Clara Serra: «No me parece liberador en términos sexuales tener que decir "sí" todo el rato»

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Clara Serra, filósofa y exdiputada de Podemos, es autora del ensayo «El sentido de consentir» (Anagrama)
Clara Serra, filósofa y exdiputada de Podemos, es autora del ensayo «El sentido de consentir» (Anagrama) Alejandro Garcia | EFE

Su libro «El sentido de consentir», publicado en la colección Nuevos Cuadernos Anagrama, es actualmente el ensayo más vendido en España

03 mar 2024 . Actualizado a las 16:52 h.

La primera sentencia de la Manada condenó en abril del 2018 a José Ángel Prenda, Ángel Boza, Jesús Escudero, Antonio Manuel Guerrero y Alfonso Jesús Cabezuelo a nueve años de prisión por abuso sexual, absolviéndolos del delito de violación al no apreciar en los hechos violencia ni intimidación. Aquel fallo incluyó un polémico voto particular que pedía la absolución de los acusados, al entender lo sucedido como sexo consentido en un «ambiente de jolgorio»: la víctima no había dicho no y, por lo tanto, había aceptado. Un año después, el Supremo elevó la condena a 15 años tras concluir que aquello no había sido abuso, sino violación.

La inseguridad que aquella primera resolución inoculó en la población desató sin embargo tal movimiento de indignación social que el poder ejecutivo consideró que resultaba imperativo reformar el Código Penal y, en abril del 2023 entró en vigor la ley del «solo sí es sí». Ahora el consentimiento es clave a la hora de juzgar los delitos sexuales: sin él, hay agresión. Clara Serra (Madrid, 1982), filósofa y exdiputada de Unidas Podemos, advierte sin embargo que es este un concepto con matices, bienvenido pero complejo, que además implica que es el hombre el que siempre inicia la relación sexual y la mujer, la que está a la espera de lo que el otro demanda, la que «tiene que» aceptar.

—Su ensayo «El sentido de consentir» (Anagrama) es, en estos momentos, el libro de no ficción más vendido en España. ¿Esperaba despertar tanto interés?

—Lo escribí con la sensación de que habíamos pasado por encima del tema, sin entrar en él, y que este asunto era mucho más complejo, pero me ha sorprendido gratamente cómo ha sido recibido, ver hasta qué punto la gente quiere discutirlo y tiene dudas. También confirma que el feminismo en realidad está muy vivo, que la gente quiere hablar de él, y digo también porque a veces parece que hemos entrado en un momento de cierto agotamiento, y qué va.

—¿Cree que la sociedad tiene claro qué es el consentimiento?

—Probablemente la gente se hará muchísimas preguntas. Es bastante probable que no sepamos claramente lo que es, sobre todo cuál sería el modo de tenerlo clarísimo o de probarlo clarísimamente. Y esa falta de claridad es legítima, no es un error de nadie. Y lo digo porque cuando se dice que el consentimiento está claro, que no hay ninguna duda y que todo el mundo lo entiende igual creo que se está imponiendo esa claridad, y que esta imposición puede recaer finalmente en las mujeres. Es decir, ¿qué pasa si una mujer tiene dudas de si consintió una relación sexual o no? Esto puede ser culpabilizador. Cuando se presupone esa claridad podríamos pensar que hemos hecho algo mal nosotras. 

—El del consentimiento no es un debate nuevo, lleva décadas vinculado al feminismo. Sin embargo, en España la sentencia de la Manada y el cambio legislativo que provocó situó este concepto en el centro del debate. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Teníamos una ley machista o hubo una interpretación machista por parte de los jueces?  

—Es muy interesante que volvamos a esto, al «qué pasó» en el caso de la Manada. Sí creo que fundamentalmente puso sobre la mesa un problema de mirada machista en una parte de la judicatura, y me parece importante decir una parte, me parece importante no decir que todos nuestros jueces y juezas inevitablemente son machistas. Una parte del relato de estos años ha sido que la ley conllevaba inevitablemente una manera de desoír el consentimiento, pero yo no creo que ocurriera eso, creo que lo que pasó fue que uno de los jueces, al aplicar la ley, tuvo una perspectiva machista. En realidad lo que se evidencia en el caso de la Manada es que la ley que teníamos anterior a la reforma penal permitió condenar a cinco personas por agresión sexual, que fue lo que finalmente pasó. Se consideró que no era posible decir que no en ese contexto particular y que, por tanto, el silencio de la víctima debía interpretarse como una negativa. Entonces yo pienso que el principal error —el del machismo de la judicatura, el del machismo de la sociedad— no se remedia con una reforma penal. La cuestión es que igual sigue pendiente de abordar eso que produjo un fallo en la primera sentencia, que igual hay que atenderlo desde la educación y la cultura, con una transformación de la sociedad mucho más compleja que un cambio en el Código Penal.

—Quiere decir que el «solo sí es sí» no cambiaría nada en el caso de la Manada.

