Yo tomo partido

OPINIÓN

04 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Quiero referir aquí algunas ideas que han surgido en una conversación entre amigos, preocupados abiertamente por el problema de España, en relación con el asunto de Cataluña, por su pudiera resultar de interés. Aunque han surgido espontáneamente, creo que son cuestiones que merece la pena tener en cuenta.

¿Por qué la defensa del Estado ha pasado a ser materia política sólo de los partidos de derechas en España? Los partidos tradicionalmente definidos como pertenecientes a las corrientes ideológicas consideradas de izquierda han renunciado a España. Es cierto que, como advierte Bueno en su libro El mito de la izquierda, no todas las ideologías de izquierda son iguales. Admitamos que en la izquierda cabe distinguir al menos dos grandes corrientes con respecto a la propia idea de Estado: las que llama Bueno definidas, y las que llama indefinidas. Indefinidas son aquellas corrientes ideológicas de izquierda que gestionan sus ideales al margen del estado, e incluso contra el estado, como el Anarquismo. Podemos e Izquierda Unida practican ideales que les mantienen siempre en una posición ética que les induce a considerar al estado como algo accesorio, o incluso necesariamente represivo. El PCE, desde luego, al alimentarse de la ideología marxista podría situarse en esta línea, toda vez que el marxismo aspira a la abolición de todo estado. Pero la práctica comunista está matizada por el ejemplo soviético del llamado «socialismo en un solo país», tal y como quedó definido por el estalinismo. Precisamente por eso las izquierdas marxistas trotskistas siguen siendo izquierdas indefinidas, y por lo tanto, resulta de todo punto imposible en ese ambiente encontrar una clara posición patriótica. En estas corrientes de izquierda indefinida, incluso marxista, la concepción de la historia como lucha de clases ha hecho muy difícil contemplar la evidencia de que la lucha de clases sólo puede tener lugar en el entorno del estado, y sólo en él es posible el ejercicio de la emancipación de la clase trabajadora. Sin embargo, el día 12 de mayo de 1941 escribía Dimitrov: «Entre el nacionalismo correctamente entendido y el internacionalismo proletario no existe y no puede existir contradicción alguna. El cosmopolitismo sin patria, que niega el sentimiento nacional y la idea de patria, no tiene nada en común con el internacionalismo proletario». Claro que citar a Stalin es un anatema. No obstante, es necesario reconocer que entre los partidos de izquierda españoles ha sido el PSOE el que ha mantenido una posición definida, lo que explicaría, quizás, más allá del oportunismo estratégico, su renuncia al marxismo como doctrina ideológica nuclear.

El estado moderno es el instrumento que permite la redistribución de la riqueza, la justicia social y la igualdad de oportunidades. Pero todo estado está en dialéctica con otros, y en ese conflicto entre estados se configuran los verdaderos problemas de la libertad, la justicia, la igualdad, etc., porque no todos los estados tienen la misma fortaleza. La fortaleza de cada estado depende fundamentalmente de la organización de lo que llama Bueno la capa basal, es decir, el entramado técnico y productivo que conforma la vida de una sociedad. La capa basal de cada estado es diferente y está definida por el territorio y su organización productiva, también por el idioma, y todos aquellos elementos culturales objetivos e intersubjetivos que conforman la conciencia, etc. (Por supuesto, la capa cortical que conforma las fronteras y los ejércitos determina también la fortaleza de cada estado, así como la organización social, lo que Bueno llama la capa conjuntiva.) La fortaleza de un estado garantiza la libertad de los individuos que lo conforman, con respecto a la fortaleza de otros estados con los que está en permanente conflicto. El territorio y su conformación productiva es fundamental para el ejercicio de la justicia social y la redistribución de la riqueza.

Pero la capa basal no se desarrolla de modo uniforme, porque está determinada por el estado de desarrollo de las técnicas y las ciencias de cada época, por el desarrollo de los medios de producción. Por ello, en cada territorio se producen por así decir, focos de desarrollo que son fundamentales para el conjunto y cuya riqueza, por la solidaridad que los mantiene unidos frente a otros estados, se redistribuye y acrecienta. Ocurre que, en España, Cataluña ha sido uno de esos territorios, no el único afortunadamente, que ha recibido toda la fuerza del estado para acrecentar su capacidad productiva: medios de producción y fuerzas productivas, porque ha sido enriquecida con el trabajo de miles de hijos de España que dejaron allí su vida, sus capacidades, sus esfuerzos, su trabajo durante décadas, como ha ocurrido también en otras regiones.

Pero ocurre siempre y eso no es nuevo, que algunos políticos e ideólogos, bajo determinadas condiciones, haciendo ejercicio de un idealismo simplista, pueden comenzar a considerar que el mayor despliegue económico y productivo de algunas de estas regiones es fruto de su propio ser, de su idiosincrasia particular, -incluso de sus genes, ha dicho algún político nefasto. No cabe duda de que este idealismo es expresión de una posición de estirpe fascista que niega la evidencia de que su éxito procede de la contribución del conjunto de la sociedad y debe ser precisamente aprovechado para el conjunto de la sociedad. Se trata de una ideología típica procedente de la clase dominante, en este caso, de esta región determinada. El estado, un estado social, debe ejercer la fortaleza que le otorga su carácter solidario y redistributivo, su función como instrumento de la justicia distributiva, para socavar, y aplacar lo antes posible estas actitudes insolidaridas con el resto de la nación, después de haberse beneficiado del esfuerzo común.

