Cada día se anuncia un fichaje nuevo. Un famoso nuevo que se pone la mochila de persona normal para subirse al carro de los elegidos en un reality, en un talent show de cocina o en un baile de disfraces como Tu cara me suena. Los famosos han salido de debajo de las piedras para posicionarse como los protagonistas absolutos de una televisión que se la juega siempre a el éxito del personaje superconocido. Antes, el famoso famoso era mucho más comedido en cambiar de registro, aunque abierto en aquello de que las cámaras entrasen hasta la cocina de su casa. No tenían temor a que el periodista les preguntase intimidades en ese contexto bla, bla, bla de corazón. Les mostraban a la cámara a sus hijos, sus piscinas, sus mansiones sin tanto titubeo con la vida privada. El famoso de antes, el de los setenta y ochenta, tenía el pedigrí de la autoridad que le había dado su éxito y manejaba el cotarro con la experiencia de toda la vida debajo del foco. Pero en esta nueva era de famosilandia televisiva no hay espacio que no apueste al casting de los fichajes conocidos para desnudarlos en otra faceta. Cantantes, actores, modelos y deportistas (que no futbolistas) han encontrado un filón en la fórmula que los registra como seres humanos de a pie. Famosos que un día se tiran al barro y al otro hacen suflé. Famosos de casi nada.