—Si nos fijamos, la reforma penal que implica pedir un consentimiento positivo, un , no resuelve nada en ese caso, porque se identifica una situación de coacción, de intimidación, que es lo que acaba razonando el Tribunal Supremo, y entonces daría absolutamente igual que la víctima hubiera dicho que. Incluso si la víctima hubiera dicho que en una situación de miedo, ese tribunal hubiera razonado correctamente eximiéndola de haberlo dicho, es decir, no tomando ese como prueba de consentimiento. Así que la siguiente pregunta es: ¿Qué resuelve exactamente el marco del en ese caso? ¿No nos habrá confundido un poco pensar que el resuelve algo? ¿No será que lo que tenemos que aprender es que todavía hay un machismo social y que el abordaje de ese problema, que no es penal, sigue estando pendiente?

—Como dice, la víctima podría haber dicho que «sí» coaccionada, intimidada. Por tanto, el consentimiento puede estar condicionado por el miedo y por el desequilibrio de poder, y en determinadas ocasiones puede ser una cesión. No es excepcional. Sucede que la mujer, presionada, termina accediendo, consintiendo. 

—La cuestión para mí es que hay una preocupante idealización del , como si fuera una palabra mágica. Y es enormemente preocupante, porque esto no va de qué palabra utilizas, va de si hay condiciones reales en el mundo para expresar con libertad tanto un como un no. Es la situación, es el contexto lo que hay que mirar. Cuando el contexto no permite decir libremente que no, ese mismo contexto imposibilita que tomemos un como un acto de libertad. Insisto: si en un contexto hay una situación amenazante, si alguien te coacciona, debemos plantearnos que que ese no es libre. Esta fetichización de la palabra podría llevarnos uno de estos días a una situación en la que, efectivamente, la mujer haya dicho que , haya consentido porque se sentía en peligro y, claro, ¿qué vamos a hacer en ese caso? ¿Diremos que esa mujer es entonces responsable de haber dicho que y cerraremos la cuestión? Espero que no. Pero esto podría entrampar a las mujeres.

—Pero al poner el foco en el consentimiento, se retira de la víctima. Es decir, antes del cambio legislativo, al juzgar una agresión sexual se miraba la mujer, ella tenía que haber dicho que «no», tenía que haberse resistido. Si no, lo que fuera que hubiese pasado no se consideraba agresión. 

—Creo que esa es la suposición, pero yo no estoy de acuerdo con ella. De hecho, insisto: en el caso de la Manada, con el anterior Código Penal en la mano, finalmente se dijo que no había que mirar a la víctima, que había que mirar al contexto y a la situación, y en ese contexto y en esa situación ella no podía haber dicho que no. Eso es lo que dice la sentencia del Supremo, eso es eximir a la víctima de tener que decir nada, eso es poner la mirada en la situación. Ahora decimos que la víctima tiene que decir que  y estamos poniendo en la mujer la carga, estamos diciendo que si ella dice que , todo ese sexo es libre. Aquí hay dos problemas: uno es que si decimos que en un contexto de amenaza, ese se nos puede volver en contra, y el otro es que a mí no me parece que sea nada liberador en términos sexuales la obligación de tener que decir todo el rato , o todo el rato algo; yo creo que el marco de la libertad sexual es ese en el que la mujer tiene que poder decir algo cuando quiera, pero no estar obligada a decirlo.

—¿Cree que el lema del «no es no» era mejor?

—Para mí el del «no es no» es un marco en el que, si tú quieres, puedes decir que no y, mientras tanto, puedes explorar y ver y probar, y a lo mejor no sabes qué quieres decir, pero no hay una permanente obligación de hablar. Hemos pasado de la posibilidad de hablar y romper el silencio a la necesidad de hablar, a tener que contestar permanentemente síes a lo que, por cierto, nos demanda el otro. El es una respuesta a la demanda de otro, no olvidemos esto. El no implica una posición activa deseante de la mujer, es una respuesta y además una respuesta afirmativa a la demanda de otro, entonces no sé en qué sentido esto nos saca del lugar del que venimos, que es un lugar donde el hombre siempre es el sujeto que inicia la acción sexual. La nuestra es la de estar a la espera de lo que el otro demanda y, por cierto, aceptar. 

—¿Hay más libertad en decir que «no»?

—Hay mucha más libertad en la posibilidad del no que en la necesidad del . Hay la posibilidad de defraudar las expectativas masculinas, de decir «pues mi deseo no es el mismo que el tuyo», de salir de la lógica de la complacencia y la obediencia sexual. El lema del «no es no» era profundamente empoderador, rompía con las expectativas de que una mujer siempre aceptase. Por eso me parece muy preocupante este abandono del «no es no» que se ha presentado como una especie de paso adelante de superación. Aprender a decir que no es toda una conquista y una batalla, una victoria contra lo que se nos ha inculcado.

—El problema también está en que el silencio ha sido entendido siempre como un «sí».

