La asturiana Lucía Fernández, «puta y orgullosa», quiere ser inspectora de Trabajo

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La trabajadora sexual asturiana Lucía Fernández recibe una llamada de un cliente en el Campo de San Francisco durante su entrevista para Cuatro
La trabajadora sexual asturiana Lucía Fernández recibe una llamada de un cliente en el Campo de San Francisco durante su entrevista para Cuatro Cuatro

La trabajadora sexual volvió a dar la cara ante las cámaras de Cuatro mientras muestra su vida cotidiana en Oviedo, donde espera acabar este año Derecho

20 jun 2019 . Actualizado a las 12:51 h.

«Puta y orgullosa», convencida de lo que hace, en absoluto dispuesta a «vivir peor por no tocar hombres» y con un un sueño profesional: convertirse en inspectora de Trabajo para poner «un montón de multas a "empresaurios" que se dedican a ganar dinero mermando los derechos de los demás». Así se mostró ante las cámaras del programa de la Cuatro Fuera de cobertura Lucía Fernández, la prostituta asturiana de 28 años que decidió hace un par de ellos «dar la cara» por sí misma y acabó dándola también «por quien no quiere darla» como activista por los derechos de las trabajadoras sexuales.

En el reportaje, Lucía habla con su habitual desenvoltura de su vida y su trabajo con la periodista Alejandra Andrade mientras pasea por el ovetense Campo de San Francisco, va a comprar el pan, toma algo en la plaza del Paraguas o recibe una llamada -frustrada- de un potencial cliente. Incluso aparece junto a un exprofesor de Lengua y Literatura del instituto donde estudió, abolicionista respecto a la prostitución pero también comprensivo con el hecho de que la «explotación y miserias del capitalismo» lleven a la gente a la «condena» de «buscarse la vida como pueda».

Ese «buscarse la vida» es relatado por Lucía al recordar ante las cámaras de cómo se buscó sus primeros trabajos como cuidadora o camarera con 17 años porque su madre separada no podía mantenerla, o cómo abandonó su casa a los 19 años y acabó por recurrir al porno y finalmente a la prostitución autogestionada como recurso porque con su sueldo de camarera, sencillamente, «no llegaba» a cubrir sus gastos. «Soy hija de la crisis», resume. Pero, como siempre, también desdramatiza.

«No quiero alimentar el drama de "soy puta, pobrecita de mí"», asegura Lucía, que no distingue su situación de la de cualquier otro trabajador presionado por las circunstancias a hacer lo que hace: «Trabajo sexual es trabajo», cuenta a Alejandra Andrade: «Cuando cierro la puerta, ya está. Me tomo mi trabajo con un fin, que la persona que viene a recibir un servicio se corra. Hago que se corra y ya está».

La trabajadora sexual asturiana se sincera también sobre otros aspectos de su trabajo: el hecho de trabajar «bajo cuerda» y en negro, aunque su aspiración sería darse de alta «como autónoma y hacerlo con todas las garantías legales»; la necesidad de dar servicio en otras ciudades porque «a los clientes les gusta cambiar» o cómo exprimen las webs de anuncios de las que dependen el hecho de que su trabajo sea considerado «un servicio de lujo» para aplicar la llamada «tasa puta». Eso sí, guarda silencio sobre sus tarifas.

Lucía Fernández lleva al extremo el mismo criterio de «libertada» que le permite -asegura- «gestionar mi vida, mi dinero y mi cuerpo» cuando la periodista le pregunta si le gustaría que su hija acabase dedicándose a la prostitución: «Si es su elección y lo hace bien, ¿quién soy yo para decirle a mi hija lo que tiene que hacer y lo que no?».