Solo hubo un hombre capaz de mirarse en los ojos de Paul Newman y fue Robert Redford. El único que consiguió abrir una competencia en ese estrellazo de belleza descomunal que aún nos hace tragar saliva. El único que con su sonrisa hacía temblar la butaca del cine y el único que hizo que nos enamorásemos de todos los hombres posibles. Porque todos los Roberts caben en Redford con tal fuerza que en cada una de sus interpretaciones caías rendida a un tipo distinto. Redford tuvo esa magia camaleónica, además de ser el primer gran influencer: se ponía una trenca y querías a ese abogado novato y recién casado de Descalzos por el parque; vestía de cuello vuelto y entendías que ese joven Hubbell volviese loca a la Streisand en Tal como éramos. Se ponía una boina y con esa facilidad estética suya daba el gran Golpe; si se planchaba en un traje, peinado con raya al medio, se dibujaba en el apolíneo Jay Gatsby. Y si se remangaba la camisa con esas corbatas setenteras comprendías que el Watergate se resolviera con esa tensión. Viendo a Redford en sus películas adorabas a todos esos hombres, a todos esos modelos de hombre, hiciesen lo que hiciesen. Aunque si hay que elegir a uno de Todos los hombres de Redford escojo a Denys Finch Hatton y ese safari de pasión con Karen Blixen en Memorias de África. Robert lavándole el pelo a Meryl Streep. A ese hombre yo lo quiero.