulan y coartan. El pesimista siempre ve la peor causa y piensa en términos de siempre o nunca. El optimismo que nos permite entender y comprender a los demás se queda ciertamente oscurecido. José Saramago ya decía que «lo más difícil no es convivir, es comprender a los demás».

Frente al virus del pesimismo, es necesario desplegar todos los mecanismos que impulsan la euforia y la alegría de vivir. Saber disfrutar es saber vivir. La mayor parte de las cosas que necesitamos para ser felices no son en absoluto importantes; en muchas ocasiones, no hay que cambiar la realidad para ser más feliz; solo hay que saber lo que es tener una moneda valiosa y, entonces, uno se alegra de tenerla. Una persona ciega como Hellen Keller, expresaba: «Si puedo encontrar tanto placer por el tacto, cuánta más belleza debe revelarse a la vista». Lo que se necesita es muy poco, pero lo que se quiere es mucho. Todo lo que podemos hacer para potenciar nuestro optimismo es aceptarnos más y valorarnos más. Las personas optimistas son aquellas que esperan poder enfrentarse eficazmente al estrés y a los constantes desafíos de cada día. En fin, el enfoque optimista del pensamiento permite mantener un buen estado emocional, lo cual genera una fortaleza psíquica muy eficaz frente a los estados depresivos y frente a los trastornos cardiovasculares. ¡De usted depende, elija usted mismo!

Una serie de enfermedades se relacionan con las emociones negativas: asma, artritis, cefaleas, úlceras pépticas, hipertensión arterial, problemas cardíacos, etcétera