Por qué nos cuesta tanto callarnos la boca si tiene muchas ventajas

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

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María Pedreda

Dan Lyons defiende en «Cállate» los beneficios del silencio, algo que que una sociedad como la actual es casi un acto revolucionario

06 dic 2023 . Actualizado a las 09:18 h.

Hay que admitirlo. Le ha ocurrido a todos: uno abre la boca y después, se arrepiente. Entre los si me hubiese callado y los estaba mejor con la boca cerrada anduvo Dan Lyons durante mucho tiempo. Hasta que, efectivamente, cambió de actitud. Entendió que su silencio le habría ahorrado muchos problemas, incluidos los matrimoniales.

«Lo más hipócrita de todo es que desde que el libro salió, no dejo de hablar», dice con una carcajada desde su casa en Estados Unidos. Cállate (Capitán Swing) es algo así como una epifanía: el silencio es necesario. Es positivo. Tanto ruido, en su definición más amplia, está acabando con todos. Callarse la boca es lo mejor que se puede hacer a veces por una hija. Permanecer en silencio y escuchar hasta que todas las piezas encajen de nuevo. 

Se ríe de nuevo cuando la primera pregunta atraviesa el silencio: ¿por qué nos cuesta tanto callarnos la boca? «Hay diferentes razones». Todas se reúnen en un libro en el que se analiza cómo hablar continuamente, intentando rellenar cualquier ausencia de sonido, puede ser un mecanismo para aliviar la ansiedad que, de hecho, la agrava. «Hay muchas investigaciones que demuestran que tu discurso, la forma en la que hablas, está muy conectada con un bienestar psicológico, pero también con el físico», recuerda Dan Lyons. 

Cuando el silencio vuelve a dominar el espacio, es el momento de formular la pregunta de diferente manera: no es tanto que seamos incapaces de callarnos. Es por qué tenemos tanto miedo al silencio. A flotar en una ausencia de ruido. «Vivimos en una era de constante ruido. Hay tantas fuentes de información, de noticias, están las redes sociales. Hay tantos datos circulando que en realidad, no tienes que sentarte a no hacer nada si no quieres. Si quieres, puedes estar consumiendo continuamente, y creo que las redes sociales nos han entrenado para estar recibiendo información continuamente, lo que nos hace odiar el silencio».

En el mundo actual, además, existe una proporcionalidad directa entre tiempo y silencio. Si falta lo primero, desaparece lo segundo. En una sociedad acelerada, seguir hablando es lo único que se puede hacer. «Hemos cambiado de manera drástica en los últimos 20 años. Veníamos de convivir con el silencio, con un aburrimiento que era bueno, que era positivo en muchos sentidos».

Esa aceleración continuada durante dos decenios tiene un efecto claro: la polarización. El odio. Expandido, interconectado, irracional en ocasiones, indiscriminado. «Creo que está creado fundamentalmente porque las redes están pensadas para funcionar así, así que no es casual que esté ocurriendo». Lyons vuelve a mirar 20 años atrás para recordar como en los albores de Internet, comenzó a constatarse un fenómeno: la gente se comportaba de manera diferente online y en persona: «Decían cosas en Internet que jamás te dirían a la cara. Bien, esos tiempos no volverán. Porque ahora sí te dicen todo eso a la cara, solo vemos esta rabia en todos lados, este malestar». 

Pero, en un universo profundamente interconectado, ¿es acaso posible escapar del cabreo colectivo? ¿Se puede uno salir del sistema? «Se trata de una de las cosas que he querido analizar y de hecho, en el libro hay una recomendación: si quieres ser feliz deja las redes sociales. Aunque claro, es difícil». Es complicado porque las redes, a pesar de que la niebla de la crispación lo ha emborronado todo, tienen cosas buenas, «así que lo más probable es que no puedas dejarlas del todo, como se puede con el tabaco o la heroína. No hay nada positivo en eso, pero en las redes sociales hay una mezcla. Así que es muy difícil salir de ellas». 

Lo que sí se puede hacer es distanciarse un poco, como por ejemplo controlar el uso que se hace de las redes y sobre todo, hacerlo de manera consciente. El peor uso es el más extendido: abrir la app y empezar a hacer scrolling automáticamente, sin ser demasiado conscientes de por qué hemos abierto la red social en primer lugar ni el contenido que estamos consumiendo. 

