IA, las claves del mundo que viene

Amparo Alonso Betanzos, David Martínez Rego

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SEBASTIAN KAHNERT

La economía mundial se encuentra hoy a las puertas de una revolución sin precedentes: la informática y la inteligencia artificial han empezado a transformar el planeta tal y como lo conocemos, lo que requiere de un proceso de ajuste y aprendizaje

28 feb 2019 . Actualizado a las 11:29 h.

Nuestra historia económica alterna épocas de mejoras incrementales con ciertos descubrimientos y desarrollos que cambian nuestra manera de relacionarnos y organizarnos como sociedad. Una vez cerrado el 2017 y ya entrados en el 2018, parece probable que la informática y la inteligencia artificial (IA) como su mayor exponente actual, van camino de unirse a otros avances ya considerados revolucionarios en su época, como fue el caso de la navegación, la máquina de vapor o la electricidad. Al igual que sus predecesoras, la revolución informática no significa que de la noche a la mañana hayamos descubierto una nueva habilidad hasta ahora desconocida. Los algoritmos y principios básicos necesarios se vienen definiendo desde la década de los 50, pero solo ahora se conjugan la demanda y la capacidad de cómputo necesaria para ponerlos en práctica para beneficio de todos. En la actualidad, la metamorfosis que está sufriendo la industria se puede resumir en el hecho de que existe un grado de automatismo que los computadores combinados con determinados algoritmos pueden alcanzar, y que todavía que no ha sido explorado en toda su amplitud, aunque sí podemos intuirlo.

Lo que esta afirmación significa para ciertas industrias ya se ha hecho patente: compramos en Amazon, vemos contenidos recomendados en Netflix y tomamos un taxi a través de Uber sin intervención humana en el proceso. Sin embargo, el alcance potencial es ubicuo, y por esta razón la IA es uno de los principales motores del cambio en lo que se llama la cuarta revolución industrial. En países como EE.UU., el impacto económico actual de áreas derivadas de la computación y la IA está en alrededor de 33 trillones de dólares al año, y se prevé que el crecimiento a medio plazo esté en torno a unos 11,5 millones de nuevos puestos de trabajo en el 2026, según la Oficina de Estadísticas de Empleo estadounidense.

La forma que adoptarán los procesos de negocio después de la transformación es una incógnita a día de hoy para muchas industrias. Como consecuencia, también es una incógnita cuáles serán los perfiles de trabajo con mayor demanda en el futuro. A día de hoy, ya es habitual encontrar puestos que hasta hace poco se restringían al ámbito académico como ingeniero en Aprendizaje Computacional, científico de Datos o ingeniero de Big Data. De la misma forma, muchos de los puestos del futuro no existen a día de hoy. De nuevo, según la Oficina de Estadísticas de Empleo estadounidense, en torno al 65 % de los niños que ahora mismo entran en la enseñanza primaria tendrán un trabajo que no existe en la actualidad.

Pero no solo será necesario un background técnico. Seguirán siendo importantes (y mucho) habilidades tradicionales como la comunicación, colaboración, gestión... Existe hoy un rol que engloba todas estas habilidades: el ingeniero del Conocimiento. Esta disciplina, algo olvidada en aras de la Ciencia de Datos, puede tener un resurgimiento en un plazo relativamente corto. Para automatizar y aplicar IA en procesos de negocio, es necesario que el conocimiento que las empresas albergan sea gestionado y articulado de manera efectiva. Las habilidades específicas para la comunicación y la ruptura de silos dentro de los organigramas que este ejercicio requiere hará que necesitemos entrenar profesionales específicos.

Nuevos hábitos

La expansión de la IA está cambiando rápidamente nuestra manera de interaccionar con el entorno. En pocos meses, se prevé que un porcentaje importante (sobre el 20 %) de los contenidos publicados por las compañías (documentación legal, comunicados, informes...) será producido por sistemas inteligentes. Los canales de servicio al cliente serán en su gran mayoría (alrededor del 85 %) gestionados por sistemas inteligentes, que se ocuparán de forma más directa y personalizada de sus gustos y necesidades. Los ejecutivos de las empresas usarán software de reconocimiento de voz para que asistentes personales inteligentes les ayuden a organizar su trabajo mejor y más rápido. Los vehículos autónomos serán una realidad a corto plazo para transporte de mercancías, pero quizás también lo sean a medio plazo como una forma de gestionar mejor el tráfico en nuestras colapsadas ciudades, y también de mejorar nuestra vida personal y laboral. Se estima que nos podrían proporcionar una hora diaria libre, que ahora mismo perdemos conduciendo, intentando buscar aparcamiento o sufriendo atascos.

