¿Por qué todos hablan de Slack?

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MIKE BLAKE

El Whatsapp de las empresas, valorado en 3.400 millones de euros y utilizado por tres millones de personas al día, no se anda con tonterías. Su objetivo: hacer desaparecer al «e-mail»

07 jun 2016 . Actualizado a las 01:30 h.

Salió del caparazón en agosto del 2013 y desde entonces crece de forma frenética e imparable. Hace un año, su cifra de usuarios ascendió por primera vez hasta el millón. Hoy, ha superado ya la barrera de los tres. Y subiendo. En doce meses, ha conquistado sin padrino ni lazos de sangre con esa élite tecnológica que integran Facebook, Apple, Google e incluso Amazon a dos millones de personas. El acelerón da vértigo. Solo en enero y febrero ganó 400.000 nuevos adeptos. Es imposible no acordarse de Whatsapp, primera aplicación en cuanto a crecimiento, y no intuir en Slack, que actualmente ostenta la plata, un atisbo de revolución.

No es un chat al uso ni una plataforma fotográfica. Tampoco un gran patio de vecinos virtual donde husmear ni un recurso para atajar a golpe de likes el camino hacia el altar. No es un mercadillo de segunda mano ni un índice de restaurantes de moda. No es un calendario inteligente, ni un asistente con emociones, ni un nuevo atlas moderno. Y no, no es un juego. Se trata de una herramienta de trabajo. Más bien de comunicación. Un avanzado sistema de mensajería instantánea que integra múltiples funciones y cuyo principal objetivo es poner a dieta las bandejas de entrada de los trabajadores de una misma compañía, ahorrándoles el envío de correos internos. Considera que aíslan a los empleados de conversaciones cruciales y los saturan de información que no quieren o no necesitan. Así de rotunda es su filosofía.

Este Whatsapp de oficina mantiene conectados a día de hoy a vigorosas plantillas como las de Airbnb, HBO, Samsung, Harvard, Ticketmaster, eBay, CNN, Linkedin, The Wall Street Journal e incluso la NASA, pero también a miembros de startups todavía en pañales que dan sus primeros pasos en el fértil valle californiano del Silicio. ¿Cuál es su secreto? Los grupos de trabajo.

Cada división o proyecto tiene la posibilidad de poner en marcha un chat propio, una conversación colectiva en la que compartir información y archivos de forma coordinada y ordenada, segunda piedra angular del sistema. Del caos nació la idea. Stewart Butterfield, uno de los padres de la comunidad fotográfica Flickr, trabajaba a distancia con otras cuatro personas en un videojuego cuando decidió poner un poco de orden en los flujos de información. Para ello, puso en marcha una herramienta básica, con un chat similar al IRC incorporado. Sin saberlo, estaba inaugurando un nuevo concepto de comunicación corporativa. En Slack, además de conversar -también hay sitio para los mensajes privados- e intercambiar documentos, los trabajadores en nómina de una empresa pueden efectuar búsquedas y recurrir a otras herramientas como Dropbox o Google Apps. Pronto tendrán también la oportunidad de comunicarse a través de voz y vídeo. Y quizá, si los planes de la firma salen según lo esperado, de establecer contactos con tentáculos externos, como proveedores o filiales.

No va mal encaminada. Sus cuentas gozan de buena salud tras recibir varias inyecciones económicas por parte de inversores privados a lo largo de estos dos últimos años que, en total, suman 486 millones de euros. La última, de 179 millones, llegó hace apenas dos meses. Su valoración ronda actualmente los 3.400 millones. Uno puede bucear por las funciones básicas de Slack de forma gratuita, pero su modelo de negocio se basa en la suscripción. En su catálogo se despliegan distintos planes en función de las necesidades de cada compañía, que van de 5 a 10 euros por cada empleado. Casi un tercio de los usuarios ya han sacado la chequera.