Las redes sociales han generado una gran bola de odio colectivo y además la obligación de tener una opinión sobre todo. «El modelo de negocio es mantenerte enganchado lo máximo posible. Hace unos años, estuve en un proyecto de consultoría de Twitter (hoy X) y toda la discusión interna era sobre cómo mantener a la gente conectada lo máximo posible». Y la manera que han encontrado para que la gente siga conectada es, básicamente, cabrearlos.

«No les importa lo que estás diciendo, solo que sigas ahí haciendo cosas: dando like, compartiendo, comentando. Así que te muestran cosas que te van a provocar, algo que para ellos es muy sencillo, porque recogen muchísima información sobre ti, más de la que podrías imaginar nunca». Saben durante cuánto tiempo un usuario mira una foto, su has abierto o no un post, cuánto tiempo has mirado algo. Y con todos esos datos se alimenta un potentísimo algoritmo «que está entrenado para saber exactamente qué enviarte para hacerte enfadar». 

Es tan sencillo como que utilizan las mismas técnicas que usan los casinos de Las Vegas para hacer adictivas las tragaperras. Básicamente, «utilizan técnicas de modificación del comportamiento». 

Así que entrenan el algoritmo para mandar exactamente lo que te hace cabrear, lo que lleva a pasar más y más tiempo en la aplicación. «Y estás indefenso. Nuestro cerebro no ha evolucionado tanto, básicamente es el de un humano de las cavernas enfrentándose a una enorme máquina inteligente al otro lado de la pantalla». Las investigaciones a largo plazo demuestran que cuanto más tiempo se pasa en el antiguo Twitter, más agresivos son los post. «Estás siendo condicionado como una rata de laboratorio en un experimento de B.F. Skinner y ni siquiera te das cuenta», advierte Lyons. 

Y eso tiene implicaciones fisiológicas, como el hecho de que se segrega cortisol, la hormona del estrés. La que segregaban los primeros humanos para defenderse de los peligros. «Y el cortisol te hace estúpido en niveles tan elevados. Así es como las redes sociales te atrapan y te dañan».

No es solo que no mantengamos conversaciones porque no somos capaces de callarnos la boca y escuchar al otro, es que las pocas que tenemos, con ese efecto de red social, son de una calidad bastante pobre, por decirlo de algún modo. «Las redes sociales son narcisistas y por eso a algunas personas, increíblemente narcisistas, les encantan». Se alimentan de la adulación y de la atención

«El mejor ejemplo es Elon Musk. Es el tipo más rico del mundo. Si tú y yo tuviésemos solo una fracción de su dinero, nos lo pasaríamos bien, viajaríamos... Desde luego no nos sentaríamos delante en Twitter intentando cabrear a la gente o hacer que nos hablen. Es un agujero negro que no puede llenarse. Y por eso necesita las redes sociales».

Explica entonces Lyons que el mecanismo de las redes es básicamente lo opuesto a una buena conversación, porque coarta la empatía, la escucha activa y, otra vez, el silencio. «No deja escuchar lo que la otra persona dice y responder a ello». 

Lo que podría bautizarse como social media style ha impregnado todo. Hasta la política.« La verdad es que no sé mucho de actualidad política española, solo he escuchado lo del hombre que besó sin permiso a una jugadora de fútbol, pero en Estados Unidos, las cosas, en vez de ocurrir en el Congreso, donde los diputados se conocen como personas, ocurren en Twitter», explica el autor de Cállate. «Ahora sigues la política diciendo, oye, mira lo que ha dicho fulanito en Twitter, y menganito le ha contestado esto otro. Estamos asistiendo eso», cuando la población quizá no tenga que ser espectadora de la conversación, sino ver cómo se hacen cosas. Como se está legislando.

«Ahora mismo, en Estados Unidos no se aprueban leyes, no pasa ninguna». Dan Lyons habla de una nueva generación política que solo está ahí para hacer cosas en las redes sociales. «No les interesa legislar ni hacer nada. Es todo actuación, fama. Es deprimente».

La conversación vuelve de pronto al inicio. Al mismo título. A por qué es bueno, como sociedad, que cerremos la boca de una vez. «No se trata de callarte y largarte. Es callarte y prestar atención, tener buenas conversaciones. Puedes hacer mejor la vida de los que te rodean. Es como un regalo». 

