El abrazo sonoro

Tamara Montero
Tamara Montero CUATRO VERDADES

OPINIÓN

22 oct 2018 . Actualizado a las 08:49 h.

Está siempre ahí. En el aroma de la cafetera al fuego mientras el mundo todavía es de ese azul matutino y los pensamientos se abren paso a base de bostezos. En los nervios que despiertan el pecho justo antes de iniciar un viaje pintado de expectativas que a veces no se cumplen. Y otras superan cualquier imagen bosquejada en la cabeza. En el vapor con olor a infancia que despide la olla y en el tintineo de la loza cuando se va desplegando en la mesa. En la aguja clavándose sutilmente en el dedo porque el dedal, que tiene ínfulas de armadura indestructible, de traje de superhéroe, funciona como instrumento de tortura en ese esfuerzo por aprender de una vez por todas a coser. En los últimos latigazos de consciencia cuando todo es otra vez negro y el libro que aun así intentas devorar se va haciendo borroso, lentamente, hasta desvanecerse por completo tras los párpados. Ha estado siempre ahí. De hecho, sigue ahí. Constante. Tenaz. Muchas veces ni siquiera se hace presente. Habita en un subconsciente denso, con textura de gel. Solo aparece cuando ya no está. Un vacío. Un agujero negro. Un silencio desagradable, pesado, pegajoso. Insoportable. El consuelo, que antes llegaba girando una rueda en frecuencia modulada, es ahora una aplicación móvil. Un neologismo. Un catálogo interminable de abrazos sonoros. Más radio, por favor. Aunque ahora se apellide podcast y no transistor.