Estos perros pueden cambiar el mundo

Marta Otero Torres
marta otero REDACCIÓN / LA VOZ

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Las iniciativas de «Better with Pets» demuestran la capacidad de los animales para transformar la sociedad

18 jun 2018 . Actualizado a las 17:02 h.

Cuando el perro de Sonia, la vecina de Sophie, murió, ella dejó de salir a la calle y se encerró en casa. Sophie pensó que dejarle a Buffle, su mascota, algunas horas al día podría animarla y evitar que cayera en las garras de la soledad. Así fue como se le ocurrió la idea de crear la Fundación OOPoeh, una propuesta holandesa que ganó el premio de la primera edición de Better With Pets, organizado por Purina. «Nosotros les llamamos ‘los abuelos que cuidan a los perros’, y se trata de que los animales les hagan compañía de vez en cuando, ya que muchos mayores no pueden hacerse cargo al cien por cien de una mascota». Sophie explica que su proyecto tiene mucho que ver con una población, la holandesa, que, al igual que la gallega, no para de envejecer. «Además, nos dimos cuenta de que hay otra realidad: muchos propietarios de perros (en holanda son un millón y medio) no tienen tiempo ni herramientas para cuidar a sus perros». Para dar respuesta a estos dos problemas pusieron en marcha una plataforma que une a personas mayores y dueños de perros (ya hay unos 3.000 de cada lado) a través del código postal, para ser más efectivo por la proximidad física. Uno de los participantes, John, de 92 años, explicaba que la experiencia es inigualable. «Recibes tanto cariño a cambio que no se puede expresar con palabras. Cuando el perro se fue de vacaciones se me caía la casa encima de soledad». La idea de las creadoras de esta plataforma es consolidarla y extenderla a otros países europeos, donde podría funcionar también «de maravilla».  

Detectar enfermedades

Cambiar la sociedad con la ayuda de los animales es el objetivo común de todos los finalistas del premio Better with Pets, de Purina. Todos los seleccionados son changemakers, el apelativo de las personas e iniciativas que marcan la diferencia para lograr mejorar su entorno. Este es el caso de la doctora británica Claire Guest, creadora de Medical Detection, una organización que foma perros para detectar el párkinson. Su experiencia personal impresiona. Todo comenzó cuando ella enfermó de cáncer de mama. Sospechó que algo pasaba por el cambio de actitud de su perro, y después lo confirmó. Entendió que los animales tenían un instinto especial y se propuso demostrarlo y formarlos. «Una de cada 50 personas va a ser diagnosticada de párkinson, y cuando se detecta el 50 % de su mente ya está destrozada. Nosotros formamos a los perros para que detecten los cambios bioquímicos del cuerpo, que cambia de olor cuando enfermamos». Guest confiesa que el principal escollo de este programa es la lucha contra el escepticismo, un muro que es difícil de franquear. «Nadie pensaba que los perros pudieran ser útiles para la medicina, pero hemos demostrado que es así» Recientemente, la reina de Inglaterra quiso conocer al primer perro entrenado para detectar el párkinson. «Vamos a cambiar la medicina -asegura entusiasmada-Los médicos se dan cuenta de que no tienen todas las respuestas, y los perros son tecnología pura hecha por la naturaleza».  

Un perro para mejorar la clase

También en el ámbito educativo, cada vez más proyectos incluyen a las mascotas como garantía de éxito. En Alemania, Happy Kids with happy school dogs, otra de las ideas finalistas del premio, pretende fomentar el aprendizaje en las aulas con ayuda de los perros. La idea es crear un vínculo entre los profesores y los animales, que visitan la clase una o dos veces por semana, con mucho cuidado de que esto no suponga un estrés para ellos. «Se trata -explica Uta Kielan- de educar a los profesores y a los perros para utilizar los beneficios de tenerlos en el aula y que los niños respeten el bienestar animal». Lo primero que se deja claro es que el perro no es un juguete, tiene que tener su propio espacio e intervenir solo cuando el profesor lo diga. Una idea que, además, ha hecho maravillas con los pequeños que tienen miedo a los animales. «En las clases, los que tienen miedo se quedan detrás, pero poco a poco vas viendo como se acercan y en poco tiempo se ofrecen voluntarios para participar». Con una buena intervención, se logra el objetivo: «Lograr niños felices con perros que son felices en las escuelas».  

Un milagro entre rejas

Y no solo en la escuela. En la cárcel los animales también tienen su espacio con el proyecto Dutch Cell Dogs, que trabaja para dar una segunda oportunidad a la vez a los perros y a los presos en las cárceles holandesas. «Cuando mezclas perros y presos sucede la magia -asegura Marlies de Bats- son personas personas y mascotas que vienen de un pasado traumático y se encuentran sin expectativas». Para entender sus beneficios, basta con escuchar el testimonio de uno de los participantes: «cuando vi al perro pensé: ¡ni de broma! Ahora, después de todo este tiempo lo que me ha enseñado es que en algún momento tendré que escuchar a la autoridad». Las educadoras explican que los presos aprenden que si quieren cambiar algo tienen que trabajar duro. Las cárceles son un entorno pernicioso, aseguran, un lugar donde no se pueden mostrar los sentimientos, pero con esta actividad acaban aflorando. «Hemos visto como un preso se ha puesto a llorar en cuanto el perro saltó hacia él, y si logran que les den la pata esa consecuencia no tiene precio».  

Esperanza tras el abuso

Marie Yates es la fundadora de Canine Hope, una entidad que ofrece talleres con perros para personas que han sido víctimas de abusos sexuales. También aquí la experiencia comenzó en primera persona. Tras ser víctima de una violación, Marie adoptó un perro y descubrió hasta qué punto se sentía identificada con el animal, procedente de un refugio. «Me decían que no tenía remedio, que no podría confiar en él: una etiqueta como la que me colgaron con el sambenito de los abusos sexuales, la gente cambiaba de acera para no cruzarse conmigo». Se trata de hacer que las participantes en los talleres (mayoría femenina) no sientan que se habla de ellas. Es tan fácil como contar el caso de Bruno, un perro con solo tres patas. «A Bruno le patearon y se quedó en silencio. No huyó, se quedó escondido entre los muebles. ¿Hay que culpar a Bruno porque no gritó ni huyó? Cuando caemos en la cuenta de dónde recae la culpabilidad empieza el cambio».