Finalmente, otros sectores como el de la salud o el de la educación sufrirán grandes cambios por el uso de la IA. Se está abriendo la posibilidad de desarrollar nuevos fármacos, tratamientos más personalizados, o educación más individualizada a lo largo de nuestra vida. Pero se estudia también que la IA ayude a sectores de población y regiones ahora bajo riesgo de exclusión. La inclusión de médicos o educadores virtuales pueden hacer que servicios de calidad lleguen a bajo coste a lugares donde no habían penetrado.

Pero todas estas capacidades de la IA también despiertan mucha controversia. No existe ruptura sin coste. En su reciente informe, la consultora McKinsey calcula que hasta un tercio de los trabajadores de EE.UU. tendrán que cambiar de ocupación alrededor del 2030. El ritmo con el que podamos organizar la educación para que las personas que pierdan esos empleos adquieran nuevas capacidades puede depender de la tecnología, pero también dependerá de la reglamentación de los diferentes países, y de las acciones que llevemos a cabo para poder paliar las repercusiones de la tecnología en este escenario.

En el Parlamento Europeo se trabaja a marchas forzadas en el camino de la regulación de esta nueva economía. Se han debatido varias iniciativas con respecto a la necesidad de establecer un seguro obligatorio para las máquinas inteligentes, que estas deben tener derechos y deberes, o que deben pagar tasas. El próximo mes de mayo entrará en vigor la nueva Ley de Protección y Regulación de Datos (General Data Protection Regulation) de la UE, por la cual no solo se regula y controla el uso de los datos, sino que también se establece el derecho de los ciudadanos a requerir una explicación cuando se tomen sobre ellos decisiones basadas en algoritmos inteligentes. Esta última ley puede propiciar la investigación en la transparencia de algoritmos que hasta ahora proporcionan respuestas y juicios de forma opaca, pero también puede suponer una seria cortapisa a las empresas europeas respecto a su competencia con otras firmas globales, con una regulación menos restrictiva. Se atisban también aplicaciones potencialmente peligrosas como las armas automáticas, o la persuasión automática, con un impacto patente en democracias avanzadas. Es por ello que la IA se está convirtiendo en un tema interdisciplinar, con la participación de sociólogos, psicólogos, filósofos, abogados, instituciones...

Este aspecto entronca también con las declaraciones de varios científicos conocidos sobre la necesidad de debatir aspectos éticos de la IA, que han dado lugar a la creación de varias fundaciones y centros de investigación, como el Centro Leverhulme para el Futuro de la Inteligencia (CFI) en el que colaboran universidades del Reino Unido y de EE.UU. La IA constituye una tecnología que puede convertirse en uno de los hitos en la historia de nuestra civilización, y obviamente es necesario controlar los posibles riesgos, de la misma forma en la que se llegó a acuerdos en la carrera nuclear.

En cualquier caso, no hay que confundir la inteligencia de las máquinas con que estas tengan consciencia de sí mismas. Hoy en día, hay más motivos para pensar en una IA que empodere a los humanos que en una que los destruya. La regulación no se ocupa de aspectos que son todavía ciencia ficción a día de hoy, su intención es crear confianza en la tecnología y en las instituciones de docencia e investigación que participan y se implican en su desarrollo. A iniciativas como el CFI a la que nos referimos anteriormente, se unen Partnership for AI (para el beneficio de las personas y de la sociedad), fundada por empresas punteras en el sector como Amazon, Apple, Google/DeepMind, Facebook, IBM y Microsoft, y con el apoyo de instituciones como Unicef, o el Observatorio para los Derechos Humanos. La creación de debates y foros públicos solo puede augurar un futuro próximo en el que la confianza y credibilidad de la tecnología sea mayor. Esto dependerá ya de la inteligencia humana.