Berlusconi, el populista perfecto

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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Silvio Berlusconi, en su última campaña electoral en septiembre del 2022.
Silvio Berlusconi, en su última campaña electoral en septiembre del 2022. DPA vía Europa Press | EUROPAPRESS

13 jun 2023 . Actualizado a las 17:35 h.

No se puede decir, ni mucho menos, que Silvio Berlusconi inventase el populismo. En cambio, sí se puede argumentar, quizá, que lo llevó casi a la perfección. Eso, claro está, si entendemos la palabra en un sentido técnico y no moral, lo que con Berlusconi no tendría sentido. No solo logró ser tres veces primer ministro, el más longevo de la historia de la República italiana, sino que consiguió algo a lo que aspiran secretamente todos los políticos populistas: a que sus defectos se conviertan en propaganda favorable, en una especie de virtudes al revés que en vez de indignar a sus seguidores les diviertan. En este sentido Berlusconi fue, más que un político, un personaje. Un fenómeno cultural más que ideológico. Por eso es fácil exagerar su importancia o situarla donde no corresponde. No, Berlusconi no cambió Italia. En política es fácil confundir causa con consecuencia: el derrumbe del sistema de partidos de posguerra fue lo que permitió la aparición de Berlusconi y no al revés. Es cierto que llegó a parecer que su impulso haría nacer un bipartidismo insólito en Italia, pero fue solo un espejismo breve. Sus leyes no fueron rompedoras ni transformadoras ni especialmente radicales, y en buena parte se centraron en resolver sus problemas personales con Hacienda y los tribunales, los cuales visitaba con la asiduidad de una rutina (él aseguraba haber asistido a más de mil vistas judiciales). Se puede decir que Berlusconi fue un gobernante ad hominem, siendo él la persona para la que legislaba. 

Su legado está en otro lado: en los gestos, en la comunicación. Ahí sí es innegable su impacto. Berlusconi descubrió a todos los políticos un nuevo modo de gestionar los escándalos: provocando otro inmediatamente después. Magnate de los medios de comunicación, sabía lo que tantos se resisten a creer: que la opinión publicada no es tan importante. Pero esto no quiere decir que otros puedan imitarle fácilmente. Aunque en su caso cuesta hablar de carisma (un término que se popularizó para referirse a los santos), Berlusconi conseguía ser querido, perdonado y admirado, una y otra vez. Como un canalla simpático de película de Ugo Tognazzi, sabía jugar hábilmente con la autoparodia, la sinceridad fingida y el descaro más grosero. Sin creencias políticas concretas (empezó en el ámbito del Partido Socialista para acabar en la derecha), el nombre de su primer partido lo dice todo. Forza Italia es lo que se gritaba a la selección italiana en los estadios. La emoción sin las ideas. En vez de italianos, azzurri. Funcionó durante un tiempo, pero la mina se agotó, porque la seducción también cansa. Es cierto que todavía tenía una presencia en la política italiana, pero ya más en efigie que en persona. En febrero se le exoneraba de la última de sus causas judiciales. Por primera vez en décadas no tenía ninguna cuenta pendiente con la Justicia. Es una tentación pensar que eran los pleitos lo que le mantenían vivo, porque este lunes terminaba sus días en un hospital de Milán Silvio Berlusconi, el hombre a quien su médico personal había asegurado que viviría eternamente.