La dirección de la cárcel protege y aísla al parricida de los ataques de otros presos

A. mahía A CORUÑA / LA VOZ

ACTUALIDAD

MARCOS MIGUEZ

El detenido se niega desde el jueves a salir de su celda, donde está solo y es vigilado a través de un cristal

16 may 2017 . Actualizado a las 11:11 h.

Marcos Javier Mirás lleva encerrado solo en su celda, con la misma ropa con la que entró y sin querer salir, desde que el pasado jueves al mediodía ingresó en el centro penitenciario de Teixeiro, porque ahí lo envió el juez de Violencia contra la Mujer de A Coruña como principal sospechoso del asesinato de su hijo en un camino forestal del municipio de Oza-Cesuras.

En un principio, los responsables de la penitenciaría le iban a aplicar el protocolo de prevención de suicidios, esto es, ponerle un preso sombra las 24 horas al día, un recluso de confianza que no se despegaría de él ni un minuto para evitar que intente autolesionarse. Deberían estar en una celda uno al lado del otro y así, juntos, pasar los días en el módulo de enfermería hasta que los informes médicos permitiesen su traslado a uno definitivo. Pero fue tal el recibimiento que brindó el resto de los internos a Marcos Mirás, diciéndole de todo, amenazándolo con la más cruel de las muertes posibles, que la dirección de Teixeiro se vio obligada a someter al presunto parricida al artículo 75.2 del régimen penitenciario. Dice así: «A solicitud del interno o por propia iniciativa, el director podrá acordar mediante resolución motivada, cuando fuere preciso para salvaguardar la vida o integridad física del recluso, la adopción de medidas que impliquen limitaciones regimentales, dando cuenta al juez de vigilancia».

Pues eso es lo que hizo el director, protegerlo y aislarlo del resto de los reclusos en una celda del módulo de enfermería, un lugar donde pasan las horas internos que acaban de entrar y otros que sufren algún tipo de problema médico, ya sea físico o psiquiátrico. A falta de lo que diga la exploración a la que ayer fue sometido por el personal médico de la prisión, Marcos Mirás solo está medicado para aliviar su dependencia al alcohol.

Para reclusos amenazados existen dos aposentos especiales. Son individuales, pero un cristal irrompible los separa. Son las celdas números 15 y 16. En una está Marcos Mirás y en la otra un preso de la total confianza de las autoridades para vigilarlo, testigo desde el jueves de todo lo que se le ha dicho y gritado al detenido por la muerte de su hijo, el delito más castigado por la ley de la cárcel. Esa que obliga a todos los reclusos a hacer la vida -o la muerte- imposible a quienes los cometen. Hablamos de asesinos de niños o de mujeres, de violadores y corruptores de menores. Marcos Mirás ocupa el lugar más alto de ese código que se aplica desde que abrió la primera cárcel del mundo.

Que esté en una celda solo no significa que no pueda salir de ella. Tiene sus horas de paseo en el patio. Eso sí, en solitario, cuando los demás reclusos están en sus calabozos. Al ahora encarcelado le preguntaron desde el jueves varias veces los funcionarios si quería salir, y él se negó. A día de hoy, lleva 120 horas sin quitarse un segundo de encima una celda de dos por dos metros.

Si dentro es la atracción de todas las miradas, fuera lo ignoran. Nadie le ha llevado ropa. Ni lo han llamado, ni ha llamado, ni mucho menos lo han visitado. Su abogada, del turno de oficio, trataba el viernes de renunciar a su defensa, si bien las leyes que regulan la Justicia gratuita la obligan a hacerse cargo.

A Marcos Mirás no lo ha llamado su madre. Tampoco su hermana ni su hermano. No ha recibido llamadas más que de su abogada, que busca amparo para no llevar su defensa.