«A las barbas "hipsters", las bicicletas y los tatuajes les quedan pocos días»

Javier Becerra
Javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

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Iñaki Domínguez, en A Coruña
Iñaki Domínguez, en A Coruña CESAR QUIAN

Iñaki Domínguez, filósofo y estudioso de la cultura pop, sostiene que la modernidad mira ahora hacia el «trap» y augura un renacer espiritual

04 abr 2018 . Actualizado a las 12:23 h.

No es lo mismo modernidad que moderneo. «Lo segundo es una compartimiento estanco de España», advierte Iñaki Domínguez (Barcelona, 1981). La diseccionó desde un punto de vista filosófico en Sociología del moderneo, un libro que acaba de ver una continuación en Signo de los tiempos.

-¿El tema «hipster» está viviendo sus últimos coletazos?

-Yo creo que sí. Cinco años debería ser lo que duran estas cosas.

-¿Y si uno quiere ser moderno hoy a dónde tiene que mirar?

-Al trap. Hay un relevo estético y generacional. Young Beef, uno de sus iconos, tiene 27 años. Aunque es algo cuestionable que el trap español se pueda asimilar al estadounidense.

-¿Qué se considera moderno y está a punto de dejar de serlo?

-A las barbas gigantes de los hipsters le quedan pocos días, estoy convencido. También a las bicicletas fixie y los tatuajes pequeños. Igualmente, el tema de las series. El trap, por ejemplo, ya no tiene un contenido intelectual. El rollo cultureta no va con ellos.

-¿Y el tema gastronómico?

-Tiene que cambiar. Si muere el hipster, deberían morir las pankaces, las tartitas y todo eso.

-¿Dejaremos de llamar «muffins» a las magdalenas?

-Yo creo que sí. Lo que no creo que se termine es el brunch. Ahí creo que se está creando una transmisión cultural real, un verdadero cambio de hábitos.

-¿Y qué diferencia hay entre eso y la barba grande?

-¿Qué utilidad tiene una barba? Ninguna. ¿Qué utilidad tiene un brunch? Bastante más [risas].

-¿Es lo «hipster» de derechas?

-No creo que sea de derechas. Es más, creo que el hispterismo en sí no tiene nada que ver con la ideología. Es nihilismo. Pero sí existen hipsters de derechas, que eso antes no existía. Los alternativos siempre eran de izquierdas, mientras que a los pijos les gustaba preservar su identidad de derechas que representaba unos privilegios. Con la globalización todo eso se ha difuminado. Mucha gente de derechas prefiere adoptar estos códigos modernos, porque consideran que hoy es mejor ser guay que ir de pijo o demostrar que se tiene dinero.

-¿El «moderneo» sacraliza la diversión permanente?

-Sí, una de las primeras razones por las que uno quiere ser moderno es por el placer que genera el reconocimiento. Se genera una adición al placer. Nos pasa a todos. Puede ir más allá, con el consumo de sustancias psicotrópicas, búsqueda constante de sexo y rechazo de una vida estable.

-¿Y eso no genera frustración?

-Sí, y ansiedad. Si tú tienes un trabajo en el que estás a gusto, un dinero fijo y unas relaciones sexuales íntimas satisfactorias, todo es más equilibrado. Si tienes 50 compañeras o compañeros sexuales y demasiados opciones eso naturalmente crea ansiedad.

-Lo retro es tendencia. ¿No es el colmo comprar radios digitales con diseño de los cuarenta?

-Es que estamos en un momento en el que se ha agotado la invención real. Lo único que queda es reinterpretar viejos fenómenos para poderle sacar rendimiento, ya sea económico para quien lo vende, ya sea de capital simbólico para quien lo consume.

-¿Hay una búsqueda de juventud eterna anclada en la cultura pop?

-Claro. No hemos llegado, porque generacionalmente aún falta, pero yo creo que habrá geriátricos hipster, raperos o culturetas.

-En su último libro mira a iconos conflictivos de la segunda mitad del siglo pasado como Charles Manson, John Holmes o Ulrike Meinhof. ¿No chocará en esta época de ofendidos digitales?

-Ya ocurría antes, pero a la inversa. Jim Morrison iba detenido por exhibicionismo. Es curioso. Entonces se escandalizaban los mojigatos de derechas. Ahora, los mojigatos de izquierdas.

-Habla de cómo la rebeldía se convirtió en los setenta en un producto de consumo.

-Sí, este libro va de cómo la onda expansiva de las cosas que ocurrieron en los sesenta y los setenta llega hasta hoy. Aparece una necesidad de buscar sentido a la vida y los publicistas detectan que la gente compra autoimagen. A finales de los cincuenta todo el mundo era igual. A partir de entonces surge la necesidad de ser diferente.

-En un momento dado dice que la sociedad de bienestar ha sido un gran logro, pero lo dice casi pidiendo disculpas. ¿Por qué?

-Es verdad, estoy pidiendo perdón. Yo soy de izquierdas, en general, y creo que los fenómenos hay que analizarlos en su complejidad. El capitalismo tiene cosas negativas, más ahora que hace cuarenta años. Eso hay que dejarlo claro, pero también creo que hay que decir que el sistema de bienestar generado tras la II Guerra Mundial dio una época de bonanza económica y bienestar social que no había existido jamás.

-Sostiene que ese mundo pop parece agotado. ¿Qué vendrá en el futuro?

-Un renacimiento religioso y espiritual. Es que tiene que pasar. Es histórico. Siempre ha sido así.