Vale, entonces quizá no es tanto cerrar la boca como dejar que los demás puedan abrirla. No es callarse, es que el resto hable. «Sí, tenemos que escuchar, y eso es dificilísimo. Hay toda una sección en el libro sobre cómo aprender a escuchar mejor» y aunque Lyons ha mejorado mucho, «es el tipo de cosa que nunca se automatiza Siempre hace falta esfuerzo». 

Una metáfora sencilla: esto no es como andar en bicicleta, que nunca se olvida. Es más bien como mantener el propósito de año nuevo de ir al gimnasio. Hay que hacer un esfuerzo consciente cada una de las veces. «Lo que ocurre es que muchas veces no estamos escuchando, estamos pensando qué vamos a contestar en cuanto dejen de hablar».

El estereotipo de las  mujeres cotorras tiene unos cimientos muy débiles y se viene abajo en cuanto sale el término mansplaining. «Me fascinan esos manologues. Durante miles de años se ha mantenido el mito de que las mujeres hablan demasiado y resulta que ha sido perpetuado por hombres como una forma de opresión. Es una manera de deciros que os calleis».

Dan Lyons cita un experimento en el que las mujeres hablaban la mitad del tiempo durante una clase y la percepción era que habían acaparado la conversación. Si hablaban poco, la percepción era que la la conversación estaba equilibrada. «El mensaje sexista que sale de ahí es que da igual lo poco que hablen las mujeres. Siempre será demasiado».

Los hombres interrumpen a las mujeres y «hay teorías que defiende que ni siquiera nos damos cuenta de que ocurre. Por eso en el libro les pido a los hombres que la próxima vez que vayan a una reunión, se sienten con un cuaderno y lleven la cuenta de cuántas veces hay interrupciones y registren quién interrumpe y a quién interrumpe. Una vez lo ves, no puedes dejar de verlo, Y es solo responsabilidad de los hombres arreglarlo». 

Al fin y al cabo, se trata de quién tiene poder el poder de la palabra. Quién puede hablar y quién debe callar. «He categorizado diferentes tipos de personas que hablan demasiado, desde personas con ansiedad, trastorno hiperactivo o bipolar. Pero algunos son ególatras. Casi siempre son hombres que creen que su opinión es mejor y más valiosa que la del resto».

Durante un tiempo trabajando en Silicon Valley, Dan Lyons descubrió que algunos hombres que se hacían ricos con startup empezaban a pensar que eran expertos en todo. Que lo sabían todo: «Un tío que se había forrado con no se qué software de repente creía que lo sabía todo sobre vacunas, sobre cáncer y sobre política. Estar con estos tipos es agotador». Estar con Elon Musk cansa mucho. 

O con el tío que trabajaba en el mundo financiero que en una cena empezó a preguntar cuál era el término en alemán para quien obtiene placer de ver el fracaso y el dolor de los demás y se empeñaba en llevarle la contraria a la esposa de Dan Lyons, que habla cinco idiomas, incluyendo alemán. «Los hombres somos lo peor, admitámoslo».

En realidad, se trata del dominio del discurso. «Dios, podría hacerse un artículo interesantísimo sobre esto», dice a la pregunta de si es el eje de dominación el que modula el discurso: los hombres silencian a las mujeres, la población rica a la pobre, las personas blancas a las racializadas... 

Está institucionalizado, dice Lyons: no tienes voz, te vamos a decir lo que hay. «Eso es un modo de oprimira la gente. Y también es interpersonal. Un grupo de cuatro o cinco tíos usa el discurso para establecer una jerarquía, se hablan de una manera agresiva, se interrumpen».

La ironía es que el auténtico poder es habitualmente silencioso. La gente poderosa suele hablar mucho menos que quienes le rodean. Se puede pensar en las palabras como en la batería de un móvil: cuanto más se habla, más poder se pierde. Dan Lyons empieza una lista que también está presente en el libro: Barack Obama. Anna Wintour... 

«Hay un libro que se titula Las 48 reglas del poder y una de las primeras es habla siempre menos de lo que necesitas. No regales tus palabras. Ese es el auténtico poder». El del silencio. El de saber que hay que callarse la boca.