Se ha convertido en una frase hecha. Cada vez que en el telediario aparece una mujer muerta violentamente a manos de un hombre se notifica con un número. «Ya son 25 este año». Y el dato, aunque espante, no se queda retenido en la memoria de ninguno de nosotros, solo es otra suma, una cifra de dígitos que crece indefinidamente y que expone como cualquier otra cuenta el resultado de una estadística. Se hace un número del horror y enseguida se pasa a otro tema. Los asesinatos a las mujeres se han normalizado con la frialdad matemática que no admite la ira ni el veneno de la venganza, ni siquiera un acalorado debate en televisión. Se plasma la cifra, como mucho se hace una manifestación de duelo a la puerta de un ayuntamiento y punto en boca. Ya no se habla más de todas esas mujeres que no son Rociito y que no tienen más que un minuto de recuerdo en un informativo de cualquier día del año. Como Mari Ángeles, andaluza de 46 años, que el jueves fue acribillada por su expareja a las puertas del colegio donde limpiaba. Como en el salvaje Oeste, así, con una escopeta en la mano él la esperó a las nueve de la mañana para cazarla en la rutina de cualquier despertar de una vida normal. Ellos andan a tiros y las mujeres maltratadas siguen agazapadas en el la falta de protección y en la poca diligencia de una justicia que siempre llega tarde. A Mari Ángeles no le sirvió de nada porque no había denunciado y se ha enterrrado con el epitafio de un número, el 25.