Razones para una rebelión judicial

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Emilio Naranjo

07 sep 2021 . Actualizado a las 12:46 h.

Si tuviera que resumir el mensaje de Carlos Lesmes a la clase política en la apertura del curso judicial con una vulgaridad provocadora, esa vulgaridad sería: «apartad vuestros sucios intereses del mundo de la Justicia». O algo incluso peor: «sacad vuestras sucias manos de los tribunales». Lo que ocurre es que Lesmes, todavía presidente del agónico Consejo del Poder Judicial, cuida las formas, sabe ante quién está hablando, cuál es el valor de sus palabras y habla con sublime cortesía: «el CGPJ goza, por voluntad constitucional, de plena autonomía respecto a los demás poderes públicos» (…) «Urge, por el bien de todos, que nuestra institución desaparezca del escenario de la lucha partidista».

Como suele apostillarse, se puede decir más alto, pero no más claro. Lesmes hizo un alegato en defensa de la independencia judicial y una amarga queja de cómo la política la puede deteriorar. Hubo mucha amargura en sus palabras cuando se quejó de cómo se había justificado la concesión de indultos a independentistas catalanes, y tiene razón: un Gobierno nunca debe presentar una medida de gracia proyectando sobre una sentencia la sombra del rencor o la venganza. El daño que se hizo a la Justicia en el territorio más conflictivo y más sensible ante las decisiones judiciales no tiene precedentes. Lo que eso perjudicó en Cataluña al gran pilar del Estado de Derecho y dio más alas al independentismo es algo sobre lo que algún día habrá que exigir responsabilidades.

Después tenemos el menosprecio al propio Consejo General y a las asociaciones de jueces. Fue cuando se redactó la ley orgánica que impide nombramientos mientras el Consejo no sea renovado. Recordó Lesmes que no se quiso escuchar ni el criterio de la institución ni de las asociaciones de jueces, sencillamente porque no interesaba. Eso revela un comportamiento autoritario y excluyente, que nada tiene que ver con las costumbres democráticas, y una actitud de castigo al estamento judicial, simplemente para demostrarle quién tiene la sartén por el mango y el mango también. Sorprendentemente, la opinión publicada ha sido indulgente ante esa soberbia y ese abuso de poder.

Y por último, el presidente Lesmes dejó caer con la solemnidad de su cargo algo que suena a impotencia y se puede convertir en impotencia de la Justicia: el ruego de que se cumpla la Constitución y de que termine una situación «insostenible». Si no fuese por la templanza de su discurso, hoy podríamos hablar de rebelión de los jueces y magistrados contra la clase política. El lector decidirá, a la vista del balance que acabo de hacer, si hay motivos para esa rebelión. Y a este cronista no le cabe ninguna duda. El mensaje no habrá servido para resolver nada. Pero sí para que el propio estamento judicial tome nota del asedio que sufre. Que casi es más grave que la renovación del Consejo del Poder Judicial.