10 años con Walter White

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La serie de Vince Guilligan que corrompió los moldes del wéstern cumple una década. Y el efecto de esta «meta» televisiva es aún brutal. Prepáranse, Heisenberg les reta de nuevo a un maratón

14 ene 2018 . Actualizado a las 01:02 h.

La meta televisiva que cocinó Vince Guilligan sigue creando adicción. Parece mentira pero es verdad: Breaking Bad cumple diez años, una década gloriosa desde su primera emisión. El 20 de enero del 2008, Walter White celebraba sus 50 años en el canal AMC con fiesta sorpresa en casa y una noticia incurable: cáncer inoperable de pulmón. (Tras un piloto algo flojo y desflecado, a la segunda ya nos vemos cocinando en la caravana de Jesse, el sancho panza del quijote cada vez más perverso, genio de la química del mal, que es míster White).

La serie que ha entrado en el Guiness de los Records como la más valorada de la historia lo celebra este enero con gusto, no con «magia azul» ni con pizzas voladoras, que dejan su rastro en un tejado real de Albuquerque en un guiño a uno de los azares increíbles pero efectivos de Breaking bad, sino con un maratón (repartido en un mes) de las cinco temporadas del wéstern trash que alteró los hábitos de teleconsumo. Difícil parar. Primero fueron Los Soprano. Luego The Wire. Después Mad Men. Y entonces llegó él, A Horse With No Name, conduciendo a través del desierto y la carretera sin señales de su vida, tarareando ese tema que va como un guante a la corrupción, al viaje gradual a los infiernos, de Walter White.

En una pirueta atrás que raja el vicio solitario de la tele a la carta, AMC ofrece cada fin de semana (hasta el 29 de enero) un atracón de Heisenberg. Consuman con o sin moderación, como quieran, al lado seguro de la pantalla, y estará bien. En Breaking Bad les espera, de nuevo, lo mejor y lo peor que quizá hayan visto creyéndoselo, sin la tentación de abandonar, en años. Si aún no han probado, les animo a entrar por primera vez. Cada temporada va a más, más dura, cruel, desconcertante, irreversible y fatal; mejor. A Godless o Westworld les planta cara «dignamente» Breaking Bad. Todavía. Con el jet lag tecnológico que suponen diez años. Igual se nota en los móviles, en la facha de Saul Goodman o en la edad de Jessica Jones. ¡Es ella!, la superheroína de la Marvel con un humor destroyer como sus puños es Krysten Ritter, Jane, la casera adicta que se cuelga de Jesse en Breaking Bad; ofreciendo una de las escenas clave de la serie, y una cita luminosa de Georgia O’Keeffe. El Nuevo México de O’Keeffe es una quimera en las vidas que se rompen y corrompen en Breaking Bad. No sabemos bien cómo nos metimos en esto, pero vamos a más.

Salvo en lo accesorio; en trama, guion, personajes, calidad e impacto el tiempo no ha pasado factura a Breaking Bad. Lo que empieza prometiendo un agónico horizonte de drama de hospital se va convirtiendo, con el talento de Bryan Cranston (Walter White), Aaron Paul (Jesse Pickman), Anna Gunn (Skyler) o Dean Norris (Hank) en un wéstern hardcore, trepidante, surrealista e insólito.

A la espera de la segunda entrega de Jessica Jones, hay que revisitar Breaking Bad. Y soltar adrenalina. Bryan Cranston es solo una de las razones de peso para hacerlo (si no lo han hecho, deberían verlo también entre narcos en Infiltrado, qué crac).

Hasta hay profesores de química que han dado su «bendición» al ingenio de White, diciendo que su fórmula funciona. La ficción tiene leyes muy serias. ¿Con qué escena se quedan de Breaking Bad?, ¿La tortuga y la cabeza?, ¿el avión?, ¿«El peligro soy yo»?, ¿para el final... lo mejor? Lo mejor de una despedida maestra es que no se olvida. Aunque nos deje fatal.