—En los actuales discursos del consentimiento se dice: «un no es un no», «un no sé es un no», «un silencio es un no». Todo es un no, salvo un sí. Solo el es . Y yo en el libro planteo que por qué no podemos reivindicar el valor del no sé. Efectivamente un no es un no, pero un silencio es un silencio, y un no sé es un no sé. Y cuando se insiste en que todo tiene que ser clarísimamente un clarísimo, y que si no es un clarísimo es un clarísimo no, estamos perdiendo algo por el camino. Estamos perdiendo la posibilidad de la duda, del no saber y de la exploración para las mujeres. No creo que aquí haya para nosotras mucho margen para el deseo, que además creo que tiene más que ver con no saber y con el derecho a no saber y con la posibilidad de no saber. Yo quiero decir: «Estoy viendo y estoy explorando y no me obligues a que esto sea un o un no». Y, sobre todo, puedo no saber y al mismo tiempo puedo reivindicar que a mí nadie me violente. Un silencio tiene que poder significar muchas cosas: en algún contexto es un no y en otro contexto a lo mejor es un no sé y en otro puede que sea un . Depende de la situación en la que estemos. Ninguna definición de consentimiento en una ley nos va a ahorrar el hecho de que el juez tenga que juzgar una situación particular. De nuevo, por tanto, la pregunta es qué vamos a seguir haciendo en la sociedad para combatir los prejuicios machistas.

—¿Y qué se puede hacer?

—Pues todas esas políticas que no son penales, que siguen trabajando por la libertad de las mujeres, por la independencia económica, por una educación amplia que alcance a toda la ciudadanía, por un combate cultural contra el sentido común machista. Lo que me parece es que el debate del consentimiento podría llevarnos a una falsa solución. ¿La política feminista que estábamos esperando era reformar el Código Penal? No lo creo. Pienso que nos engañamos un poco cuando toda la potencia de un movimiento feminista se traduce en reformas del Código Penal. 

—Decía antes que al perder la posibilidad de dudar, al tener que estar seguras de lo que queremos, queda poco margen para el deseo.

—Claro, es que impera un discurso del consentimiento que en realidad lo que pone en el centro todo el rato es el deseo. Se nos hace creer que consentir es muy fácil porque todo el mundo puede explicar perfectamente su deseo a los demás. Se nos dice: «Di claramente lo que deseas, lo que te gusta, lo que te satisface, explica tu placer al otro y entonces todo irá bien». Pero así el deseo se pierde por el camino, porque el deseo es eso a lo que no se le puede obligar a hablar, a hablar claramente, a explicarse, es una cosa muy inconsciente, opaca, escurridiza, algo que un sujeto nunca conoce del todo, y esta es toda la gracia del asunto. Las personas vamos descubriendo a lo largo de nuestra vida nuestro deseo de una manera un poco velada, aprendemos cosas sobre él, pero nunca nos es totalmente transparente, y eso es precisamente lo más interesante del sexo, que descubres cosas de ti mismo. Entonces, este discurso de la transparencia del deseo y del contractualismo del deseo que te dice que hay que explicitar muy bien al otro lo que se quiere está imposibilitando descubrimiento alguno. 

—¿Esa obligación de tener clarísimo lo que se quiere, de tener que consentir explícitamente, paraliza, obstaculiza, el deseo? 

—Sí. Y yo quiero poder no saber lo que deseo. Por supuesto, quiero que no me agredas, pero al mismo tiempo quiero poder no saber, quiero ambas cosas y, además, yo creo que la la reivindicación feminista más ambiciosa es defender ambas cosas a la vez. Porque, fíjate, se nos está diciendo a las mujeres que si expresamos con nitidez y con claridad nuestro deseo no seremos agredidas y yo no quiero aceptar esa condición, solo faltaba, o sea, yo no quiero ser agredida y al mismo tiempo quiero mi derecho a la exploración. 

—¿Es lo mismo el deseo que la voluntad?

—La conclusión es que el deseo tiene que ser exploratorio, que no se le tiene que pedir que hable; obligarle todo el rato a explicarse lo asfixia. Pero lo que pasa es que si queremos legislar contra la violencia hay que tener un punto objetivo, algo dicho o podido ser entendido, y yo lo llamaría voluntad. Es importante distinguir la voluntad del deseo, porque ni siquiera tienen que ir juntos. Yo puedo decir que no quiero seguir adelante con una relación sexual aunque lo esté deseando con toda mi alma, puedo desear a una persona y decirle que no: puede ser que tenga otra pareja, por ejemplo, o puede ser mil millones de cosas. Y así como una mujer puede desear y no consentir, también puede consentir sin desear: una trabajadora sexual puede decidir tener una relación por dinero y no desearla, y nadie puede negar su voluntad apelando a su deseo. ¿Siempre que las mujeres decimos que no es que no deseamos? No. Cuando decimos que no es que no, por lo que sea, es que estamos marcando un límite. Y, en cualquier caso, el otro tiene que respetarlo. Por eso es clave y crucial la distinción entre voluntad y deseo, tanto para resguardar la validez de la voluntad como el oxígeno del deseo.