Conociendo el verdadero significado de la montaña rusa

Brais Suárez
Brais Suárez TBILISI / E. LA VOZ

ACTUALIDAD

Una de las zonas de montaña por la que transcurre la ruta.
Una de las zonas de montaña por la que transcurre la ruta. Bráis Suárez

La travesía acaba convirtiéndose en un «thriller» en el que la vida depende de un volante a mano alzada

22 ago 2023 . Actualizado a las 08:50 h.

Cae de cajón: una de las típicas actividades en las montañas del Cáucaso es el montañismo. O senderismo o escalada, según el riesgo. Lo que uno no imagina es que lo verdaderamente extremo no es caminar por la montaña, sino llegar hasta ella. Los principales puntos son Svanetia y Kazbegi, dos regiones al norte de Georgia que requieren, como mínimo, cuatro horas de carretera desde la ciudad más cercana. Los trazados y la conducción sugieren que fue en el Cáucaso donde por primera vez se pensó el término montaña rusa. Según el vehículo, la experiencia puede ser más o menos extrema; si se elige la marshrutka, una furgoneta de unas 18 plazas (negociables), será de infarto.

Hay dos tipos de marshrutkas: una a la que llamas y otra que te llama. Las públicas recorren las ciudades de una manera incomprensible para el turista, sin paradas prefijadas. Para subirse, basta con alzar la mano cuando se acerca y para apearse, el conductor parará al oír un gruñido del pasajero mareado. Suelen tener decoración y olor propios, varias estampitas (del equivalente ortodoxo a San Cristóbal, cabe suponer) y un conductor de tantos kilos como años, que recibe el dinero a través de una cadena de pasajeros.

Las marshrutkas privadas, que te llaman, tratan de aparentar sofisticación, con cristales tintados, unas cortinillas y maletero con neones. Sus conductores, achicharrados en una estación que parece una feria, gritan su lugar de destino antes de partir. El precio puede discutirse y, por eso, algunos ofrecen extras como detenerse a ver las vistas (merece la pena) o más o menos confort. Pero nadie ofrece lo más valioso: seguridad.

Zona de aparcamiento de las «marshrutkas».
Zona de aparcamiento de las «marshrutkas». Bráis Suárez

Al enfilar la carretera hacia Kazbegi, empieza la tensión. En la conducción caucásica no existe la anticipación; se acelera hasta que el frenazo es imprescindible. Dos ínfimos carriles serpentean al filo de abismos de rocas afiladas. A medida que se estrechan, aumentan las marshrutkas hacia la montaña y los tráileres de importaciones ilegales hacia Rusia. El tráfico es denso, pero ni eso ni la dimensión del vehículo precedente serán un obstáculo para el conductor de la marshrutka, que alterna pitillos y llamadas de móvil con profesionalidad, adelante, despreocupado, en curvas ciegas. Con suerte, el arcén se ensancha hasta formar un tercer carril muy transitado. Durante varias horas, el pasajero protagoniza un thriller en que la vida depende de un volante sostenido a mano alzada. Según se asciende la montaña, cada curva y cada camión proponen nuevos retos a la audacia del conductor, que se supera sin esfuerzo, adelantando coches de tres en tres. Uno reza para que le llamen al móvil y desacelere un rato, que se distraiga hablando, lo que sea para disminuir la velocidad, pero la cercanía de la meta solo aumenta su ansiedad. La gota que colma el vaso es la impasibilidad de los pasajeros locales: duermen o leen mientras el turista suda e imagina nuevas formas de accidentarse. Al llegar, uno siente haber culminado ya un ochomil.