La superioridad moral

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

EFE | FERNANDO VILLAR

28 sep 2018 . Actualizado a las 08:23 h.

Recuerdo una época, en los primeros años 90, en la que los escándalos que afectaban al Gobierno de Felipe González eran tantos, y se sucedían a tal velocidad, que los periodistas estábamos desbordados. Entonces en España no existía Internet. Y, para enterarnos del caso que la competencia publicaría al día siguiente, los plumillas de Madrid íbamos de madrugada a la cafetería VIPS, en la que a esas horas llegaban ya los periódicos oliendo a tinta fresca. Era el caso Filesa, el caso AVE, el caso GAL, o el caso Luis Roldán y su bochornosa fuga, que le costó el puesto al ministro de Interior Antoni Asunción. En un solo día, el 4 de mayo del 1994, el titular de Agricultura Vicente Albero dimitía tras conocerse que tenía cuentas bancarias opacas al fisco y era detenido el ex gobernador del Banco de España Mariano Rubio. Luego dimitirían el vicepresidente Narcís Serra y el ministro de Defensa Julián García Vargas por las escuchas ilegales del CESID. La situación era insostenible. Y en diciembre de 1995, González tiró la toalla y convocó elecciones.

La diferencia con lo que está sucediendo ahora es que, para cuando su Gobierno llegó a esa situación de descomposición, con cuatro ministros destituidos en apenas un año, González llevaba catorce años en el poder y había cambiado España. A Sánchez le han bastado tres meses y un expediente en blanco para tener dos ministros dimitidos y otros dos que ya deberían haber renunciado. Solo un presidente que se considera moralmente superior y cree que a él le está permitido todo aquello que censura a los demás puede sostener a una ministra que siendo fiscala llama «maricón» a un juez y que cuando escucha a un policía corrupto amigo suyo contar que montó una red de prostitución para extorsionar a políticos y empresarios le contesta: «Éxito asegurado».

La homofobia, el menosprecio o el maltrato a las mujeres son motivos de dimisión para otros, pero no para los ministros y ministras de Sánchez. Esa extendida superioridad moral que políticos cínicos e intelectuales sectarios atribuyen siempre a la izquierda no solo afecta a España. Cuando Donald Trump desprecia a las mujeres y a la prensa, el mundo, con razón, se escandaliza. Pero cuando Andrés Manuel López Obrador, primer presidente de izquierda en la historia de México, llama «corazoncitos» a las mujeres periodistas o incluso besa sin su consentimiento a una de ellas cuando le hace una pregunta incómoda, se considera una simple anécdota.

Y solo desde la óptica de quien se cree moralmente superior se puede entender que Sánchez sostenga a un ministro como Pedro Duque, que crea una sociedad instrumental para pagar menos impuestos, después de haber tachado esa práctica de «inmoral» cuando afectaba a políticos de otros partidos y de asegurar que él destituiría al día siguiente a cualquiera que hiciera eso. Sánchez afirma que llegó al Gobierno para «limpiar». Pero la exigencia moral era solo para los otros. Las elecciones pueden esperar, porque su política no es la de Felipe González, sino la de Joe Rígoli: Yo, sigo.