Edurne Pasaban: «Me faltaba el decimoquinto ochomil, que es ser madre»

Lucía Santiago EFE

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Carlos Hoys | EFE

La primera mujer en coronar catorce montañas de más de 8.000 metros, embarazada de seis meses, no descarta regresar al Everest sin oxígeno

01 feb 2017 . Actualizado a las 19:41 h.

Culminado el reto de los catorce ochomiles, la alpinista Edurne Pasaban recorrerá en los próximos tres meses los últimos metros hacia la cima más importante de su vida. La tolosana, de 43 años, está embarazada de seis meses. Saldrá de cuentas el próximo 17 de abril. Y aguarda, con impaciencia, el nacimiento de su primer hijo.

«Es un niño muy deseado», reconoce en una entrevista a EFE minutos antes de proclamar la buena nueva en el acto de presentación de la colección primavera-verano 2017 de la marca sueca Haglöfs. «Por mi profesión, he tenido que renunciar durante mucho tiempo a esto. Ese peso lo he arrastrado durante diez años. Todas mis amigas tenían hijos y, sinceramente, creía que nunca iba a llegar ese momento. Con 43 años me ha costado mucho quedarme embarazada, pero el momento ha llegado y estoy muy feliz», subraya.

Con una sonrisa aguarda la llegada de abril y el comienzo de una etapa que, sin embargo, no la alejará de la montaña. «En un par de años no descarto volver al Everest, sin oxígeno», anuncia.

En el techo del mundo (8.848 metros), Edurne Pasaban escribió la primera página de su legendaria carrera, en un lejano año 2001. Ese fue el único de los catorce ochomiles en los que se ayudó del gas embotellado, por lo que su deseo es repetir el ascenso sin oxígeno complementario.

Ese reto que Edurne Pasaban divisa en su horizonte resume su carrera. «El alpinismo define mi persona, cada vez me doy más cuenta de eso», confiesa. Aunque la decisión de dedicarse profesionalmente a esta disciplina no fue sencilla.

«Yo siempre digo que mis padres habían escrito el libro de mi vida antes de que yo naciera. Mi padre es ingeniero y tenía una fábrica, así que yo tenía que estudiar ingeniería para trabajar con él. Eso hubiera sido lo más fácil, lo más lógico, y entiendo que mis padres lo pensaran creyendo que era lo mejor para mí. Pero no era lo que yo quería. De alguna manera, sentía que tenía que romper con todo lo que me rodeaba», relata la tolosarra, quien se siente identificada con el lema de la nueva colección de Haglöfs, Rompiendo los estereotipos.

«Ni la sociedad ni mi entorno estaban preparados para que me dedicara al alpinismo, pero yo vi claramente cuando empecé a trabajar como ingeniera que lo que realmente me apasionaba era la montaña. No era feliz haciendo lo que hacía. De hecho, muchos días me levantaba y le decía a mi madre que no quería ir a currar porque no me sentía realizada con lo que estaba haciendo», expone.

Por esta razón, apostar por el montañismo «fue un camino de propia elección» para Edurne Pasaban. «¿Duro? Por supuesto, porque ser montañera y vivir de esto es difícil», apostilla.

Los patrocinadores solo la acompañaron en las últimas cimas, por lo que «profesional» solo se sintió «en los dos últimos ochomiles». «Antes estaba tres meses de expedición, pero los demás meses trabajaba en la hostelería», rememora.

La creciente presión mediática y el eco de sus sucesivas conquistas no la apartaron de la sensación de disfrute. «Si no hubiera sido así», recalca, «no hubiera merecido la pena». «Para mí era algo más que subir ochomiles. Era una elección de vida que yo había hecho y tuve la suerte de que encajaran los momentos para que yo pudiera convertirme en la primer mujer de la historia que completa ese reto», añade.

Lo culminó en 2010 y, desde entonces, mantiene los lazos con Nepal a través de su fundación. Antes de su ingreso por depresión -un episodio que recuerda como «el ochomil más difícil» de su vida-, Edurne Pasaban ya pensaba en cómo dar un retorno a aquella población que siempre la acogía con los brazos abiertos.

«Allí los niños a partir de los ocho años no van al cole porque empiezan a acarrear portes y por unas rupias que ganan los padres no les llevan a la escuela. Otros montañeros y yo creíamos que para el futuro del país podía ser muy importante la educación y con ese objetivo se creó la fundación», afirma.

Pero la escuela se vino abajo en abril del 2015, tras un fatal terremoto. «Yo a los quince días ya estaba en Nepal y desde entonces nos dedicamos a la reconstrucción de un pueblo entero. Sabes que hay 307 personas esperando a que les envíes dinero para poder montar el tejado de una casa. Sé que tengo esa responsabilidad, pero me siento orgullosa», valora.

Fascinada por la solidaridad del pueblo nepalí, Edurne Pasaban cambia el gesto al ser preguntada por la sociedad occidental y por una crisis que, para ella, va más allá de lo económico.

«A mí me gustaría que el mundo estuviera gobernado por gente con valores, que quiera hacer cosas buenas por los demás. Me aterra, por ejemplo, lo que está pasando ahora mismo en los Estados Unidos. Da igual que seas de una religión o de otra, de un sitio o de otro, todos somos personas», sentencia.