Teresa Ventín, padece fobia social: «Hablar con cualquier persona me hacía temblar»

ACTUALIDAD

Oscar Vázquez

Para quienes la padecen, las tareas del día a día como ir a un comercio se vuelven imposibles, ya que implican tener contacto con otras personas. Teresa sufre fobia social desde adolescente y cuenta cómo ha conseguido convivir con ella, después de épocas buenas y malas

02 nov 2021 . Actualizado a las 10:37 h.

Imagina que cada vez que sales a la calle y te cruzas con alguien sientes que esa persona te observa, te juzga e incluso te odia. Una sensación de terror que te hace sudar y comenzar a temblar. Así es como se sienten muchas personas que padecen fobia social, un trastorno de ansiedad ante situaciones que implican relacionarse con otras personas.

Teresa Ventín (A Estrada, 1996) siempre fue una niña tímida, pero eso nunca despertó sospechas en su entorno, hasta que con 16 años cayó en depresión. «Una profesora se dio cuenta de que no estaba bien y avisó a mis padres, me llevaron al psicólogo y me diagnosticaron depresión. Mejoré y me dieron el alta, pero después tuve anorexia y trastorno por atracón. La causa era que el problema seguía ahí, era fobia social y no lo había solucionado», recuerda Teresa. Ante esa incapacidad de relacionarse con gente, su psicólogo le ponía tareas como intentar hablar todos los días con alguien, aunque solo fuera un saludo. «La fobia social es muy limitante. A mí me costaba hacer cualquier cosa fuera de casa porque eso implicaba relacionarme con personas: ir a la farmacia, al gimnasio, a la biblioteca, quedar con alguien... Me daba mucha ansiedad», cuenta.

A pesar de todo lo que tuvo que vivir Teresa para llegar a un diagnóstico y tratamiento adecuados, ella se considera afortunada: «Tuve mucha suerte de que mi familia se pudo permitir llevarme a psicólogos y de que esta profesora se dio cuenta. Probablemente yo no habría dicho nada, sufría mucho, pero para mí era porque yo era rara y tímida, pero la realidad es que la timidez no es eso». Como pasa con cualquier enfermedad, cada persona la experimenta de una forma diferente y los síntomas pueden variar. En el caso de Teresa, tenía síntomas físicos, que considera secundarios, como temblores o sudores. En su cabeza, se repetían los mismos pensamientos: «Sentía que la gente me iba a juzgar, que iba a pensar fatal de mí. Tener esos pensamientos todo el rato en la cabeza, de que la gente te odia, de que te están mirando mal, machaca bastante y te quita las ganas de socializar, de salir a la calle, porque aunque sabes que no es verdad, es algo irracional que no puedes evitar».

Esto hacía que Teresa se pusiera nerviosa a la hora de quedar con amigos, incluso con los de confianza. Su círculo seguro se reducía a sus padres y su hermana: «Eso hace que te acabes aislando y es perjudicial, te sientes mejor, pero no te estás enfrentando al problema». Y eso fue lo que hizo: enfrentarse al problema con acompañamiento psicológico y psiquiátrico. Tuvo que localizar las situaciones que le generaban estos síntomas y analizarlas para después asumirlas: «Necesitaba tener unas herramienta: habilidades sociales, autoestima y asertividad».

Teresa estaba preparada para enfrentarse a situaciones nuevas. Dos años en terapia hicieron que consiguiera una buena base para asumir nuevas situaciones y mejorar su calidad de vida. En este contexto llegó a la universidad de Santiago para estudiar Trabajo Social. Logró construir una zona de seguridad y un grupo de amigas con las que se sentía cómoda: «El primer año de carrera fue muy bueno, me sentía con energía aunque cosas sencillas para cualquier persona, como ir a clase, me costaban cuatro veces más. Sin embargo, no era capaz de salir de mi zona de confort, si alguien me decía que cogiese el autobús en lugar del tren ya era imposible para mí. Cualquier cosa nueva era imposible».

Al acabar la carrera, entrar en el mercado laboral fue una tarea complicada ya que eso implicaba tener que someterse a entrevistas de empleo, algo que no se veía capaz de hacer. Por ese motivo decidió opositar: «Era la opción más sencilla para mí, pero también me hizo aislarme. No era capaz de ir a la biblioteca sola, tenía una excusa perfecta para no tratar con la gente, pero eso me perjudicó muchísimo. Ahí tuve el bajón que me hizo ir a la última psicóloga, que me derivó a la psiquiatra, para poder estabilizarme».

Confinarse con ansiedad

El confinamiento fue un duro golpe para la salud mental de muchas personas. En el caso de Teresa, tuvo la suerte de que en ese momento se encontraba fuerte y con mejor control de su ansiedad. «Mi experiencia no fue tan horrible porque estaba acompañada de mi familia y no tuve ninguna situación muy problemática, tenía adonde agarrarme por la terapia con la psicóloga, la medicación… Si me llega a pillar en otro momento, hace años, habría sido horrible», recuerda.

Otro punto de apoyo para Teresa es la asociación contra la fobia social y trastornos de ansiedad, Amtaes. Una de sus principales actividades son los grupos de apoyo: «Así me di cuenta de que no estaba sola, es un espacio seguro en el que puedes hablar sin sentirte juzgada».

Teresa ha conseguido convivir con la fobia social, aunque alerta de que aún se necesita concienciación: «Es necesaria más formación para detectarlo antes y ayudar a los que sufren».