Uno puede lucir pelo calabaza, mofletes amarillos y traje Macy’s XXL y, sin embargo, ser español. No es, claro, el caso de Donald Trump, que, obvio, no es español, pero pasaría por un perfecto político español —del Gobierno, o de la oposición— si por político español entendemos el que no tolera críticas, se cree en posesión de la verdad, y cuando yerra escurre el bulto, pues, a ver, nadie vio venir esto, por qué habría de hacerlo yo. Con su verborrea, este hombre encajaría perfectamente en un Consejo de Ministros. Si por él fuera, el único medio de comunicación en su país sería su cuenta de Twitter. Ergo, Trump sueña con ser español. Para preguntar a su pueblo a través de su Texanos si habría que limitar a fuentes oficiales la información sobre el coronavirus. No siendo español, no se atreve. Sabe que, de hacerlo, duraría en la Casa Blanca lo que el camión de mudanzas tardara en aparcar delante de la puerta.
