Cuando John Snow es John Nieve: así es la traducción audiovisual en España

Tamara Montero
tamara montero SANTIAGO / LA VOZ

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PACO RODRÍGUEZ

Netflix lanza el proyecto Hermes, que ficha a quien demuestre su capacidad para traducir series

11 mar 2018 . Actualizado a las 09:26 h.

¿Cuánto mide un subtítulo? Exactamente, doce palabras. Dos líneas con 36 caracteres cada una. Lo sabe Xosé Castro, coruñés que en los 90 empezó a hacer hablar en español a las estrellas de la ficción anglosajona. Cuatro segundos totalmente repletos de texto. Es lo que puede leer una persona con una velocidad de lectura promedio. «Imagínate la pesadilla de cualquier subtitulador: tres personas hablando al mismo tiempo». Ahí está el reto. De esos tres, ¿a quién subtitulo? «Alguna película la he traducido para doblaje y subtitulación y el texto de los subtítulos es el 40 % del doblaje». Que también ha dado alguna que otra pesadilla. Como uno de los grandes spoilers de la historia de España, que revelaba que el bebé de Rosemary era La semilla del diablo. Claro que los títulos en español no son cosa de los que se encargan de los diálogos.

«Traduttore, traditore», pronuncia Castro Roig. Ya los romanos sabían que traducir es traicionar. «No puedes hacer subtítulos pensando que el que está en el cine sabe hablar inglés, porque si no es una paranoia». La traducción es una adaptación al público destino. Como ese para mí es chino que aparece en las doce palabras de la que se componen los subtítulos en Los archivos del Pentágono. Meryl Streep usa la expresión foreign language (idioma extranjero). O el Sayonara, baby de Terminator que Schwarzenegger jamás dijo. Él pronunciaba un precario «hasta la vista, baby». Otras veces, es un desastre. Como traducir Fuckingbuddy (follamigo) por el puto colega para titular un episodio de Sexo en Nueva York. O decir que «ha estado a punto de haber un asesinato» en presencia de dos cadáveres -assassination se traduce por magnicidio-.

No siempre hay que matar al mensajero. Puede que durante dos días (lo que se tarda de media en hacer la traducción de un capítulo de 45 minutos) o durante cuatro o cinco (lo que lleva una película de hora y media) el responsable de trasladar al español los diálogos haga una traducción pulcra. Pulcrísima. Puede que le lleve más que ese tiempo medio porque es una serie con vocabulario especializado médico, o una película de abogados con terminología legal.

Después, ese texto pasa por los encargados de hacer encajar los movimientos de la boca de los personajes con los diálogos doblados. Y tienen que cambiar las expresiones. Y luego cambian más todavía. Cuando en la propia sala de doblaje deciden que no, que esa palabra no. Que a la hora de pronunciar es mucho más natural esta otra.

¿Puede traducir cualquiera? No, claro que no. Por eso cuando Netflix lanzó su programa Hermes hubo polémica. Estaban ya las cosas revueltas desde que aparecieron las webs de subtítulos no profesionales. «No cualquiera supera esa prueba», dice Xosé Castro. Se refiere a la que hay que hacer para poder formar parte de Hermes. «Es un método muy democrático de tapar la boca a los que dicen que es difícil meterse en el mercado». Da acceso a los que son buenos.

«Tú dices aquí 'condemor' y la gente se ríe. Traduce eso al inglés. Hay que traicionar el texto e inventarte una broma»

Si traducir es un reto del que a veces se sale tan victorioso como Pilar Ramírez Tello con el sinsajo que traduce el mockingjay de Los Juegos del Hambre, la verdadera prueba de fuego son las referencias culturales. «¿Tú sabes lo que es un fistro?», le espetaba Yon González a su compañero francés en Bajo sospecha para demostrarle que, por muy bien que pronunciase, en realidad no sabía español. «Tú dices aquí condemor y la gente se ríe. Traduce eso al inglés», dice Xosé Castro. Hay que traicionar el texto. No queda otra. Porque «si hay el equivalente a condemor en inglés yo tengo que hacer reír al espectador. Los traductores no traducimos palabras, traducimos emociones». Y si hay que inventarse un chiste, uno va y se lo inventa.

Ahí está el Efecto Michael Jordan, una broma interna entre Castro y su compañero Quico Rovira-Beleta. Si en la década de los 90 había una referencia a un deportista famoso negro que en España se desconocía, al final siempre se recurría a Michael Jordan. Es evitar, a toda costa, esa incómoda sensación de ser el único que no entiende el chiste. Sabes que están contando un chiste porque en la pantalla todos se carcajean. Si a veces hasta hay una risa enlatada. «Te debes al público y es como hacer una versión». Como este diálogo de Friends:

-¿Sabes algo de muslos y pechugas?

-¿De ave? No. ¿De mujer? No.

Que en la versión original decía:

-Do you know anything about chicks?

-Birds? No. Women? No.