Tomemos en serio la educación sexual

Ana Fernández Alonso

ASTURIAS

La docencia en Educación Sexual es profesión, no reivindicación, ideología ni divertimento. No puede quedar en manos de personas simplemente aficionadas a hablar de sexo

01 abr 2017 . Actualizado a las 14:02 h.

 A estas alturas, en pleno siglo XXI, parece redundante volver a insistir en la importancia de la Educación Sexual, cuando incluso las leyes que rigen las enseñanzas regladas acostumbrar a hacer patente su necesidad y en muchas ocasiones a prescribirla, ya sea de manera transversal o explícitamente. Y a pesar de que aun no tenemos esa asignatura sobre Educación de los Sexos, que tanto reclamamos desde la profesión sexológica, sí que parece que las cosas han avanzado por buen camino y son cada vez más las iniciativas que van dando estabilidad a esos denominado ciclos de Educación Sexual, que de la mano del sexólogo o sexóloga de turno, imparten una serie de clases de Educación Sexual en Institutos o colegios, curso tras curso, promovido ya sea por los ayuntamientos, las consejerías de educación, o a demanda del propio centro educativo que contacta con una entidad sexólogica que oferta dicha intervención.

Ya hace más de 20 años que en este país contamos con una Asociación Profesional que regula la profesión sexólogica, una de cuyas líneas de trabajo es la Educación Sexual, además de la Terapia Sexológica, el Asesoramiento Sexológico, la Investigación sexológica, etc. Por tanto parece también redundante recordar que la docencia en Educación Sexual es una profesión, no una reivindicación, ni una ideología, ni un divertimento. Y que hace falta una formación específica, la Sexología, que en nuestro país existe desde hace más de tres décadas, que se estudia con carácter de postgrado y que está presente en varias universidades y centros reconocidos a tal efecto.

Por eso no deja de llamar la atención cuando a veces encontramos algunas iniciativas de formación dirigidas a nuestros hijos e hijas, a esos centros educativos en los que se recibe de todo y en los que parece que cabe todo, que entre otras muchas cuestiones de moda, prometen abordar también la educación «afectivo-sexual»… Ya esta coletilla recurrente que es la «afectivo-excusa» nos tiene que hacer sospechar. Porque cualquier sexólogo que se precie, sabe que cuando hablamos de Educación Sexual, estamos hablando de educación «de los sexos», es decir, del hecho de ser hombre, del hecho de ser mujer y de todo lo que gira en torno a ambas realidades: amores, desamores, encuentros, desencuentros, deseos, convivencia, buen trato… También erótica, en la cual pueden estar implícitas esas cuestiones genitales y perigenitales y de prevenciones y de cuidados que quienes usan la «afectivo-excusa» deben creer que es en lo único en lo que consiste la educación sexual, por eso sienten la necesidad de añadir la etiqueta de los afectos… cuando los afectos, emociones, sentimientos, vivencias ya van implícitos en el término sexual, o sea, de los sexos.

Me preocupa especialmente cuando veo en las redes sociales a compañeras y compañeros profesionales de la sexología dolidos porque algunos centros educativos deciden poner la supuesta educación sexual de su alumnado, a veces incluso también profesorado o familias, en manos de personas sin cualificación alguna. Y me pregunto si los responsables de esos centros educativos se pondrían alegremente en manos de un aficionado a leer sobre operaciones y que ha recibido un cursillito sobre cirugía de unas cuantas horas, para que le practicase una intervención quirúrgica… O preferirían un cirujano cualificado, con sus estudios de medicina y su titulación universitaria.

Decía hace ya unos cuantos años el doctor Efigenio Amezúa que «pensar que cualquiera puede hacer Educación Sexual, porque todos tenemos sexualidad, es como pensar que cualquiera puede ser cardiólogo, porque todos tenemos corazón»… Sabias palabras, querido maestro. Y qué lamentable que pasen los años y tengamos que seguir utilizándolas.

Y no quiero decir con esto que la juventud no esté recibiendo mensajes sobre sus sexualidades en cualquier ámbito fuera de la enseñanza reglada. Por supuesto. Sabemos que siempre se hace educación sexual, incluso cuando no se hace. Cuando en una familia se habla o no se habla de cuestiones relativas a la sexualidad, ya se está educando implícitamente. Cuando en los medios de comunicación se cuentan historias sobre relaciones y/o diversidades sexuales y de qué forma se cuentan, eso es también educación sexual. Cuando abrazamos a nuestro bebé, con todo el cariño del mundo, le estamos transmitiendo que es digno de ser querido… eso también es educación sexual. Pero cuando hablamos de enseñanza reglada, de entrar en los centros educativos, de asumir un papel docente, entonces, ahí ya no valen cuestiones implícitas, porque ahí somos profesorado y por tanto se nos considera autoridad en la materia.

¿Es que no consideramos importante la Educación Sexual de nuestras hijas y de nuestros hijos? Recordemos que estamos hablando de aspectos insoslayables de su vida. De cómo van a gestionar sus relaciones, su vida afectiva, en pareja o no, su erótica, el hecho de que se enamoren de hombres o de mujeres, su identidad como hombres y como mujeres, sus amores, sus desamores, sus deseos, en definitiva, su felicidad y bienestar en relación con el hecho de ser una persona sexuada… Su intimidad, su privacidad, sus vulnerabilidades y sus fortalezas… No parecen cuestiones para ser abordadas frívolamente, ni mucho menos por personas sin la adecuada formación para ello.

Afortunadamente, estas situaciones son cada vez más anecdóticas. Pero de vez en cuando se vuelve a hacer necesario insistir en clarificar todo esto, porque nuestro alumnado nos importa, nuestras familias nos importan, nuestras hijas e hijos nos importan… Y no queremos que su educación quede en manos de personas simplemente aficionadas a hablar de sexo. Un poco de seriedad, por favor. Mientras tanto, los sexólogos y las sexólogas, seguimos a su disposición. Ya saben donde encontrarnos.

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