La lucha de Mariela Michelena, terapeuta y paciente en paliativos: «Aprendí a vivir sin hijos, sin nietos y sin pechos, pero quedarme sin palabras fue aterrador»

ACTUALIDAD

Mariela Michelena, terapeuta, escritora y paciente.
Mariela Michelena, terapeuta, escritora y paciente.

Cada día es como el último para esta psicoanalista que se convirtió en paciente. Su vida es una novela. Mariela revela la historia de su maternidad perdida por culpa de una secta política. Hoy afronta un cáncer metastásico y revela lo valioso de vivir en «Lo que alcancé a contarte»

17 oct 2023 . Actualizado a las 13:58 h.

Las batallas perdidas son su fuerte, asegura, pero las va ganando con palabras, con esas «amigas» con las que creció de adolescente, defendiendo ante su madre que leer El lobo estepario o Rayuela no era lo mismo que no hacer nada. Era despegar de otra manera, desde la sala de embarque de la mesilla de noche, como lo cuenta en Lo que alcancé a contarte. Este libro (que dentro tiene otro escrito hace 15 años con un nombre ficticio) es una historia de vida que comparte con su sobrina Patricia la psicoanalista Mariela Michelena (Caracas, 1955), autora de Anoche soñé que tenía pechos, relato del doble cáncer de mama que la llevó a vivir «con la muerte en los pezones». El humor rebaja el trago del dolor en la garganta. 

Un día —saltando más de una década, hacia un episodio reciente que ahora le da empuje para hablar— se quedó sin palabras. Sufrió un ictus, un «aviso en letras rojas, un SOS». «Porque, por suerte, no pasó de ahí... Pero en el momento no sabía si podía ser metástasis cerebral. Al final, tras una serie de pruebas, se diagnosticó como un accidente vascular transitorio», dice.

Mariela tiene derrame pleural por la metástasis del cáncer de mama y deben drenarle los pulmones. Es su día a día. Y a tiempo está de contarlo. No desperdicia una hebra de tiempo.  «Este año me fui de veraneo y llegó un momento en el que me puse tan mal que pensé que no iba a llegar viva a la publicación del libro. Tengo la idea de que esta enfermedad va a ir acabando conmigo poquito a poco, pero eso no lo sabe nadie...», relata.

Solemos vivir de espaldas a nuestra fragilidad, se nos olvida que la muerte está en el camino porque la vida sale al encuentro. «Con decirte que la muerte se me olvida hasta a mí [ríe]... Es que, si no se te olvida, ¡no vives! Me acuerdo cuando toso y me acuerdo cuando no puedo respirar», explica. Mariela va a cuidados paliativos. Justo el día que hablamos para hacer esta entrevista, viene de una de esas citas, a la que siguió una comida en compañía de su marido y una amiga: «Hemos comido rico y hemos bebido vino, y me he venido rápido para hacer la entrevista. La vida es insistente». Se agradece esta insistencia.

Ella no renuncia a mantener la agenda vital. «La vida te arrastra. Yo decidí que no quería hacer quimioterapia. La hice con el primer cáncer y fue devastadora; con el segundo, también radioterapia, y a los dos años tuve metástasis. Y una cosa es un tumor, y otra, metástasis. ¿Lo que me resta de vida voy a estar en quimioterapia? No, no me vale... Estoy en paliativos, pero mientras pueda ponerme el oxígeno de noche y vivir de día, ¡alabado sea Dios... o lo que sea! Yo quiero vivir, no durar. Durar con mala vida no me compensa», piensa.

Mariela lleva cuatro décadas en España escuchando a pacientes. Hoy es ella la que se echa en el diván para contar los capítulos más íntimos de la agitada novela de su vida, incluido ese otro libro que publicó hace 15 años con nombre ficticio, Sin nietos, en el que cuenta el aborto que sufrió obligada por su ex y por la presión secta a la que él perteneció en EE.UU.

Lo que cuenta Mariela en Sin nietos hurga en una herida personal, que es a la vez una herida social abierta. Y revive, al contarlo a modo de terapia vital, la odisea posterior de la infertilidad. Le digo que a veces se nos ahoga el instinto maternal de oírlo tan poco, de estar a otras cosas perentorias, por postergarlo. Y cuando te das cuenta suena inesperadamente la olvidada alarma biológica. «En España se pospone mucho la maternidad, la cuestión es ‘¿por qué la pospones?’. Generalmente, porque proteges tu empleo o priorizas tu carrera laboral, o porque no has encontrado a una pareja que veas como el padre de tus hijos. La maternidad es una pregunta que nos hacemos todas las mujeres alguna vez, sea cual sea la respuesta que le des. Así como la paternidad es una pregunta que no se hacen todos los hombres. Ellos pueden tener cinco hijos y no haberse enterado. Todas las mujeres que no son madres tienen una historia que contar».

«Pienso ahora en una amiga venezolana de mi edad, famosa en Venezuela, una periodista combativa -detalla-. Tuvo una hija y todo el tiempo hablaba de lo difícil que fue ser madre, por lo que la frenaba en su carrera. Y, ahora que la hija ya está grande y es muy mamá de sus hijos, se queda ella sobrecogida de todo lo que no hizo con su hija», cuenta Mariela, quien advierte algo ineludible, que «el amor maternal está bañado por la culpa».

