La mayor «Pesadilla en la Cocina» de Chicote: fabada de lata y otras mentiras

Claudia Granda REDACCIÓN

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El programa destapa la farsa de la sidrería A Cañada, que escondía mucho más que un simple plato precocinado

31 may 2018 . Actualizado a las 14:15 h.

Tal vez el programa de Pesadilla en la cocina que se emitió anoche fuese uno de los más surrealistas que ha vivido Chicote, si no el que más. A la entrada de la sidrería A Cañada un cartel rezaba que llevaba abierta desde el año 1890. Dentro, varias noticias y diplomas enmarcados en sus pareces señalaban a este bar como uno de los más premiados: Mejor Pulpo A Feira, Mejor Fabada del Mundo o Mejor Fabada de Madrid. Chicote se llevaba una gran sorpresa al leer todos esos reconocimientos, pero cuando se sentó a la mesa la realidad era otra. A pesar de que Nati, propietaria del local, achacaba el mal funcionamiento de la sidrería a la mala actitud de sus trabajadores, nada más lejos de la realidad: la elaboración de los platos era el principal problema.

Pulpo, cachopo, fabada, anchoas, chorizo y callos. Estos seis platos fueron los seleccionados por Chicote para poner a prueba al local. El pulpo estaba blando, al igual que el chorizo a la sidra. Pero la sorpresa vino con la fabada: el chorizo no era el mismo que el que llevaba sidra. «¿Tienen tres tipos diferentes de chorizos aquí?», se preguntaba el cocinero. Lo mismo ocurría con las fabas: «Yo tengo la sensación de que he comido esto antes... Más veces, ¿eh? No me voy a aventurar a decir que tiene marca pero... Casi, casi», comentaba. La respuesta se la daría el camarero. «Entro al almacén, me cojo mi lata, la escondo y me voy a la cocina para hacerlo y que lo saquen», confesaba. El cachopo llega imponente. «Estoy pensando que esto es lo primero que me como que no viene de bote», decía Chicote. Pero al clavar el cuchillo más de lo mismo. Los filetes se encontraban completamente crudos. Por no hablar de la sidra, escanciada por el camarero con tapón incluído.

«Sí, nos ha pillado en la mentira», sentenciaba Nati. Se descubría así la farsa del A Cañada. La dueña regentaba otro local junto con su antiguo socio. Los premios que cuelgan de las paredes del nuevo local corresponden al anterior, aún en funcionamiento. Los cocineros, tal y como aseguraba Nati, también eran gran parte del problema. Su pasividad, sus burlas y la continua fiesta que tienen montada en la cocina, cantando grandes éxitos de los años 2000, muestran claramente sus pocas (si no ningunas) ganas de trabajar. 

Durante el primer servicio, una piedra dentro de un cachopo y la falta de reacción por parte del equipo del local, despierta la furia de Chicote, que no comprende la actitud de ninguno de los trabajadores. La charla de Chicote es dura: «Cuando me llaman es porque ya lo han hecho todo para intentar mejorar, pero vosotros no habéis hecho nada», les reprendía. «Estáis en el terreno de la dejadez, del desinterés de la desgana...», añadía.

La calma tras la tormenta

Tras una compra de pescado fresco, una clase intensiva sobre cómo hacer un buen cachopo y una limpieza de latas en el local, llegaba un nuevo servicio. La comida precocinada desaparecía pero la organización brillaba por su ausencia. La jornada terminaba siendo un auténtico desastre: Nati amenazando con cerrar el negocio y el camarero a punto de rendirse. Pero tras el lavado de cara de cara del local las esperanzas volvían a aparecer. Solo faltaba la prueba de fuego: un último servicio con los platos de la nueva carta. Tras varias confusiones de platos las cosas comenzaban a marchar bien. Por primera vez la plantilla funcionaba como un equipo de verdad.