Tradicionalmente habrían de ser los partidos políticos de izquierda quienes se encargasen de defender y sostener el estado como instrumento de la justicia social, para mitigar y afrontar la inevitable lucha de clases dada en su seno. Sin embargo, no entienden que la dialéctica entre la ideología nacionalista esgrimida por el gobierno de la comunidad autónoma de Cataluña y España es precisamente expresión de esa misma lucha de clases, en la cual una élite política, amparada por el abuso sistemático de sus propias atribuciones de autogobierno, pretende adueñarse y apropiarse de una parte sustantiva del entramado productivo de la capa basal de España, ¡pero también de parte de su territorio y, lo que es peor, de parte de su población!, contraviniendo el principio de redistribución de la riqueza y la justicia social.

Aparentemente es un conflicto de tipo político e ideológico basado en la idea espuria del sentimiento nacional alimentado por criterios racistas y xenófobos, que ha sido promocionado por los medios a su disposición, entre ellos la escuela pública estatal «nacionalizada» al servicio de sus intereses, y los medios de comunicación. Pero en realidad se trata de una expresión particular de la lucha de clases que se lidia en el seno de España, entre una élite económica y política que pretende adueñarse de parte de la riqueza nacional ubicada por razones históricas y productivas en esa parte del territorio español y el resto de la nación española que ha contribuido a esa riqueza y desarrollo con el fin de promocionar y mejorar la vida de todos los españoles. Esa lucha de clases tiene consecuencias nefastas tanto para la región de Cataluña como para el resto de España, porque en caso de dar lugar a la separación en dos países, habríamos perdido en fortaleza ambos, y por tanto también en libertad, y en justicia social.

La pregunta siguiente es a quién podría beneficiar semejante secesión. Sin duda, a esas mismas élites económicas y políticas que lo han promocionado en Cataluña, a nadie más. Ningún otro español se beneficiará de esa secesión. Sin embargo, fuera del territorio español, claramente, y teniendo en cuenta que España es una nación en conflicto con otras, y que esa dialéctica de estados es la que regula las relaciones internacionales, sólo podría beneficiar a aquellos países con respecto a los cuales España puede ser un difícil contrincante, o un contrincante con el que hay que andarse con ciertas prevenciones y respeto. ¿Qué países podrían estar detrás del secesionismo catalán? -no lo sabemos, y por supuesto no lo sabrán todos aquellos que verdaderamente, y de modo incauto, dan su apoyo sin reservas a esta traición, por las calles y las plazas, pero desde luego sí lo sabrán aquellos que gobiernan actualmente en Cataluña. Por tanto, no cabe duda: el Gobierno de la comunidad autónoma de Cataluña está traicionando a la patria, como ya lo denunció el presidente de la II República, Don Juan Negrín, cuando en medio de la Guerra Civil se encontraron con el mismo problema. No hay otro modo de definirlo.

Pero también pueden ser cómplices aquellos que lo apoyan o lo animan, aunque sea por razones humanitarias, por un cosmopolitismo indefinido, mientras que los valores básicos de la clase obrera: un trabajo digno y asegurado, adecuado a la profesión de cada cual, la vivienda, la asistencia médica, la educación y la instrucción de los hijos, la seguridad personal, las pensiones de vejez e invalidez, los ideales básicos que alimentaron los proyectos socialistas, que requieren de un estado fuerte y solvente, se dejan en un segundo plano.

¿Qué deberían hacer los partidos políticos de izquierda en España en este momento, ante el problema generado ideológicamente por el nacionalismo, pero materialmente por la lucha de clases? Utilizar toda la fuerza del estado para reducir esa traición. Unirse contra el enemigo de clase, por la justicia social. Reducirlos y desarmarlos y eliminar los instrumentos políticos que han estado utilizando para la traición, entre ellos, eliminar las competencias educativas, reconduciendo la enseñanza hacia un modelo emancipador, socialista y universal. Si los partidos de izquierda no lo hacen, y la secesión y la traición se consuma, en esa dialéctica de clases habrá vuelto a perder la clase trabajadora. El partido hegemónico de la izquierda en España actualmente, el PSOE, es sin duda quien más responsabilidad tiene en este asunto y en su conciencia política deberá recaer toda la responsabilidad que le corresponde por no haber asumido de un modo claro y distinto su papel histórico en este momento, enfangado como está en luchas intestinas absurdas.

Decía Platón en el Gorgias que la retórica es solamente una forma de adulación. Los políticos españoles han practicado la adulación en todos los ámbitos de la acción política, siempre con nefastos resultados. Cuando el discurso es verdadero no tiene por qué adular, puede incluso doler, molestar, incordiar. Cuando un actor engaña hace su trabajo, cuando un político engaña, lo que hace es traicionar a su país. El PSOE ha intentado salirse por la tangente del problema aduciendo la absurda fórmula de «nación de naciones», una majadería que no sirve para nada, que nadie entiende y a nadie le importa. Sólo muestra inmadurez, y falta de responsabilidad. Saben perfectamente que el problema de Cataluña no se resuelve con circunloquios. Saben que deben pactar con el PP y con Ciudadanos y ser firmes, aunque resulte ser una paradoja. En gran medida, podemos decir que la clave para resolver el problema de Cataluña está hoy en manos del PSOE. Sólo este partido tiene por un lado la perspectiva histórica referida a España, y por otro lado, la capacidad de determinar cambios políticos serios en España, no en la dirección de atender las pasiones emocionales alimentadas por los medios, sino los principios básicos de una vida digna y sin complejos.