«NO SÉ CUÁNTO DURARÉ»

El caso de Mariela es extremo y nos lleva más de 40 años atrás. A aquel aborto instigado a sus 19 años en Nueva York, en que estrenana indepedencia dentro del ajustado traje del matrimonio a la antigua (roles bien marcados: él a trabajar fuera, ella sobre todo en casa). En la Gran Manzana, la autora estrenó una «simple vida de casada, como una copia de Sylvia Plath». Allí, mientras escribía, hacía la comida y esperaba la llegada del primer hijo, su entonces marido entraba en la organización The National Caucus of Labor Committees. Su jefe, conocido como Lyn Marcuse, sería condenado después, en el 88, a pena de prisión. Fue ese partido el que decidió su aborto, para evitar que el hijo pudiera llegar a ser un freno en la carrera del marido de Mariela. «Mi caso fue extremo, pero todas las mujeres que he atendido en consulta que han abortado siempre se quedan con dos preguntas: ¿cómo habría sido mi vida si lo hubiera tenido? y ¿cómo habría sido la suya?», revela.

Hija de familia numerosa que vivía de puertas abiertas, Mariela aprendió a crecer, querer y conjugar la vida en pasado de la mano de su abuela. Crecer junto a ella, cuenta, es «lo más importante» que le ha pasado. De ella aprendió a tejer, a batir claras, a hacer dulces de yemas, a poner inyecciones y, entre otras muchas cosas, a leer un futuro viajero de grandes éxitos profesionales. «Con mi abuela aprendí a ser abuela», suma. Pero no vio jamás que no tendría nietos...

«La ciencia avanzaba vertiginosamente en tratamientos de fecundación asistida, pero mi infertilidad seguía inmóvil», relata Mariela sobre la larga travesía en el desierto que fue su lucha por ser madre en un momento ya en el que podía decir que lo tenía todo, salvo aquello que más quería... Con más de 40 años, tras multitud de viajes en primera por el mundo, tras haber estado en los mejores hoteles y restaurantes, se rompió, rompió con su segundo marido y empezó de nuevo con lo justo. En un piso ínfimo donde vivía sola, pensando cada noche si sería capaz de llegar a fin de mes, si podría regularizar su situación en España. Sobrevivió gracias a las amigas, dice, a esa familia que la vida da la oportunidad de elegir.

¿Por qué sentiste pudor de contar la historia de tu aborto al llegar a España y ejercer como psicoanalista? «Los psicoanalistas, normalmente, mantenemos una postura aséptica respecto a los pacientes. El paciente no sabe nada de ti... A veces, pregunta y no le contestas, porque lo importante es la vida del paciente, no lo que cuentas tú. Lo que importa, en el análisis, es la vida que el paciente te inventa», expresa. «¡Recuerdo un niño que tuve que quería saber qué signo del horóscopo era yo! Su madre llegó a decirme: ‘Dile uno, aunque sea mentira, está obsesionado con saberlo’ [...] En ese contexto de lo que está prohibido como psicoanalista, publicar un libro como Sin nietos era sacrílego y era suicida. Pero a estas alturas del partido, cuando no puedo ya tomar pacientes nuevos porque no sé cuánto tiempo voy a durar..., eso me da libertad para publicar al fin esta historia», afirma.

¿Ser paciente ha cambiado su mirada profesional? «Seguramente... Porque ninguna experiencia tan arrolladora lo deja a uno indiferente. Con el primer cáncer, publiqué Anoche soñé que tenía pechos, el diario en el que cuento el proceso de mi primer cáncer —detalla—. Les dije a mis pacientes que estaba enferma, que iba a hacer tratamiento. No les miento. Ha habido pacientes que leyeron en verano este libro [Lo que alcancé a contarte] y han venido a verme aterrorizados: ‘¿Pero te vas a morir...?’. ‘Llevo un año con metástasis y usted no se ha dado cuenta... ¡Aquí estoy!’. Cuando no pueda seguir, me voy a despedir. Los psicoanalistas tenemos la ilusión de que debemos esconder nuestra vida para que la de los pacientes vea la luz, y no es verdad».

«Aprendí a vivir sin hijos, sin nietos y sin pechos, pero sin palabras no, no puedo, yo no podría —se quiebra—. Yo trabajo con las palabras, escuchando las palabras de mis pacientes, y aquel día [del ictus] no entendía qué decían. Eran sonidos huecos. Y luego no podía hablar. Esa es una mutilación muy fuerte... Pero le dio un sentido al libro. Y al hacerlo le iba mandando cosas a la editora y, como seguía viva, iba mandando más. He tenido julio, agosto y septiembre desde que entregué el libro, ¡tres meses es mucho!». Mariela respira con dificultad y con pasión, auscultando el segundo. «Si tuviera el oxígeno, sería mejor... ‘¡Qué suerte tengo de que me manden oxígeno a casa!’, así lo veo, como una suerte». Somos en parte cómo nos vemos y vemos lo que nos pasa. Somos, en buena parte, lo que nos contamos.

La llaman y corta diciendo: «¡Puede ser el oxígeno, te dejo!». Con esa maravilla de acento, que demuestra que tiene una arepa en las cuerdas vocales, que hace que las palabras sepan a pan.